1: El Último Deseo

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El viento frío de la tarde susurraba a través de los árboles, pero Freen ni siquiera lo notaba. Sentada frente a la ventana, su mirada se perdía en el horizonte, donde el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas. La habitación, en silencio, parecía tan fría y vacía como su corazón. Un año había pasado desde el accidente, y la vida seguía sin ella, como si se hubiera detenido en ese preciso instante.

El sonido de la puerta abriéndose la sacó de su trance. Era la abuela, pequeña, encorvada por los años pero siempre con una sonrisa cálida que lograba, aunque fuera un segundo, romper la frialdad del entorno.

-Freen, cariño, ¿puedo hablar contigo? -su voz temblaba ligeramente, pero en sus ojos brillaba una determinación que Freen no pudo ignorar.

Freen se giró lentamente, con una sonrisa que no llegaba a los ojos.

-Claro, abuela. ¿Qué pasa?

La anciana se sentó a su lado, sus manos arrugadas tomadas firmemente. Sin palabras, comenzó a hablar, como si hubiera estado esperando este momento durante mucho tiempo.

-Sé que este año ha sido difícil. Yo... también he perdido mucho. Pero te conozco bien, y sé que aún tienes un corazón lleno de amor. Y me gustaría verte feliz antes de irme. -La abuela dejó una pausa cargada de significado, y Freen la miró, confundida-. Quiero que te cases, mi niña. Quiero verte un día vestida de blanco, con una sonrisa real en tu rostro.

Freen sintió un nudo en el estómago. La petición, tan inesperada, la dejó sin palabras. ¿Casarse? ¿Cómo podría hacerlo? ¿Cómo podría amar nuevamente, cuando su corazón había sido arrancado y destrozado en el mismo día en que debería haber sido el más feliz de su vida?

-Abuela, yo... -empezó, pero la anciana la interrumpió con una mirada firme.

-Te lo pido como un último deseo. Mi tiempo aquí es corto, pero sé que tú puedes ser feliz de nuevo. No te quedes atrapada en el dolor. -Sus ojos brillaban con una mezcla de esperanza y tristeza. -¿Te casarías con ella?

Freen parpadeó, sin comprender de inmediato. Entonces, entró Becky, la amiga de la familia, quien siempre había estado cerca, casi como una sombra que protegía sin ser vista. Becky había sido su confidente en aquellos oscuros días después de la tragedia, pero nunca había sido más que una amiga. Nunca había mirado a Becky de esa manera.

La abuela la miró, como si estuviera esperando algo, y Freen entendió, aunque no quería hacerlo. La propuesta estaba hecha.

Becky, siempre amable, siempre atenta, estaba allí, su sonrisa tímida pero sincera.

-Freen, no quiero presionarte. Pero si aceptas... estaré aquí para ti, como siempre lo he estado. No te pido que me ames de inmediato. Sólo quiero que... que intentes abrir tu corazón.

El silencio pesaba en el aire. Freen sentía la presión de la mirada de su abuela, de las expectativas, del amor implícito de Becky. Pero también sabía que era una mentira. Su corazón estaba sellado, desterrado en el olvido, y nadie, ni Becky ni nadie, podría revivir lo que ya se había ido.

-No... -su voz salió rota, pero firme-. No te puedo prometer nada. Nunca podré amarte como tú lo deseas. No soy la persona para ti.

Becky asintió lentamente, entendiendo la dureza de las palabras, pero también aceptando lo que Freen no podía dar.

-Lo sé -respondió con suavidad-. Pero no me rendiré. No te pido que me ames ahora, Freen. Solo... dame la oportunidad de estar aquí para ti. Si alguna vez, en algún momento, cambias de opinión...

Freen no podía imaginar ese futuro, pero la presión de la petición de su abuela era más fuerte que cualquier rechazo. Así, en un acto de desesperación, y tal vez por amor hacia la anciana que ya no tenía mucho tiempo, Freen aceptó.

Distinto El Color, La Misma FazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora