La navidad en riesgo

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Ha pasado un año ya de aquella navidad, el ajetreo del taller sigue a todo ritmo, un elfo de gorro rojo y botas desproporcionadamente grandes se acerca a mí con una gran sonrisa en el rostro. - ¡Rodolfo, el trineo estará listo en unos minutos! Solo falta preparar los últimos regalos- me dijo, con una expresión llena de orgullo. Agradecí su dedicación con una inclinación de cabeza, pero algo en mi interior me impulsa a apartarme, un momento de algarabía.
- Voy a dar una vuelta, necesito respirar un poco – murmuró, más para mí que para él, mientras me alejo de la calidez del taller hacia el frío exterior.
La nieve cruje bajo mis patas mientras avanzo por el sendero que lleva a una colina cercana. Es un lugar especial para mí, un rincón en el que puedo observar el cielo inmenso y despejado en todo su esplendor. La brisa invernal acaricia mi pelaje, y el aire gélido refresca mi nariz, que emite un suave brillo rojizo en la penumbra. Me detengo en lo alto de la colina y, por un momento, cierro los ojos, dejándome llevar por la quietud de la noche polar.
Abro los ojos y miro hacia arriba, hacia ese vasto lienzo oscuro salpicado de luces titilantes. “Ahí estas”, susurro para mí mismo, viendo en el cielo la estrella de la Navidad, ese faro de esperanza que cada año nos guía a través de los cielos. Recuerdo como Santa me habló de ella cuando era apenas un pequeño reno, en mis primeras noches junto al trineo.
- La estrella de la Navidad es nuestra guía -me dijo Santa en una de aquellas noches. – Sin su luz, Rodolfo, no encontraríamos nuestro camino en la oscuridad. Ella es el símbolo de la esperanza y de la alegría que llevamos a cada rincón del mundo. –
Me invade una sensación cálida al recordar sus palabras, y una sonrisa se dibuja en mi rostro. La estrella siempre ha estado allí, como una amiga silenciosa y brillante, ayudándonos a cumplir nuestra misión. - ¿Qué sería de nosotros sin ella? – murmure en voz baja, como si el viento pudiera responderme.
Justo en ese instante sentí una presencia a mi lado. Giro y veo a Cometa, uno de mis compañeros de vuelo, que me observa con curiosidad.
- ¿Pensando en la estrella otra vez, Rodolfo? – Me pregunta con un brillo pícaro en sus ojos.

