Capitulo 62

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Una Decisión Importante
Frederick 

Las luces de la ciudad brillaban con intensidad a través de los ventanales de mi oficina, reflejándose en las superficies de acero y vidrio que caracterizaban el diseño que Mackenzie había creado. Era un espacio moderno, sofisticado, con líneas limpias y una frialdad que, hasta hace poco, había definido también mi vida. Pero desde que ella había entrado en mi mundo, algo había cambiado. Y, aunque me resistiera a admitirlo, sabía que era hora de dar un paso más.

Llevaba días pensando en lo que quería hacer. Proponerle matrimonio a Mackenzie no era algo que había planeado desde el principio. Para ser honesto, la idea de volver a casarme me parecía innecesaria, una formalidad que no encajaba con mi manera de ver las relaciones. Pero Mackenzie no era como ninguna otra persona que hubiera conocido. Con ella, todo se sentía diferente. Y aunque me incomodaba la idea de abrirme tanto, había llegado a la conclusión de que tenía que hacerlo.

No era un hombre dado a las grandes muestras de afecto. Nunca lo había sido. Pero entendía la importancia del gesto, y quería que Mackenzie supiera que estaba comprometido con ella, con nuestra hija, y con nuestra familia. No podía imaginar un futuro en el que no estuviéramos juntos, y aunque las palabras "te amo" no salieran de mis labios con facilidad, estaba dispuesto a hacer lo necesario para asegurar nuestro vínculo.

Decidí que debía hacer algo especial, algo que reflejara quién soy, pero también lo que ella significa para mí. El primer paso fue encontrar el anillo. No quería cualquier anillo; tenía que ser algo que estuviera a la altura de lo que Mackenzie merecía. Y sabía exactamente dónde buscar.

Llamé a mi joyero de confianza, un hombre que había trabajado con mi familia durante años. No era solo un joyero; era un artesano, alguien que entendía la importancia de la calidad y el detalle.

—Frederick, qué sorpresa escucharte —dijo cuando contestó la llamada.

—Necesito algo especial. Un anillo de compromiso. Debe ser de Cartier.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea antes de que él respondiera.

—Cartier, claro. Algo clásico, supongo.

—Clásico, pero con un toque moderno. Algo que sea único, como ella.

—Entendido. ¿Alguna preferencia en cuanto a las piedras?

Pensé en Mackenzie, en su estilo, en su manera de ser. No era el tipo de mujer que se dejaba impresionar fácilmente por las cosas materiales, pero también sabía que apreciaba la belleza en las cosas bien hechas.

—Un diamante, por supuesto. Pero quiero algo que destaque, tal vez un diseño con algún detalle que lo haga especial.

—Déjame trabajar en ello. Te enviaré algunas opciones para que las revises. Como siempre, me aseguraré de que sea algo digno de tu elección.

Cerramos la llamada, y me sentí sorprendentemente tranquilo. Sabía que el anillo sería perfecto. Y aunque no tenía experiencia en este tipo de gestos, confiaba en mi capacidad para manejar la situación con la misma precisión que aplicaba en mi trabajo.

***

Al día siguiente, recibí un mensaje con las imágenes de varios anillos. Todos eran magníficos, pero uno en particular llamó mi atención. Era un diseño elegante, con un diamante central de corte princesa, rodeado por pequeños diamantes en los lados que se integraban perfectamente en la banda de platino. Tenía una simplicidad que lo hacía atemporal, pero los detalles lo hacían único. Era exactamente lo que buscaba.

Aprobé la elección y le di instrucciones para que el anillo estuviera listo lo antes posible. No quería perder tiempo; sentía que era el momento de hacerlo.

Luego, vino la parte más complicada: planear cómo proponérselo. No era un hombre de grandes ceremonias ni de declaraciones públicas. Quería algo más íntimo, algo que reflejara nuestra relación. Pensé en invitarla a una cena, algo discreto pero elegante, en un lugar que fuera significativo para nosotros.

Opté por un restaurante exclusivo en el centro, uno que Mackenzie había mencionado en varias ocasiones. Ella siempre hablaba de lo especial que era ese lugar para ella, un pequeño rincón de tranquilidad en medio de la ciudad. Sabía que ese sería el lugar perfecto.

La noche llegó rápidamente. Me aseguré de que todo estuviera en su lugar. El restaurante había sido reservado en su totalidad, para que tuviéramos privacidad. La mesa estaba decorada con flores, velas, todo lo que ella apreciaba. Pero a pesar de todo, no podía dejar de sentir una leve incomodidad. No estaba acostumbrado a este tipo de cosas, a ser tan vulnerable.

Cuando Mackenzie apareció, llevaba un vestido que le quedaba a la perfección, realzando su figura ya un poco más pronunciada por el embarazo. Se veía radiante, y por un momento, casi olvidé el motivo de la cena.

Nos sentamos y comenzamos a cenar, hablando de cosas triviales, del trabajo, de los niños. Traté de mantener la conversación ligera, pero sabía que ella podía percibir mi tensión.

Finalmente, cuando llegó el momento, respiré hondo. Metí la mano en el bolsillo interior de mi chaqueta y saqué la pequeña caja de terciopelo. La coloqué sobre la mesa, empujándola lentamente hacia ella.

Mackenzie me miró, sorprendida. No dijo nada al principio, solo miró la caja y luego a mí.

—¿Qué es esto, Frederick? —preguntó, aunque creo que ya lo sabía.

—Quiero que seas mi esposa, Mackenzie —dije con mi tono habitual, directo y sin rodeos. Sabía que no era una propuesta romántica en el sentido tradicional, pero era sincera, y eso era lo que importaba.

Ella abrió la caja, y sus ojos se iluminaron al ver el anillo. Hubo un momento de silencio, y sentí mi pecho apretarse mientras esperaba su respuesta.

—Frederick... —empezó, pero se detuvo, como si no supiera qué decir.

—No soy bueno en esto, lo sabes. Pero quiero que sepas que estoy comprometido contigo, con nuestra familia. No puedo prometer ser el esposo perfecto, pero haré lo mejor que pueda. Y sé que juntos podemos lograrlo.

Mackenzie sonrió, y esa sonrisa alivió toda la tensión que había sentido.

—Sí, Frederick. Acepto —dijo, con una suavidad que no esperaba.

Tomé su mano y le coloqué el anillo, sintiendo que había dado un paso enorme. No era un hombre de muchas palabras, pero sabía que Mackenzie entendía lo que significaba para mí. Sabía que estaba abriéndome de una manera que no había hecho antes.

Terminamos la cena en silencio, pero era un silencio cómodo, lleno de comprensión mutua. Mientras salíamos del restaurante, ella se apoyó en mi brazo, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí verdaderamente en paz.

Había tomado la decisión correcta. Ahora, solo quedaba esperar y ver cómo se desarrollaba todo. Pero por primera vez, sentí que tenía algo por lo que valía la pena luchar. Y no tenía la intención de dejar que nada se interpusiera en nuestro camino.

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SE NOS CASAN!
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