Luz

One Shot

El aguacero incesante coincidía con el estado de ánimo deprimente que se había instalado en Lois. Las gotas de lluvia caían unas tras otras por las ventanillas del coche mientras la familia regresaba a casa, con el peso del cansancio en sus suspiros. Indispuesta y cansada, Lois no podía librarse del malestar que se había instalado en su interior.

Cuando entraron en el camino de entrada, el rostro de Lois mostraba las líneas de una mujer que había soportado mucho más de lo que merecía. Su ceño fruncido y sus labios fruncidos hablaban de días que la habían agotado. La lluvia golpeaba el techo del coche, añadiendo un ritmo implacable a su irritación.

—Entremos rápido —instó Hal, con la atención fija en los niños. Su entusiasmo por escapar de la lluvia era similar al de ella, pero el acto de moverse parecía casi insoportable. Cada paso parecía una montaña que escalar.

Finalmente, llegó el momento de salir del coche. Cuando el pie de Lois tocó el pavimento resbaladizo, se le resbaló. El tiempo pareció dilatarse mientras ella caía hacia delante y su cuerpo golpeó el suelo sin contemplaciones. Un grito de sorpresa escapó de sus labios cuando aterrizó boca abajo en el barro, la tierra húmeda se filtró en su ropa y sintió un abrazo helado contra su piel.

El barro se le pegaba, una segunda piel no deseada que añadía un insulto a su día ya de por sí difícil. Parpadeó para quitarse el agua de lluvia de los ojos y miró hacia arriba, esperando que su familia la rescatara rápidamente. En cambio, su mirada se posó en Hal, Dewey y Reese, que ya estaban a medio camino de la puerta principal, de espaldas a ella, ajenos a todo.

El dolor del abandono hizo que las lágrimas brotaran de los ojos de Lois, que se mezclaron con la lluvia y el barro que le caían por las mejillas. Se sentía completamente sola, como si el universo mismo le hubiera dado la espalda.

Pero entonces, en medio del tumulto, una voz irrumpió en la tormenta: "¡Mamá!". El grito de Malcolm llegó hasta ella, con un dejo de preocupación genuina. A diferencia de los demás, él no se había apresurado a irse. Volvió corriendo hacia ella, con la mano extendida.

Cuando los dedos de Malcolm rozaron los suyos, Lois sintió un atisbo de esperanza. Su agarre era firme y cálido, sacándola del lodo con una fuerza que una niña de once años probablemente no debería tener. Se aferró a su mano, con el corazón henchido por una mezcla de emociones.

—¿Estás bien? —La preocupación de Malcolm era palpable, sus ojos clavados en los de ella mientras las gotas de lluvia caían de su cabello.

Lois logró esbozar una pequeña sonrisa, con la voz ronca tanto por la caída como por su confusión emocional. "Estaré bien, Malcolm. Solo será uno de esos días".

Juntos emprendieron la lenta caminata hacia la casa. La presencia de Malcolm fue un ancla tranquilizadora en la tormenta; su apoyo inquebrantable le recordó a Lois que no estaba realmente sola.

Miró de reojo a su hijo, con una mezcla de gratitud y orgullo en los ojos. Su compasión le recordaba que incluso en los días más oscuros, todavía había destellos de luz.