Isabel bajó del autobús y se quedó inmóvil unos segundos, observando su alrededor con una mezcla de asombro y nostalgia. La pequeña ciudad donde creció parecía casi detenida en el tiempo, pero para ella, cada rincón guardaba un recuerdo, una emoción que creía haber dejado atrás. No era solo la familiaridad del paisaje lo que la hacía sentir así; era esa sensación de regresar a un lugar que conocía profundamente, aunque ella misma había cambiado en estos diez años fuera.
Avanzó por las calles empedradas, inhalando el aire limpio y fresco que tanto extrañaba. Sentía una calidez inexplicable, como si la ciudad la estuviera acogiendo nuevamente en sus brazos. Sus pasos la llevaron, casi sin pensarlo, hasta el café donde solía reunirse con su mejor amigo, Mateo. Pasaron tantas tardes en ese lugar, compartiendo sueños, risas y confidencias que ahora se sentían lejanos, casi como un sueño.
Con el corazón latiendo a mil por hora, empujó la puerta del café y, alt instante, lo vio. Mateo estaba ahí, sentado en su mesa de siempre, con la mirada perdida en el café que sostenía en sus manos. Parecía inmerso en sus pensamientos, y, por un instante, Isabel se detuvo, sintiendo un torrente de emociones encontradas. Él había sido su ancla, su amigo y confidente, pero también el motivo de muchas noches en las que se preguntaba qué habría sido de su vida si no se hubiera ido.
Finalmente, se acercó.
—¿Mateo? —dijo, con una voz que apenas era un susurro, casi temiendo que fuera solo una ilusión.
Mateo levantó la mirada, y sus ojos se encontraron con los de Isabel. Al principio, su expresión reflejó sorpresa, pero luego, como si la reconociera de inmediato, una cálida sonrisa se dibujó en su rostro.
—Isabel... ¿eres tú? —preguntó, aún incrédulo.
Isabel sintió un nudo en la garganta. Verlo ahí, después de tantos años, le resultaba tan familiar y, al mismo tiempo, tan extraño. Era como si el tiempo no hubiera pasado, y, al mismo tiempo, como si hubieran vivido vidas completamente distintas.
—Sí —respondió, intentando controlar su voz—. No podía irme sin pasar a verte.
Mateo se levantó de la silla y, sin decir nada más, la abrazó. Fue un abrazo cálido y sincero, lleno de todo lo que no se dijeron en esos años de distancia. Ambos cerraron los ojos, dejándose envolver por la emoción de ese reencuentro.
—Diez años sin saber de ti… pensé que ya no volvería a verte —susurró Mateo mientras se separaba ligeramente para mirarla—. Has cambiado, pero, al verte, me di cuenta de que sigues siendo tú.
—A veces siento que apenas ha pasado el tiempo —dijo Isabel, soltando una risa nerviosa—. Y otras, que he vivido varias vidas desde que me fui.
Mateo la miró con curiosidad, captando la mezcla de emociones en sus palabras. Con un gesto amable, le señaló la silla frente a él, invitándola a sentarse.
—Cuéntame —dijo, con esa voz suave que siempre la hacía sentir en casa—. ¿Cómo te ha ido?
Isabel suspiró, tomando asiento. No sabía por dónde empezar. Había tantas cosas que contar, y, sin embargo, sentía que ninguna palabra sería suficiente para explicarle todo lo que había vivido y lo que la había llevado de vuelta a casa.
—Ha sido un viaje… interesante —empezó, eligiendo sus palabras con cuidado—. La ciudad es maravillosa, Mateo. Pero hace un tiempo empecé a sentir que… que algo me faltaba. —Lo miró a los ojos, y sus palabras salieron casi sin querer—. Extraño esto. Extraño a las personas de aquí. A ti.
Mateo desvió la mirada por un instante, como si intentara asimilar lo que ella acababa de decir. Luego, sonrió y se atrevió a mirarla de nuevo, sus ojos reflejando una mezcla de ternura y nostalgia.
—Isabel, yo también te he extrañado, más de lo que imaginas. No hubo un solo día en que no me preguntara dónde estabas, qué estarías haciendo… o si alguna vez volverías.
Hubo un breve silencio entre ellos, cargado de todo lo que querían decir y no sabían cómo expresar. Parecía increíble que, después de tantos años, se sentaran ahí, en el mismo café, como si el tiempo no los hubiera separado. Isabel, nerviosa por la intensidad del momento, sonrió para aliviar la tensión.
—Bueno —dijo, con una pequeña sonrisa—, ¿crees que esta vez podrías enseñarme a hacer café como el tuyo? Nunca logré prepararlo bien cuando me mudé.
Mateo soltó una carcajada suave, un sonido que Isabel había extrañado más de lo que habría admitido. Luego, la miró con picardía.
—Será un placer enseñarte todos mis secretos —dijo, inclinándose un poco hacia ella—, pero tienes que prometerme algo: que esta vez no te vas a escapar tan pronto.
Isabel sintió cómo el calor subía a sus mejillas, y por un instante, no supo qué decir. Ese simple comentario, dicho con una mezcla de humor y sinceridad, hizo que se diera cuenta de cuánto había añorado esa conexión entre ellos.
—Prometido, Mateo. No tengo prisa en irme.
La conversación continuó, entre risas y anécdotas de su pasado compartido. Poco a poco, la distancia de diez años se fue desvaneciendo, dejando solo la cercanía y la complicidad que siempre habían tenido. Aquella noche, sin que ninguno de los dos lo mencionara, ambos sintieron que algo especial había renacido entre ellos, como una chispa que había permanecido latente.
Muchas Grax por leer! Mañana subo parte 2!!
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LA ÚLTIMA CARTA
RomanceLa última carta Isabel y Mateo compartieron una amistad que marcó sus vidas, llena de sueños y secretos, hasta que la distancia los separó. Isabel se fue de su pequeña ciudad en busca de nuevos horizontes, dejando atrás más que solo amigos. Ahora, d...