inexplicable

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La cabaña, una vez refugio seguro, se había convertido en una prisión de ansiedad. Los días pasaban y la sombra del peligro nunca desaparecía. Artemis y Artemisa jugaban en el jardín, ajenos a la tormenta que se cernía sobre ellos. Su risa, un sonido que siempre había llenado de alegría el aire, ahora era un eco que contrastaba con el miedo que invadía tu corazón.

Draco y tú estabais dentro, revisando una vez más los encantamientos de protección. La tensión era palpable, y el silencio que rodeaba la cabaña parecía amenazador. Cada minuto que pasaba, el instinto de protección que ambos compartíais se intensificaba.

—No podemos seguir así —dijiste, incapaz de soportar más la angustia—. Debemos hacer algo.

Draco asintió, pero su mirada estaba fija en la ventana. La inquietud se dibujaba en su rostro, un reflejo del mismo miedo que sentías.

—Saldré a ver cómo están —dijo, avanzando hacia la puerta.

En ese instante, un grito desgarrador rompió el silencio, resonando en el aire como un campanazo de muerte. Ambos os mirasteis, el corazón en un puño.

—¡Artemis! ¡Artemisa! —gritaste, corriendo hacia la puerta.

Draco te siguió de cerca, su varita en la mano, el miedo dibujado en su rostro. Al salir, la escena que presenciasteis fue un caos total. Dos figuras encapuchadas se llevaban a los gemelos, que luchaban y gritaban, sus voces llenas de terror.

—¡No! —gritó Draco, su voz resonando con rabia y desesperación.

Sin pensar, te lanzaste hacia adelante, pero una barrera mágica te detuvo en seco. El hechizo de protección brillaba intensamente, pero a pesar de ello, el horror se apoderaba de ti.

—¡Mamá! ¡Papá! —lloraron los gemelos, sus ojos desbordados de pánico.

La imagen de sus rostros llenos de terror fue un golpe que te atravesó el corazón. Las lágrimas comenzaron a brotar de tus ojos, y el caos se convirtió en un torbellino de emociones.

—¡Suelta a mis hijos! —gritaste, y tu voz, llena de desesperación, se perdió en el aire frío.

Draco avanzó, intentando romper el hechizo que lo mantenía alejado. Con un movimiento decidido, conjuró un poderoso hechizo, pero las figuras encapuchadas eran rápidas y astutas. Una de ellas, con un movimiento de su varita, envió un rayo de energía oscura que lo golpeó, haciéndolo caer al suelo.

—¡Draco! —gritaste, corriendo hacia él, dejando atrás la barrera.

Pero, en el momento en que te acercaste, sentiste otra onda de energía, una ola de magia que te lanzó hacia atrás. El terror se apoderó de ti mientras veías a tus hijos siendo arrastrados hacia la oscuridad.

—¡Mamá! ¡Ayuda! —gritó Artemisa, su voz desgarradora atravesando tu corazón.

Draco se levantó, su mirada llena de furia. Con una determinación feroz, se levantó nuevamente y apuntó su varita hacia los encapuchados.

—¡Libéralos! —rugió, su voz resonando con una intensidad que hizo eco en el paisaje nevado.

Las figuras se detuvieron por un momento, sorprendidas por la ferocidad de Draco. Aprovechando la oportunidad, conjuró un hechizo que iluminó el aire con un brillo dorado, pero los atacantes respondieron con una oscuridad abrumadora. La batalla mágica se intensificó, y el aire se llenó de chispas y explosiones.

Los gritos de los gemelos se entremezclaban con los hechizos lanzados, creando un caos ensordecedor. Cada vez que escuchabas sus voces, una parte de ti se rompía. La desesperación te consumía.

—¡Artemis! ¡Artemisa! —gritaste, tus lágrimas fluyendo sin control—. ¡Sostenednos!

De repente, uno de los atacantes giró sobre sus talones, mirando hacia ti con una sonrisa cruel.

—No puedes salvarlos —dijo, su voz fría y llena de desdén—. Este es el final para ellos.

Fue como si el suelo se desvaneciera bajo tus pies. Un grito de horror escapó de tus labios mientras te acercabas, pero el hechizo de protección era inquebrantable. Te sentiste impotente, atrapada en un lugar entre el amor y el terror.

Draco lanzó un nuevo hechizo, esta vez con una rabia incontrolable. El aire vibró a su alrededor mientras conjuraba una ola de energía que empujó a los encapuchados hacia atrás. Aprovechando la oportunidad, comenzaste a recitar un hechizo de protección, un encantamiento que habías aprendido en los días más oscuros.

La luz que emanó de tu varita era un faro en la oscuridad. Las figuras se tambalearon, pero aún así, seguían sujetando a tus hijos.

—¡Draco, rápido! —gritaste, desesperada.

Con cada palabra que pronunciabas, sentías que tu poder se intensificaba. La conexión con tus hijos te impulsaba, pero la oscuridad que los rodeaba era un peso insoportable. En ese momento, comprendiste que debías arriesgarlo todo.

Con un grito, invocaste el hechizo con todas tus fuerzas, canalizando tu amor y desesperación. La energía que se liberó fue abrumadora. Una ola de luz brillante inundó el espacio, empujando a los atacantes hacia atrás.

—¡Artemis! ¡Artemisa! —gritaste una vez más, mientras la luz iluminaba el rostro de tus hijos, llenando el aire de esperanza.

Pero, en un giro cruel del destino, una de las figuras encapuchadas lanzó un hechizo desesperado, un hechizo que se precipitó hacia los gemelos. La luz brilló intensamente, pero en un instante, la oscuridad se tragó todo.

Los gritos de Artemis y Artemisa se desvanecieron mientras los atacantes se desvanecían, llevándolos con ellos. La escena se volvió borrosa, y el horror te paralizó. Caíste de rodillas en la nieve, la realidad cayendo sobre ti como una tormenta.

—¡No! ¡No! —gritaste, mientras el eco de sus voces se perdía en el aire frío.

Las lágrimas caían por tus mejillas, y el vacío que dejaban tus hijos era abrumador. Draco cayó a tu lado, su expresión de furia transformándose en desesperación al comprender lo que había sucedido.

—¡Deben haberlos llevado a un lugar seguro! —dijo, aunque su voz temblaba con la incertidumbre—. ¡Debemos encontrarlos!

Te aferraste a su mano, el pánico apoderándose de ti. No podías dejar que se los llevaran.

—¡No podemos dejar que se los lleven! —gritaste, sintiendo el desgarrador dolor de la pérdida—. ¡Tenemos que hacer algo!

La lucha había sido feroz, pero el enemigo había ganado esa batalla. Sin embargo, no ibas a rendirte. La determinación comenzó a arder en tu interior, un fuego que, aunque pequeño, prometía crecer.

—Vamos, tenemos que prepararnos —dijo Draco, su voz ahora llena de propósito.

Ambos os levantasteis, el miedo transformándose en un impulso por recuperar a los gemelos. Sabías que la batalla no había terminado; el verdadero enfrentamiento apenas comenzaba. En la oscuridad de la noche, con el viento gélido soplando a vuestro alrededor, jurasteis que haríais lo que fuera necesario para traer de vuelta a Artemis y Artemisa.

Y así, mientras las lágrimas caían y el dolor se apoderaba de vosotros, la promesa de la lucha por vuestros hijos comenzó a resonar con fuerza. La oscuridad no triunfaría sin que lo intentaras todo.

Más allá de las diferencias (draco malfoy y Tu)Where stories live. Discover now