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–Pero madre...

–Ya he dicho que no, Martin. El mundo allá afuera es cruel y tú, mi pequeño, no debes ser corrompido por la sociedad.

–Solo un día, por mi cumpleaños...

–Ya lo he decidido.

Aquel campesino, de grandes ojos color avellana y cabello castaño de finas hebras, delgado y esbelto de figura, se encontraba privado de su libertad en aquella gran torre que su madre llamaba hogar. Desde que tenía uso de razón, no recordaba haber conocido otro lugar que no fuese la torre y todo lo que se podía ver a través de sus ventanas.

Jamás había pisado el suave pasto que se extendía como un manto verde desde lo alto, nunca se había ensuciado con otra cosa que no fuera el polvo de los libros o el carbón de la chimenea. A los cinco años, creía que su vida era completamente normal, pero al ir creciendo y haberse terminado todos los libros que su madre había dejado en las estanterías, comenzó a aburrirse y la curiosidad por el mundo exterior creció al mismo ritmo que su edad.

Ahora, con casi dieciocho años, llevaba cerca de medio año suplicando y rogando a su madre que le dejara conocer el exterior. Sus súplicas y peticiones siempre eran negadas con un sinfín de peleas, reclamos y excusas. Hoy, como último recurso, Martin se dio por vencido y decidió que no insistiría más en el tema, ya que era prácticamente imposible que su madre cambiara de opinión.

–Entiende mis razones, mi niño, dijo la madre acercándose a su hijo y tomando su cara con gran delicadeza. –El mundo es cruel y tú, añadió, picándole de manera juguetona el pecho con su dedo índice, –tú no estás preparado aún para eso.

–¿Y cuándo voy a estar preparado entonces, madre? preguntó Martin, ya sabiendo la respuesta.

–Yo te lo diré—respondió ella con firmeza.

Esa noche, Martin se sentó junto a la ventana de su habitación en lo alto de la torre, observando las estrellas titilar en el cielo nocturno. El brillo de las estrellas parecía un reflejo de su propia esperanza, pequeña pero persistente. Pensaba en las historias de los libros que había leído, de caballeros y princesas, de aventuras y libertad. ¿Sería tan peligroso el mundo como su madre le hacía creer? ¿Acaso las historias de valentía y descubrimiento eran solo ilusiones lejanas?

–No puedo seguir así, murmuró para sí mismo. –Debo encontrar una manera de ver el mundo con mis propios ojos.

Mientras la luna llena ascendía en el cielo, Martin hizo un juramento en silencio. Aunque su madre intentara protegerlo de los peligros del mundo exterior, él encontraría la forma de salir y vivir su propia vida. Guardó sus pensamientos y deseos como un secreto, esperando el día en que pudiera romper las cadenas invisibles que lo mantenían prisionero en esa torre.

Destello || JuantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora