Capítulo único

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En el fondo del campo de batalla de Troya, Aquiles abrazaba a Patroclo, su amor, su compañero. El calor se escapaba del cuerpo de su amado, y por primera vez, Aquiles, el guerrero invencible, lloró. En ese último momento, entre sollozos y promesas no pronunciadas, juraron que de algún modo, de alguna forma, volverían a encontrarse. Sus almas pactaron con un anhelo tan profundo que atravesaría el tiempo mismo.

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Grecia, 200 años después

Las sombras de una vida pasada cruzaban los sueños de un joven llamado Aléxandros. Su piel ardía bajo el sol mediterráneo mientras corría por la playa, sin saber por qué esa libertad de moverse entre las olas y el viento era tan familiar, tan añorada. Siempre había sentido que faltaba algo.

Un día, durante un festival de verano, Aléxandros se encontró con un joven de cabello rizado y piel dorada llamado Myron. Ambos intercambiaron miradas que parecían traer recuerdos lejanos. Esa misma noche, mientras el pueblo celebraba con canciones y danzas, Aléxandros y Myron hablaron durante horas, compartiendo secretos y sueños. Había algo en los ojos de Myron que removía en Aléxandros una emoción inexplicable, una conexión profunda.

Sin embargo, sus destinos no pudieron entrelazarse por completo; Myron estaba comprometido. Con un último adiós lleno de resignación, ambos se separaron, sintiendo en lo profundo de su ser que aún no era su tiempo. Sus almas quedaron en un anhelo eterno, esperando una nueva oportunidad para reencontrarse.

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Renacimiento, Florencia, Italia

Italia renacía en todo su esplendor, y en una de sus más bellas ciudades, un joven aprendiz de artista llamado Leonardo observaba una pintura a medio terminar. El retrato mostraba a un hombre de ojos intensos, llenos de fuerza y vulnerabilidad. Su maestro le había encargado completar la obra, pero Leonardo no lograba deshacerse de la extraña sensación de familiaridad cada vez que contemplaba ese rostro. En su mente, este hombre era Aquiles.

Un día, Leonardo conoció a Francesco, un poeta con la mirada melancólica y el porte de un héroe antiguo. Al verse, sus manos se apretaron en un apretón duradero, como si recordaran un pacto que no podían nombrar. Con cada conversación, el mundo a su alrededor parecía desvanecerse, hasta que solo quedaban ellos dos. Se entendían con miradas, risas y silencios, y pronto se dieron cuenta de que compartían los mismos sueños de una vida pasada, de un campo de batalla y un amor inmortal.

Leonardo y Francesco pasaron muchas noches hablando sobre sus visiones. En una de esas noches, compartieron un beso lleno de nostalgia y un amor indescriptible, pero al amanecer siguiente, Francesco se despidió, dejando a Leonardo solo. Las circunstancias no les permitieron unirse, y las almas de Aquiles y Patroclo permanecieron en el limbo una vez más.

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Francia, Primera Guerra Mundial

En medio de las trincheras y el barro de la Primera Guerra Mundial, dos soldados, Jean y Pierre, compartían una amistad única en medio de un infierno de sangre y pólvora. Desde el primer día, cuando Jean vio a Pierre caminando por el campamento, algo se encendió en su pecho. Cada vez que estaban juntos, era como si el mundo entero desapareciera, y solo quedaran ellos dos en un espacio de paz en medio del caos.

Jean sentía un amor profundo, pero nunca se atrevió a expresarlo. Sabía que sus sentimientos eran un secreto, un susurro silencioso entre los dos. Durante meses, compartieron risas, temores y momentos de ternura en la soledad de las noches de guerra. A veces, Pierre le tomaba la mano en medio de la oscuridad, y Jean sentía como si algo más profundo estuviera latiendo entre ellos.

Sin embargo, la tragedia los alcanzó. Una noche, Pierre fue alcanzado por la metralla en un ataque sorpresa. Jean lo sostuvo mientras la vida se escapaba de su cuerpo, recordando un juramento hecho en otra vida. Una promesa de amor eterno. Jean susurró: "Nos encontraremos de nuevo, lo prometo". Y en lo profundo de su ser, supo que algún día sus almas se reunirían una vez más.

El después era cruel y despiadado y fue el mismo destino quien decreto que la vida de ambos terminará igual como termino siglos atrás en la vida donde su amor y tragedia comenzaron como un acto de hironia cruel.

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Actualidad, Nueva York

La vida moderna era rápida y ruidosa. En Nueva York, miles de rostros cruzaban las calles y se perdían en la multitud. Pero para Alex, estudiante de historia antigua, el bullicio de la ciudad no podía llenar el vacío inexplicable que sentía en su interior. Durante años, Alex había soñado con un rostro borroso, con ojos que parecían atravesar su alma y le hablaban en un lenguaje sin palabras.

Una tarde, mientras paseaba por una galería de arte, Alex se detuvo frente a una estatua griega de mármol, una representación de Aquiles. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Era como si algo en su interior despertara de un largo sueño.

Y entonces, lo vio. A pocos metros de distancia, un joven de cabello rizado y piel morena contemplaba la misma estatua. Alex sintió que su corazón se detenía. No sabía quién era, pero algo en él gritaba que lo conocía. El chico levantó la vista y sus miradas se encontraron. Durante unos segundos, el tiempo se detuvo, y en ese silencio, ambos supieron quién era el otro.

El chico sonrió y se acercó. "Me llamo Peter", dijo, con una voz suave y familiar.

"Alex", respondió, con la voz temblorosa y el corazón latiendo fuerte. Ninguno de los dos se atrevió a decirlo, pero ambos sentían que acababan de cumplir una promesa hecha hacía milenios.

Aquel encuentro casual se transformó en una larga caminata por Central Park. Mientras caminaban, cada uno sentía que estaba recuperando una parte de su alma. No necesitaron palabras para recordar: se reconocían en la manera en que Peter apoyaba su hombro en Alex, o cómo Alex pasaba su mano por el cabello de Peter. No eran solo dos jóvenes; eran dos almas que habían esperado y buscado a lo largo de los siglos, y finalmente estaban juntos.

Aquella noche, bajo el cielo estrellado de Nueva York, Alex y Peter se tomaron de las manos. Sin importar cómo hubiera cambiado el mundo, o cuántas vidas les había costado llegar a ese momento, sabían que esta vez no dejarían que nada los separara.

"Te he encontrado al fin", susurró Alex, mientras las lágrimas caían de sus ojos. Peter lo abrazó, y en ese instante, ambos sintieron que todas las heridas de sus vidas pasadas se curaban. Estaban juntos, y nada podría deshacer ese amor que había nacido en la antigüedad y sobrevivido hasta el presente.

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Ese día fue el primero de muchos para Alex y Peter, quienes ahora podían disfrutar de su amor libremente. Cada abrazo y cada palabra eran una promesa cumplida, una reafirmación de su amor eterno. La historia de Aquiles y Patroclo había vuelto a la vida, y esta vez, sus almas no volverían a separarse.

El hilo de los siglosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora