La luz de la mañana entraba por las grandes ventanas del comedor de la mansión, bañando el espacio en un resplandor cálido. Estaba sentada en la cabecera de la mesa, disfrutando de una taza de café mientras hojeaba una revista. Nicolás, mi esposo, revisaba algunos documentos al otro lado de la mesa, completamente inmerso en su lectura.
—Buenos días, mi amor —dijo él, levantando la vista y sonriéndome.
—Buenos días, cariño. ¿Todo bien? —respondí, dejando la revista a un lado.
Nicolás asintió y guardó los papeles en un portafolio negro. Inspiró hondo antes de hablar, como si quisiera preparar el terreno.
—Voy a tener que viajar a Alemania —anunció, con un tono que intentaba ser casual.
Arquée una ceja, sorprendida. —¿Cuándo nos vamos?
Nicolás se aclaró la garganta, algo incómodo. —Iré solo esta vez.
—¿Solo? —repetí, desconcertada. No solíamos viajar separados; siempre encontrábamos la manera de acompañarse.
—Sí. Necesito que vayas a Brasil por mí —explicó, mirándome con una mezcla de cariño y seriedad.
Dejé mi taza en la mesa y lo miré fijamente, buscando entender la situación. —¿A Brasil? ¿Para qué?
—Hay una reunión importante. Un equipo de fútbol ha mostrado interés en que representemos a uno de sus jugadores, y es fundamental que alguien de la empresa esté presente para negociar los términos —explicó, con el tono profesional que tanto admiraba de él.
—¿Y tú no puedes ir? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta. Nicolás siempre tenía múltiples compromisos al mismo tiempo.
—No esta vez, Isa. Es una oportunidad que no podemos dejar pasar, y tú tienes el carisma y la inteligencia para manejar esto. Confío en ti.
Asentí lentamente, aún procesando la información. —¿Cuándo tengo que viajar?
—Mañana mismo —respondió él, dándome una sonrisa suave que intentaba tranquilizarme.
—¿Y cuánto tiempo estaré allá? —pregunté, ya calculando mentalmente lo que necesitaría empacar.
—Al menos dos semanas. Pero si conseguimos el contrato, probablemente tengamos que mudarnos a Brasil.
Lo miré sorprendida. Mudarse a otro país era un cambio enorme, pero la posibilidad de estar a su lado en cada proyecto que él emprendía era lo que me hacía sentirme completa.
—Entiendo... —murmuré, volviendo a sonreírle. —¿Y tú cuándo te vas a Alemania?
—Mañana también. —Suspiró, como si la idea de separarse le pesara tanto como a mi.
Nos miramos en silencio, compartiendo una conexión que no necesitaba palabras. Ambos sabíamos que nuestras vidas estaban llenas de viajes, reuniones y responsabilidades, pero también de amor y complicidad.
—Entonces... —rompí el silencio— parece que tenemos un día para preparar maletas.
Nicolás asintió y tomó mi mano desde el otro lado de la mesa. —Hoy es nuestro. Aprovechemos cada minuto.
Después de terminar el desayuno, pasamos el resto del día juntos, organizando las maletas y asegurándonos de que no faltara nada para nuestros respectivos viajes. Cada instante estaba impregnado de cariño, desde el doblar de las camisas hasta las miradas que se cruzaban cada tanto, recordándonos que, aunque estuviéramos separados por un tiempo, nuestro amor y nuestro compromiso seguían tan fuertes como el primer día.