El Infinito, el bucle eterno sin salida disfrazado...

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Capítulo 1: La Confusión del Comienzo



Todo era confuso, un laberinto de recuerdos enredados y sombras. Tal vez fue en la escuela, donde se dio cuenta de que la infancia no era el refugio dorado que le habían prometido. Los rostros a su alrededor parecían estar corrompidos por una especie de enfermedad, una podredumbre que emanaba de sus almas y se infiltraba en la inocencia que una vez había tenido.



Pensó que la amistad sería un bálsamo, un antídoto contra el veneno del mundo. Pero pronto se dio cuenta de que las sonrisas eran solo máscaras, y los abrazos, trampas disfrazadas de calidez. La televisión había hecho su parte, programando su mente con sueños que no eran más que espejismos. Vivía en una burbuja, pero esa burbuja no era un refugio; era una prisión.



Cada día, la perfección de su niñez se desmoronaba un poco más, revelando la cruda realidad que se escondía bajo la superficie. A medida que crecía, sus ojos se abrían a la verdad de la humanidad: un espectáculo grotesco de egoísmo y desesperación. Las sonrisas ocultaban dientes afilados, y las promesas se desvanecían como el humo. El mundo se revelaba como un teatro de sombras, donde cada acto era más pervertido que el anterior.



Empezó a preguntarse qué merecía la humanidad de ella. La verdad, en su mente retorcida, era que no merecía nada. La misantropía no había sido una elección consciente; era un destino al que había llegado sin quererlo, un refugio de la desesperanza. La palabra resonaba en su mente como un eco, un mantra que le recordaba que no estaba sola en su desdén. Se sentía atrapada en un ciclo de entrega y traición, ofreciendo su amistad sincera y su amor genuino, solo para recibir desdén a cambio.



Ella era un ser de luz, despojada de su brillo, transformada en una sombra. Las personas que alguna vez importaron se convirtieron en meras manchas en su memoria, difusas y olvidadas. La lucha interna la consumía: había dañado a aquellos que se acercaron a ella, dejándolos más rotos que antes.



Y en la noche, cuando la soledad se convertía en su compañera más fiel, la oscuridad revelaba sus verdaderos colores. ¿Realmente le importaban? ¿O solo era un eco de su pasado, lleno de mentiras que ya no podía contener? Cada pregunta era un hilo que tiraba de su mente, llevándola más cerca del borde, donde el abismo la esperaba con los brazos abiertos.



Capitulo 2: Reflejos de una Realidad Cruel



Ella salió impresionada, atrapada en la incredulidad de que un ser humano pudiera llegar a hacer lo que ella había hecho. No era tanto el acto en sí, sino lo que esa experiencia la había convertido: un camaleón emocional, exhibiendo un rostro diferente con cada decepción que le infligían. La gente le otorgaba una pizca de fe, un destello de confianza, pero con el tiempo, eso se desvanecía como la bruma en la mañana. Sin que ellos lo supieran, llevaban en su mochila su ego, su autoestima, asesinando cada parte de su ser en un silencio ensordecedor. Nunca habló de ello. Siempre había sido un cero a la izquierda, y en ese rol encontraba una paz engañosa. Pero cuando realmente necesitaba a alguien, ella siempre estaba presente, mientras que ellos nunca se aparecían. La soledad se transformó en su compañera más leal; su vida se volvió un fraude, y así aprendió a estar sola, atrapada entre la cruel realidad y una ficción de la que no podía escapar.



A medida que crecía, las dudas la asediaban: ¿hasta dónde podría llegar el ser humano? ¿Qué tan podrido podría estar para hacer lo que ella había querido hacer? Comenzó a cuestionar el amor, esa construcción social a la que nos enseñan a rendir pleitesía. La verdad la golpeó: el amor, en muchos casos, no era más que dependencia emocional disfrazada de afecto. ¿Existía realmente el amor incondicional de los padres? Se preguntaba si, al proclamar su amor, estarían dispuestos a dejarlo todo por ella. La respuesta, dolorosa y clara, fue un no rotundo. Fue tras un accidente cerebral, un derrame que la obligó a enfrentarse a su propia vida, cuando comprendió que lo que ella llamaba "mamá" no la quería; más bien, la manipulaba para mantenerla atada a un ciclo de culpa y sufrimiento. La verdad se escondía tras la sombra de la enfermedad, pero su conclusión era irrefutable: los padres no te quieren como dicen.

Fragmento de una mente desfragmentada
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