- Sí, Cometa. No puedo evitarlo. Es como si verla me diera fuerzas para lo que nos espera esta noche – le respondo, sin apartar la mirada del cielo. -. Esa estrella representa todo lo que somos y lo que hacemos, ¿Sabes?, sin ella, nuestra misión no tendría rumbo. –
Cometa asiente y juntos nos quedamos en silencio, observando las luces del cielo.
- A veces me pregunto – digo, finalmente, casi como si estuviera compartiendo un secreto - ¿Qué haríamos si algún día la estrella no apareciera? –
Un instante de inquietud pareció envolvernos, y Cometa quizá se sorprendió por mis palabras, ya que me lanzó una mirada seria.
- No digas eso, Rodolfo. La estrella siempre estará ahí. Esa luz nunca nos ha fallado, y no nos fallará esta noche tampoco – responde, con una firmeza que intento absorber.
Me quedo en silencio, convencido por sus palabras, pero una pequeña duda persiste en el fondo de mi mente. Cierro los ojos y respiro hondo, recordándome que el miedo no tiene cabida en una noche como esta.
De repente, un destello especialmente brillante cruza el cielo, llamando mi atención. Al abrir los ojos, allí esta, la estrella de la Navidad, brillando con más intensidad que nunca, como si escuchará mis pensamientos y decidiera aparecer en ese preciso instante para disipar mis dudas.
- ¡Mira, Cometa! – exclamo, con una sonrisa -. Sabía que nos estaba escuchando. –
Cometa sonríe y me da una “palmada” en la espalda.
- te lo dije, amigo, esa estrella siempre está aquí para nosotros, igual que tú lo estas para guiar el trineo – me dice, con una voz cálida y reconfortante.
Mi corazón late con fuerza, llenó de gratitud y determinación. La estrella había vuelto a responder, y siento que nos está bendiciendo con su luz para la gran noche que se aproxima.
Por un momento, me quedo mirando el cielo en silencio, sabiendo que, cuando sea el momento de partir, esa misma estrella nos acompañará, iluminando nuestro camino y llenándonos de esperanza.
Después de una noche de Navidad como ninguna otra, el viaje al polo norte debería haber sido un momento de celebración. El trineo, que aun guarda en su esencia el susurro de los sueños cumplidos y las risas de los niños, se desliza suavemente entre las nubes. Sin embargo, esta vez el aire lleva algo más, algo pesado y silencioso que se anuda en nuestro pecho.
Mientras Santa guía el trineo, los chicos y yo notamos que no tiene el mismo brillo en la mirada. Él, quien siempre sonríe con satisfacción después de una misión cumplida, parece preocupado. No puede dejar de lanzar miradas al cielo, y yo, sin atreverme a romper ese silencio, observó como la negrura de la noche parece vacía, desprovista de la luz que siempre nos acompaña en nuestro viaje.
Santa nos llama a todos, su voz parece un susurró cargado de preocupación.
- Chicos, ¿Notan eso? -pregunta, aunque siento que ya conoce la respuesta. Sus ojos están llenos de calma sabía que me ha enseñado a respetar, buscan en nosotros algún consuelo.
Yo asiento, con mi corazón palpitando fuerte.
- Lo notamos, Santa… - digo en voz baja – La estrella de la navidad, ha desaparecido esta noche. –
Santa asiente lentamente, y veo una sombra de preocupación cruzar su rostro. Desde siempre, esa estrella ha sido nuestra guía, una luz cálida que resplandece sobre nosotros y llena el cielo de esperanza. Cada año, desde la colina, la veo brillar con fuerza, un faro que ilumina nuestro camino. Pero que esta noche… acaba de desaparecer.
Los otros renos estaban escuchando nuestra conversación y intercambiaban miradas nerviosas. Prancer, que va justo detrás de mí, susurra en un tono apenas audible:
- ¿Será que… algo anda mal?, nunca antes nos había fallado la estrella –
Nos quedamos en silencio, intentando ahogar nuestros temores, mientras Santa suspira. Sin la estrella, hemos tenido que guiarnos de regreso con las constelaciones, confiando en la ruta que conocemos de memoria, pero algo no encaja.
Finalmente, el trineo aterriza suavemente en el Polo Norte, y noto que, en lugar de la bienvenida alegre de siempre, nos recibe un ambiente de confusión y preocupación. Los elfos, que suelen estar listos con sonrisas y abrazos, se agrupan en pequeños grupos, susurrando entre ellos. Puedo ver el miedo en sus rostros, como si todos hubieran sentido también esa misma inquietud.
Un elfo se adelanta entre la multitud, y exclama, casi con desesperación:
- ¡Santa! La estrella de la Navidad… ¡No está! –
Esas palabras resuenan como un trueno. Los murmullos entre los elfos se vuelven más fuertes, casi como el rumor de una tormenta que esta por desatarse. No dejo de pensar en esa ausencia, en el vacío que siento en el pecho. Me digo a mí mismo que quizá sea solo una noche, que tal vez la estrella ha tenido que descansar, que volverá… pero el miedo me invade.
- Tranquilos, tranquilos – intenta calmar Santa, alzando las manos para pedir silencio -. Debemos mantener la calma. No podemos saltar a conclusiones sin entender que es lo que realmente ha pasado. –
Me cuesta concentrarme en sus palabras. Solo puedo pensar en esa estrella ausente y en lo que podría significar. Sin importar cuanto intente distraerme, el vacío persiste, y cada vez que cierro los ojos veo el cielo oscuro, sin la luz que siempre nos guiaba.
Esa noche, mientras todos buscaban consuelo en sus camas, yo no podía soportarlo más. Me escapo hacia el claro de la colina, el lugar donde cada año he contemplado la estrella. Mi nariz brilla débilmente en la oscuridad, iluminando el camino con una luz temblorosa que no tiene el poder de consolarme esta vez.
Me detengo en la cima, respirando el aire helado que corta mis pensamientos como un cuchillo. Miro al cielo, buscando alguna señal, algún indicio de que la estrella solo esta escondida detrás de una nube o que volverá a aparecer. Pero la noche es implacablemente oscura.
- No puede ser – susurro, sintiendo un nudo en el estómago. Las palabras son como una plegaria, una suplica desesperada al cielo que se mantiene indiferente -. La navidad sin la estrella, ¿Es posible? –
Una voz suave, casi como el eco de mis pensamientos, interrumpe en el silencio. Es Cometa, uno de mis amigos más cercanos, que me ha seguido hasta la colina.
- Rodolfo… todos estamos preocupados, pero necesitamos mantener la esperanza -dice, colocando una pezuña sobre mi hombro.
Lo miro, tratando de encontrar la fuerza que mis propias palabras no tienen. Pero siento que, si él también lo ha notado, entonces mi temor no es infundado. Me da un pequeño empujón de animó.
- Quizás… solo quizás, ella volverá. Tal vez necesita descansar después de darnos tanta luz esta noche – añade, con un intento de sonrisa que se ve forzada.
Asiento lentamente, aunque en el fondo sé que algo esta terriblemente mal. La estrella nunca antes nos había dejado, y la posibilidad de que no regrese me llena de una tristeza que no puedo explicar.
- Tal vez tengas razón, Cometa – murmuro, intentando convencerme. Pero en mi corazón, el peso de la incertidumbre sigue creciendo.
Juntos, nos quedamos ahí en silencio, contemplando el cielo, esperando que, de alguna forma, la estrella de la navidad vuelva a brillar.

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⏰ Última actualización: Nov 10 ⏰

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