Prologo

24 1 0
                                    

No tengo muchos recuerdos del mundo exterior. Solo sombras, rostros que se desvanecen. Pero sí recuerdo esto: era un guerrero, un luchador que vivía para el combate, con las manos manchadas de un propósito claro, pero oscuro. Usaba mis puños para algo simple, directo y brutal: terminar vidas. No había paz en lo que hacía, solo el impacto, el choque de mi carne y hueso contra otros. Era un camino que no dejaba lugar para la duda, ni para el arrepentimiento.

Entonces, alguien notó algo en mí, algo que no lograba comprender del todo. Me observaron en silencio, midiendo cada golpe, cada movimiento, como si estudiaran algo más profundo que el combate. Yo no me daba cuenta, ni me importaba. Pero ellos... sí. En algún momento, decidieron que ya no era parte del mundo exterior, que mis habilidades superaban lo que cualquiera debería alcanzar. Así que me enviaron aquí, a este lugar extraño, lejos de lo que conocía.

Me llamo Li Wei. Nací en China, y cuando todo esto comenzó, solo tenía 18 años. Para entonces, no era nada más que un chico con hambre de pelea, obsesionado con el dominio del arte de mis puños. Nunca imaginé en qué terminaría aquella vida, ni en el lugar en el que ahora me encuentro, donde las reglas de la naturaleza parecieran... Haberse suspendido. Pero no quiero adelantarme. Eso vendrá después.

Hoy tengo una vida muy distinta, estoy casado con una persona que me enseñó más de lo que creía posible. Es alguien que logró algo que yo mismo había intentado toda mi vida: encontrar paz en el combate. Y si hoy soy alguien nuevo, sin duda es gracias a ella. Pero eso es otra historia que me llevaría horas contar. Empezaré por el principio, por aquellos días en el mundo exterior, y en la China de 1892.

Era una época oscura. En los pueblos corrían historias de seres que acechaban al caer el sol: criaturas extrañas, demonios de apariencia humana y a veces no tanto, a los que la gente llamaba "yokai." No todos creían en ellos, pero yo... yo los había visto. Sabía que eran reales. Y sabía que, aunque tenían una naturaleza salvaje, muchos de ellos eran inteligentes, mortales. Para alguien como yo, con poca fe en los dioses y menos aún en los hombres, solo quedaba un camino claro: volverse más fuerte. No importaba contra quién tuviera que luchar.

Comencé mi entrenamiento de niño, sin maestro y sin disciplina, aprendiendo de peleas callejeras y observando a luchadores de más experiencia. No entrenaba por honor ni por gloria; mi meta era la supervivencia, la única ley que conocía. El Kung Fu que dominé no era el arte de la paz o la paciencia; era un arma. Me convirtió en un luchador temido, alguien que solo entendía de extremos. Los enemigos no eran rivales, eran amenazas, y yo no dudaba en usar todo lo que tenía para eliminarlos.

Fue en esa época cuando algo en mí comenzó a cambiar. Un impulso, una chispa que no me dejaba en paz. No sabía qué lo había despertado, pero me veía atraído a enfrentar a esos yokai de los que la gente tanto hablaba. En algún rincón de mi ser, algo me impulsaba a probar mis habilidades contra criaturas que ningún hombre debería buscar. Y aunque las historias de yokai asustaban a los aldeanos, a mí solo me provocaban curiosidad. Tal vez fue esa misma curiosidad la que me llevó a cruzar la línea, a convertirme en algo... Distinto.

Poco a poco, esa vida de combate sin descanso y de encuentros sangrientos me transformó. Dejé de ser solo un luchador y me convertí en un cazador. No lo buscaba, pero la violencia y la brutalidad se volvieron parte de mí, como el filo de una espada que, sin descanso, busca nuevos desafíos. Y sin embargo, en ese entonces, no veía nada malo en ello.

¿Quién iba a imaginar que, después de tanto, acabaría aquí, contando mi historia a alguien que nunca conoció ese lado de mí?

Era otra típica noche en China, o al menos eso parecía. La luna llena colgaba en el cielo, rodeada por nubes tenues que apenas dejaban pasar su luz, iluminando el camino de tierra que serpenteaba entre los árboles. Pero esa noche era especial para mí. Con un bulto de equipaje colgado al hombro, una mochila que no me pertenecía llena de comida, agua y todo lo que había podido "tomar prestado" de los mercados de las afueras, me dispuse a salir a buscar algo que hasta entonces solo había conocido en rumores: los yokai.

Kármico (OC x Hong Meiling)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora