Prólogo

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Salem, Massachusetts, 1693.

El ambiente frió combinado con ese silencio espeso se sentía como un extraño panorama preparado para acabar en las misma posición de esas capas regadas que adornaban la tierra en algunos kilómetros lejos. Las ráfagas de viento que pasaban por su cuerpo descendiendo del aire llevaban consigo hojas que se sentían como un cuchillo que rasgaba hasta atravesar hasta lo más profundo de una miserable alma cargada de confusión, furor, y libertad.

El poder aún corría por su cuerpo dando pequeñas descargas de adrenalina en sus venas de manera incontrolable, pero tampoco quería controlarlo. En ese instante se sentía invencible sobre cualquier otro ser en ese maldito pueblo.

El crujido de las hojas llegó en tanto su cuerpo tocó tierra, era un sonido imparable mientras se adentraba cada vez más en ese oscuro y siniestro bosque corriendo por su vida mientras miraba constantemente hacia atrás, como si huyera de alguien que ya ni siquiera podría perseguirla. Su cuerpo jadeante se detuvo al encontrar frente a sus ojos un tronco gigantesco lleno de musgo y hongos, sabía que en ese momento con solo mirarlo y mover su dedo meñique se haría trizas, pero al contrario, sin poder más se desplomó sin fuerzas recargándose sobre el mientras miraba hacia la oscuridad que le rodeaba. La mano fría y pálida aún resguardaba lo que había tomado antes de huir, y al finalmente tener un poco de aire en sus pulmones concentró su atención en nada más que ello.

El tiempo corría, su cabeza seguía en blanco mientras sus ojos vidriosos miraban sin despegarse ese relicario, acompañada por ese mismo silencio hiriente que le había perseguido desde que lo hizo, y después de lo que parecieron horas, la reacción que no podría ocultarse a sí misma apareció en contra de sus propios límites.

—Q-qué...qué fue lo que...hice..?

Las lágrimas comenzaron a derramarse sin cesar por su rostro, su corazón latía a un ritmo desenfrenado, y su cuerpo comenzó a temblar mientras se acurrucaba a si misma en esa grama húmeda de rocío.

—Yo...yo podía aprender... a controlarlo.

Se decía a sí misma como si alguien la señalara una vez más.

El viento derrepente comenzó a soplar más fuerte a su alrededor, las hojas comenzaron a hacer un ruido que recorría todo el lugar causando que sus bellos se erizaran en contra de su voluntad, pero nada le importaba ahora mientras se recargaba en el tronco sucio en busca de estabilidad. Su agarre se intensificó sobre el relicario que mantenía en su palma, apretándolo tan fuerte mientras una llama morada se desprendía de esta alertándole que el control estaba perdiéndose.

—Y-yo podía...

Las palabras se estancaron en su garganta, sintiéndose como cortes que atravesaban sin pudor.

—Yo podía ser...

Su mano ardía mientras el relicario atravesaba capas de su piel derramando gotas de su propia sangre sobre su ropa sucia.

—Yo poda ser buena, madre...

Susurro en un hilo de voz como si suplicara una vez más a alguien que ya no existía.

Y aún en ese ambiente tortuoso de un alma corrompida, en donde todo parecía comenzar a hundirla aún más en la oscuridad, una energía verde se paseaba lentamente a la lejanía sin ser descubierta.

Los ojos azules se alzaron con rapidez en tanto un ruido estruendoso llegó a sus orejas. Un brillo rojo y amarillo era creciente a unos cuantos metros de donde estaba su cuerpo tembloroso, y con cierto pavor se escondió aún más en esa poca oscuridad.

𝐀𝐆𝐀𝐓𝐇𝐀𝐑𝐈𝐎: "𝐓𝐮 𝐫𝐨𝐬𝐭𝐫𝐨"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora