Era un atardecer dorado en la costa de Amalfi. Las olas rompían suavemente contra los acantilados y el sol teñía el mar de tonos rojizos y naranjas. Bianca, una joven con ojos tan oscuros como el mar profundo, vivía en una villa antigua en la cima de una colina. Rodeada de flores de jazmín y buganvilias, tenía todo lo que cualquiera pudiera desear, excepto lo que realmente anhelaba: libertad y amor verdadero.
Un verano conoció a Salvatore, un hombre enigmático con una sonrisa pícara y una pasión desenfrenada por la vida. Decían que era hijo de un conde italiano, pero también se rumoraba que tenía negocios turbios con personajes oscuros de la ciudad. Cada noche, Bianca se encontraba con él en secreto, en el bar de un hotel escondido en una callecita, donde el jazz suave y las copas de vino la hacían sentir viva. Con Salvatore todo era un juego de luces y sombras; él la miraba como si solo ella existiera, y su risa era tan adictiva como peligrosa.
Las noches se convirtieron en un laberinto de susurros y promesas. Él le hablaba en italiano, le susurraba que algún día se escaparían juntos a lugares lejanos. Bianca se perdió en sus palabras, creyendo que finalmente había encontrado algo que valía la pena arriesgar. Pero, en el fondo, sabía que Salvatore era un misterio imposible de resolver. Había algo en su mirada que siempre se mantenía oculto, una sombra de secretos que nunca compartiría.
Una noche de luna llena, Bianca lo esperó en la playa, en su rincón favorito. Habían planeado huir juntos, dejar atrás sus vidas y empezar de cero. Sin embargo, él nunca llegó. Horas después, una nota apareció en su buzón: “No llores, tesoro mío. Siempre serás mi Bianca, pero no soy el hombre que creías. Mantén esta noche en tu memoria, porque yo te recordaré para siempre. Ciao, amore mio”.
Bianca se quedó en silencio, el viento soplando alrededor, llevándose sus lágrimas hacia el mar. La promesa rota la dejó con una herida que no sanaría fácilmente, y aunque cada verano regresaba a esa playa con la esperanza de verlo, sabía que su amor prohibido con Salvatore viviría solo en sus recuerdos y en las melodías tristes del jazz.
Desde entonces, cada noche en Amalfi, alguien toca una canción para Salvatore en el bar del hotel, y los locales dicen que es Bianca quien aún, entre los fantasmas del pasado, busca los pedazos de su corazón en las notas de esa canción.
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Esta Historia Me Suena
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