Esto... No es más que un refugio para quienes huyen de la realidad; un lugar donde la sombra y la luz se entrelazan en un mismo silencio.
Así comenzaría este capítulo. Cada uno de estos versos, de estas frases, esconde algo que aprendí con el tiempo, entre poesía y peleas. La tranquilidad que me daban esos pensamientos era suficiente para volver cada jornada a mi punto de partida.
Volvía al pueblo aquella noche, el sabor del pastel de luna aún fresco en mi boca y la mente en calma después del enfrentamiento con el rokurokubi. Las casas se veían en el horizonte, sus luces tenues me guiaban mientras caminaba sin prisas. Pero esa paz duró poco.
A medida que me acercaba, los sonidos del bosque fueron reemplazados por algo más oscuro, más tenso. Un grito, y luego otro, rompieron el silencio, haciendo eco en la noche. Me detuve, escuchando. Los gritos no eran de celebración ni de pelea entre aldeanos; eran gritos de miedo, de puro terror. El aire vibraba con el pánico, y pronto distinguí lo que parecían voces inhumanas, guturales y distorsionadas. Susurraban algo entre risas, palabras que solo entendí al acercarme más.
—El miedo... El miedo es lo que nos da fuerza —Decía una voz.
—Cuanto más griten, más poder nos entregan —Respondía otra, entre carcajadas siniestras.
El pulso me empezó a latir con fuerza. Yokais. No había duda. El mismo tipo de criaturas que había enfrentado en el bosque, ahora merodeaban el pueblo. Parecía que no solo querían asustar a la gente; querían drenar su energía, alimentarse de la desesperación que causaban.
Aceleré el paso, tragando el último bocado mientras ajustaba la mochila en mi hombro. Mi mente se concentraba en las posibles rutas para llegar antes al centro del pueblo y enfrentar a estas criaturas.
Me detuve en seco al acercarme a la entrada del pueblo, y la duda me golpeó como un puñetazo al pecho. Si un solo yokai me había costado tanto, ¿Qué haría contra varios? La idea de enfrentarme a una horda de esas criaturas hacía que mi mente tambaleara. Podía oír los gritos de los aldeanos, cada uno clavándose en mi cabeza, recordándome que no había tiempo para dudar. Pero aún así... ¿Podría salir vivo de esto?
La respuesta era clara: en Kung Fu, como lo había practicado hasta ahora, no me alcanzaría. Necesitaría algo más rápido, más letal. Un arte que evitaba usar, que había dejado en las sombras de mi aprendizaje: el Wing Chun. Sabía que si dependía de él, mi estilo cambiaría por completo. No sería una simple pelea de defensa o de honor... Sería una lucha a muerte.
Pero otra vez, el miedo empezó a agobiarme, y muchos pensamientos me cruzó la mente. ¿Y si fallaba? ¿Y si me superaban? Sentía que cada paso se hacía más pesado. Me imaginaba a los aldeanos atrapados entre yokais, sin poder huir, rodeados por el peligro. La desesperación empezaba a teñir cada pensamiento.
Finalmente, solté un largo suspiro y me obligué a dejar esos pensamientos atrás. Me centré en mi respiración, sintiendo cómo cada inhalación y exhalación me traían de regreso al momento presente. Si me dejaba dominar por el miedo, mi mente no podría reaccionar a tiempo. Había aprendido que para ganar debía tener la mente tan despejada como el cielo después de la tormenta. No importaba la dificultad; debía confiar en mis manos, en lo que habían sido entrenadas para hacer.
Entonces, con una calma renovada, di un paso, luego otro. Me acerqué al pueblo, con la determinación en la mirada y el corazón preparado para lo que viniera. Quizás esta sería la noche en la que demostraría que no era solo un peleador buscando conflicto.
Entré al pueblo y el panorama era peor de lo que imaginaba. Yokais de todo tipo acechaban a los aldeanos, sus formas monstruosas y ojos brillantes causando que la gente retrocediera con miedo. Algunos yokais lanzaban carcajadas roncas, otros movían sus cuerpos de formas antinaturales, disfrutando del terror que habían desatado. Era una escena de caos, con las sombras estirándose mientras las criaturas se alimentaban del pánico como si fuera su propio combustible.
ESTÁS LEYENDO
Kármico (OC x Hong Meiling)
PertualanganEl Kung Fu no es solo fuerza o destreza; es algo más profundo, algo que llevas en la sangre. Desde que puedo recordar, cada movimiento que aprendí fue una lección de vida, un golpe que me enseñaba a dominarme a mí mismo antes de dominar a otros. En...