Capítulo 7

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—Bueno, ¿estás listo para hacer esto? —Max miró a su amigo, observando a Sergio cuidadosamente para comprobar su estado de ánimo. Desde que habían salido del campus, Sergio había estado callado y ensimismado, haciendo que Max se preocupara de si iba a cambiar de opinión sobre ir a la fiesta en el último momento.

—Sí, supongo. —Sergio suspiró y se pasó una mano por el pelo—. Será mejor acabar con esto de una vez por todas.

—¿Acabar de una vez por todas? ¿De qué estas hablando? Nosotros vamos a soltar una bomba. ¿Por qué si no elegirían el Redil de Toro para celebrarlo? Ya sabes qué clase de sitio salvaje es éste. —Max hizo un gesto al bar deportivo de la universidad en el que aún no habían entrado. Tiras de luces de un verde chile y oro, los colores oficiales de la escuela, se entrecruzaban en el techo y por los sonidos que flotaban en la noche cálida en Florida, la fiesta ya había empezado.

—Sí, todo es muy salvaje. —Sergio sonaba completamente sin entusiasmo—. Y va a ser mucho más salvaje cuando Kevin le cuente al resto del equipo lo que vio en el sitio Str8te Boys, si es que no lo ha dicho ya.

—Oh, la mayoría de los chicos ya saben que Kevin está lleno de mierda —dijo Max con más valentía de la que sentía—. No te preocupes, hombre. Vamos, sólo tratemos de divertirnos en nuestra última noche.

—Claro, seguro. —Sergio asintió con la cabeza, pero parecía que iba a ir a un funeral en vez de una fiesta.

Max frunció el ceño. —Oye, ¿te importaría decirme qué te pasa? El Sergio que yo conocía amaba este tipo de cosas, ¿o es que sólo era una parte de aparentar que eras hetero?

Sergio frunció el ceño. —Eso no era parte de una actuación, Max. Me gustan las fiestas. Simplemente no me gusta parecer un idiota constantemente.

—Oh, sí, entonces, ¿por qué lo hacías todo el tiempo? —Max exigió—. Podías vaciar un barril de media libra en nada de tiempo, te he visto hacerlo.

—¡Siempre estaba borracho en las fiestas para poder dejar de pensar en golpear a la chica con la que estuvieras ¿de acuerdo?! —ladró Sergio—. Eso me volvía loco, pensar que estabas con alguien más, besando a alguien más, follando con alguien más. ¡Maldita sea...! —Max lo miró—. ¿Por qué estás aquí conmigo, después de todo? Debiste traer una cita, alguna rubia caliente para demostrar que no eres nada gay y que los comentarios absurdos de Kevin no te importan cuando él abra la boca.

—Yo traje a mi cita. —Max agarró su mano y entrelazó sus dedos con firmeza—. Tú. ¿Vas a venir conmigo o no?

—Estás bromeando ¿verdad? —Sergio miró sus dedos entrelazados dubitativo—. Quiero decir, no hay manera de que entremos al Redil de Toro así.

—Seguro como el infierno que lo haremos, —Max levantó la barbilla—. Si ésta es la única manera de demostrarte que estoy hablando en serio sobre nosotros, de demostrarte lo que te decía mientras... hacíamos el amor, entonces esto es lo que voy a hacer.

—Max... —Sergio lo miró seriamente—. No tienes que hacerlo. De verdad que no.

—Pero quiero hacerlo. Vamos. —Max cuadró sus hombros y tiró de su mejor amigo y amante hacia el ruidoso bar de deportes.

El interior estaba lleno de estudiantes de la universidad bebiendo tragos y comiendo alitas de pollo por cinco dólares que eran la especialidad típica de los viernes por la noche. Algo fuerte resonaba en los altavoces y los televisores pantalla plana cubrían cada centímetro cuadrado de las paredes, transmitiendo eventos deportivos.

No fue difícil encontrar el resto del equipo masculino de fútbol de la escuela, que estaban sentados bajo una gran pantalla plana en particular, en la que se repetía el último partido del campeonato que habían ganado antes de que acabara la temporada.

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