Aquiles se había mudado recientemente a una ciudad a las orillas de mar, atraído por un nuevo trabajo y el paisaje que parecía llamarlo de una manera que no podía explicar. Las tardes las pasaba recorriendo las playas, sintiéndose cómodo en aquella tierra a pesar de ser un desconocido en ella. Había algo en el aire salado, en el susurro del viento contra las olas, que le producía una extraña calma, como si siempre hubiera estado allí.Una tarde, mientras se sentaba en un pequeño café al borde del mar, observaba las olas con una nostalgia inexplicable. Cerró los ojos y, por un instante, sintió como si en sus recuerdos se deslizara una imagen difusa: un campo de batalla, el sonido del metal chocando, y la figura de alguien a su lado, alguien importante. Sacudió la cabeza, intentando despejar aquella sensación extraña, y abrió los ojos justo cuando una figura entraba al café.
Era un hombre alto, de complexión delgada, con los ojos más bellos qué había visto jamás que se movían por el lugar como si buscaran algo. Cuando el extraño se giró y sus ojos se encontraron, Aquiles sintió un nudo en el estómago, algo inexplicable que le impedía apartar la mirada. Era una mezcla de paz y ansiedad, como si algo en su pecho reconociera a ese hombre que jamás había visto antes. El desconocido sonrió de manera cautelosa, notando la mirada fija de Aquiles, y se acercó un poco, como si sintiera el mismo tirón invisible.
Al detenerse junto a su mesa, Aquiles, sintiendo que debía decir algo, rompió el silencio.
—¿Nos conocemos? —preguntó, sabiendo que la respuesta lógica era un “no”, pero también convencido de que ese rostro le era familiar.
El extraño lo miró con un poco de sorpresa, pero luego pareció compartir el mismo impulso de descubrir el misterio.
—No lo creo—Sonrió y extendió la mano—. Soy Patroclo.
Aquiles sintió una corriente extraña al escuchar aquel nombre. Algo en su interior reaccionó como si lo hubiera estado esperando toda su vida, aunque no tenía idea de por qué. Tomó la mano de Patroclo con una sensación de déjà vu que le recorrió el cuerpo.
—Aquiles —dijo, devolviendo el saludo, y su propio nombre le sonó extraño al pronunciarlo en ese contexto, como si lo escuchara por primera vez en mucho tiempo.
Patroclo se quedó en silencio, sosteniendo la mirada de Aquiles, como si estuviera intentando recordar algo en la profundidad de sus ojos.
—Perdona si suena raro, pero siento como si te conociera desde hace mucho, como si… —Patroclo bajó la mirada, avergonzado—. No sé, como si hubiera estado esperándote.
Aquiles sintió una sonrisa escaparse de sus labios. Él sentía lo mismo, aunque no lo había querido admitir. Aquella conexión entre ambos era tan fuerte que parecía imposible ignorarla.
—Yo también. Es extraño, ¿no? Como si algo nos trajera aquí.
Desde ese momento, una especie de entendimiento silencioso surgió entre ambos. Había tantas cosas que no se decían, y sin embargo, parecían entenderse. Se despidieron esa noche intercambiando números, y los días siguientes sus encuentros se volvieron naturales. Caminaban juntos por las calles antiguas, compartiendo historias, risas y silencios, y en cada momento Aquiles sentía que algo en él se completaba. Esa cercanía despertaba en ambos emociones fuertes e inexplicables, como si fueran piezas de un rompecabezas que siempre habían estado destinados a ensamblar.
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Una tarde de verano, ambos decidieron aventurarse a las afueras de la ciudad para explorar unas ruinas antiguas. Mientras caminaban entre las columnas desgastadas, Aquiles se detuvo de repente. Una sensación lo embargó como un susurro desde las profundidades de su memoria. Cerró los ojos y de inmediato se vio envuelto en una visión: estaba en un campo de batalla, el sol quemaba su piel y el sonido del metal chocando resonaba a su alrededor. Una figura se movía junto a él, y Aquiles sabía que era alguien importante, alguien en quien confiaba por completo.
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Almas atadas
FanfictionAquiles y Patroclo se habían perdido hace milenios. Habían caído en la guerra de Troya, sus cuerpos separados por los crueles destinos de la guerra y la muerte. Pero el hilo de su vínculo, tejido en lo más profundo del tiempo, jamás se rompió. Así...