Lili salió del acto político con una mezcla de emociones que la hacía sentir como si flotara. Mientras caminaba entre las calles iluminadas por la tenue luz del anochecer, trataba de procesar lo que acababa de suceder. La propuesta de María Corina no solo había sido inesperada; era una invitación a ser parte de algo mucho más grande de lo que jamás había imaginado.

Esa noche, apenas llegó a su apartamento, encendió algunas velas y colocó su incienso favorito en el altar improvisado que tenía junto a la ventana. Necesitaba ese momento de introspección, de silencio, para encontrar una forma de alinear sus emociones y pensamientos. Cerró los ojos y dejó que el aroma la envolviera, recordándole el motivo por el que siempre había buscado esas conexiones profundas y significativas en su vida. Sabía que aceptar la invitación de María Corina significaba abandonar su refugio de tranquilidad y sumergirse en un mundo de luchas y tensiones que le resultaba ajeno. Sin embargo, sentía una certeza indescriptible de que debía seguir ese camino.

Al día siguiente, Lili comenzó a integrarse al equipo de María Corina. No fue sencillo; en un principio, todo le parecía un remolino de actividad. Las reuniones eran intensas, los miembros del equipo trabajaban sin descanso, impulsados por la pasión y la urgencia de un cambio. Para Lili, aquello era un contraste abrupto con su estilo de vida, y aunque le costaba adaptarse, cada vez que veía a María Corina, sentía que una fuerza invisible la ayudaba a encontrar su lugar.

A lo largo de las semanas, Lili se convirtió en una especie de puente entre los distintos miembros del equipo. Su capacidad para escuchar, para comprender más allá de las palabras, y su intuición natural le permitieron establecer conexiones que otros pasaban por alto. Pronto, su rol no era solo el de una voluntaria; era una especie de consejera no oficial, alguien a quien todos acudían en busca de un consejo o simplemente para recargar energías.

Una noche, después de una larga jornada de trabajo, María Corina la invitó a cenar en un pequeño restaurante del centro. Allí, entre platos sencillos y una luz cálida, hablaron como dos viejas amigas, dejando de lado por un momento el estrés de la política. María Corina le confesó algunos de sus miedos y dudas, y Lili, en ese momento, entendió que incluso la figura más fuerte y valiente tenía sus propias inseguridades.

—Sabes, Lili, a veces me pregunto si estoy haciendo lo correcto —le dijo María Corina, mirando pensativa su copa de vino—. Es fácil perderse en todo esto, en la presión, en las expectativas. A veces dudo de si todo este sacrificio vale la pena.

Lili la miró, comprendiendo el peso de sus palabras. Sabía que no podía ofrecerle respuestas simples ni consuelos vacíos, pero decidió hablar desde el corazón.

—Creo que todo sacrificio tiene un propósito, María Corina. A veces, no podemos verlo con claridad, pero el solo hecho de hacer algo con pasión y compromiso ya es una victoria en sí misma. Tú estás aquí porque sientes ese llamado, y yo creo que esa llamada no es un error.

María Corina asintió lentamente, como si aquellas palabras resonaran en su interior.

Con el tiempo, la relación entre ambas creció. A medida que la campaña avanzaba y se acercaban a las elecciones, Lili se convirtió en un apoyo fundamental para María Corina. Sabía que, a su lado, podía enfrentar cualquier reto que se les presentara, y sentía que su energía, esa "magia" de la que siempre había hablado, se fortalecía al estar juntas. Aquella conexión que había sentido en su primer encuentro se transformó en un lazo irrompible, uno que ambas sabían que las uniría más allá de los resultados de la elección.

Finalmente, llegó el día decisivo. Mientras María Corina se preparaba para dar su discurso final, Lili la observó desde un rincón, rodeada de banderas y aplausos. En ese instante, recordó la frase que Helena le había dicho aquella primera tarde: "Esta mujer va a cambiar el país". Lili comprendió que, pase lo que pase, su lugar estaba allí, junto a esa mujer que había despertado en ella algo más poderoso que la política o la ideología: la certeza de estar en el camino correcto.

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