Nightmares

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Holi, este es el primer capitulo. Recuerden que esta historia tiene múltiples Povs y puede que se confundan, pero esta primera parte va ha estar narrada desde el punto de vista de Livy ( la media-hermana de Percy). Disfruten el cap y dejen sus comentarios y votos 

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Una tenue luz iluminaba el silencioso pasillo de la sala de oncología, proyectando sombras largas y difusas sobre las paredes blancas e impolutas. A lo lejos, se escuchaba el murmullo lejano de las máquinas, el goteo constante de los goteros, y el eco sordo de pasos apresurados. La atmósfera estaba cargada de una quietud pesada, una quietud que respiraba dolor, pero también esperanza rota. El hospital, con sus pasillos infinitos, estaba impregnado de historias que no se contaban, de vidas entrelazadas por la enfermedad, la lucha y, en muchos casos, la despedida.


Sentada en una silla cerca de la ventana, había una joven, su rostro pálido y delgado como el de un niño, su cabello negro y largo caía en mechones desordenados, cubriéndole casi por completo la mitad de la cara. El caos de su apariencia era una manifestación silenciosa de lo que se escondía en su interior. Sus ojos, dos espejos verdes profundamente tristes, estaban hinchados por el llanto reciente, sus parpadeos lentos y su respiración errática. Me quedé mirándola desde lejos, sin atreverme a acercarme demasiado, como si temiera interrumpir su dolor, o quizás por miedo a lo que podría descubrir en sus ojos.


Sus manos temblaban, apenas sostenían las telas de su ropa, que parecía demasiado grande para ella, como si hubiera sido puesta sin cuidado, como un disfraz de alguien que ya no reconocía. Había algo en su fragilidad, en su silencio, que me atravesó de inmediato. No parecía estar esperando a nadie, al menos no a alguien que fuera a llegar pronto. La soledad se sentía pesada a su alrededor, como una sombra silenciosa que la rodeaba.


Al otro lado del pasillo, una puerta se abrió con un leve chirrido, y un doctor salió, vestido con la bata de cirugía que ya comenzaba a deslavarse con el sudor y el agotamiento de horas de trabajo. Aquel médico no era el primero en pasar por allí, pero algo en él me detuvo. Su rostro serio, su andar firme, no parecían ser los de alguien que estuviera acostumbrado a dar buenas noticias. Un resplandor de duda se coló en mi pecho, pero no supe cómo reaccionar.


La niña, al ver al doctor, se levantó de un salto, su cuerpo parecía temblar con la tensión acumulada, pero sus pasos eran firmes, decididos, como si en algún rincón de su ser supiera que ya no había más espera posible. Se acercó al médico, le hizo una pregunta, y él, con un movimiento sutil de la cabeza, negó lo que fuera que ella esperara escuchar. En ese instante, su rostro pasó de la esperanza al desdén. Los ojos de la pequeña perdieron el brillo que habían tenido un segundo antes. La chispa de su esperanza se evaporó como el rocío en la mañana.


Entonces, las manos de la niña se fueron a su cabeza, y sus piernas, al parecer incapaces de sostener su propio peso, cedieron. Cayó al suelo con un sonido sordo, desmoronándose como si todo su cuerpo estuviera tan agotado que ya no le quedaba fuerza para sostenerse. En ese momento, los sollozos comenzaron a salir de su garganta, cada uno un grito mudo de desesperación. El sonido de su dolor me atravesó de una manera tan directa que me quedé clavada en el suelo, incapaz de moverme. Fue como si ese llanto fuera mío, como si yo misma estuviera hundiéndome en la misma pena y angustia. No entendía lo que estaba pasando, pero podía sentir su dolor como si fuera propio.


El doctor, al verla caída en el suelo, reaccionó rápidamente, se acercó a ella con calma, la ayudó a ponerse de pie, y la sentó de nuevo en la silla. Sin embargo, sus ojos, al mirarme por un instante, parecían decir algo que no lograba comprender. Había algo que me había quedado grabado en la mente, algo en el aire que se había transformado en un grito silencioso, pero que no podía entender. De repente, noté algo que había pasado por alto antes: alrededor del cuello de la niña colgaba un pequeño dije en forma de delfín. Fue una imagen tan desconcertante, tan peculiar, que mi mente comenzó a dar vueltas, buscando explicaciones que no encontraba. ¿Por qué un delfín? ¿Qué tenía que ver un delfín con todo esto?

Una vida contigo - Libro UnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora