La caja que no puedo sacar

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Para.

Te pido que te detengas un momento, porque lo que estás a punto de decir podría herir a alguien. Por favor para. Escúchame un instante y respira. Simplemente respira. Llena tus pulmones de aire y vacía tu mente un instante.

Ahora quiero que pares y vuelvas a pensar en aquello que querías decir. Ahora dímelo tú, ¿es acaso aquello algo que habría dicho tu madre, en uno de sus tantos arranques de ira? ¿Es esto algo que te hubiese dicho a ti, llena de rencor? Si la respuesta es sí, mantenlo adentro un segundo, y en la casa que es tu mente, toma una caja y mételo allí.

Y quiero solamente que hagas esto cada vez que estés a punto de decir algo, especialmente a un niño; a alguien a quien le vas a cambiar la perspectiva y le vas a poner una nueva y distorsionada.

Cuando lo hagas, vas a notar que la caja se llena, y que de una caja pasarás a dos y luego a tres. No te pido aún que te deshagas de ellas. Solo que las organices.

Y ahora, que por fin te detienes a oír, quiero que lo hagas. Y déjame explicar qué es todo esto.

Quizá para ti fue extraño y doloroso que me alejara con tanto ahínco de ti, que has puesto especial interés en que me quedara a tu lado. Lo lamento, no por haberme alejado, puesto que sé que fue la decisión correcta; sino porque jamás te lo expliqué. No lo haré ahora tampoco, o al menos no por completo, pero sí te daré a entender cómo llegamos aquí.

Estás de nuevo en la casa que es tu mente, con estas cajas que has puesto por todos lados. No todas son cosas de tu madre, es cierto, algunas son de tu padre, de tus hermanos, de tus maestros, de todas esas figuras de autoridad que estaban ahí cuando crecías. Seguro las cajas ya las tienes marcadas. Pero si somos sinceras, ni son esas todas las cajas que podrías armar, ni has terminado de revisar todo lo que hay en la casa. Realmente, has organizado quizá solo la mesita que está en la entrada ¿Y qué hay más allá? No lo sé yo, ni tú. Pero déjame seguir, porque aquello no es lo importante.

Lo importante es, que la casa sigue atiborrada de cosas. de suelo a techo, sin orden, sin control. Las cosas bloquean puertas y ventanas, y solo pensar en salir de la casa debe ser aterrador, porque hace años que no ves la puerta principal.

Allí vives, pero no te importa. Dirías que ya casi ni lo notas. Tú misma medio entiendes tu desorden, y lo guardas por doquier. Una casa de acumulador es tu mente, y ahí te acostumbraste a estar. Cambiarlo es aterrador.

Pero el asunto está, querida mía, en que el mundo sigue estando fuera. Aquí estamos la lluvia, el sol y las flores. Aquí estamos las montañas, los mares y las selvas. Aquí estamos tus conocidos, tus amigos, tus parientes, tus amados. Aquí estamos todos y tú estás allá.

Y duele. Jamás lo has notado, no has llegado a verlo por completo. Que cuando hablas con cualquiera de nosotros, jamás es de frente. Sino que timbramos a tu puerta y en lugar de abrir gritas desde el lugar en el que sea que estés ese día entre tu casa. Y duele.

Duele porque todos aquí afuera lo notamos; lo maravillosa persona que eres; tu generosidad y tu corazón cálido. Todos, aún sin verte fuera de la casa, sabemos que su dueña vale más que mil de esas casas. Y por eso tocamos el timbre; pero a veces no te das cuenta de que al timbrar, el ruido hace que por la ventana que está sobre la puerta se caigan cosas, y nos golpean a todos la cabeza. Y el corazón.

Nos aplastan. y el hueco que dejan las cosas al caer; lo vuelves a llenar con más de esas cosas. Pero seguimos timbrando. O al menos unos pocos valientes y tercos lo siguen intentando. Yo no.

Te sientes sola ahí adentro. Lo gritas a diario. Pero no buscas la puerta, no ordenas las cosas. No paras. Y la verdad es, adorada mía, que yo me cansé de intentar entrar por los resquicios de la casa. Me cansé de no tener un espacio de verdad en la casa, para poderme sentar y compartir una taza de té. Me cansé de esperar a que arregles la casa. Y además, la mía también la tengo que arreglar.

Esta es una parte de porqué me fui. La otra siempre te la cuento a medias, pero es suficiente. La verdad es que por aquel entonces mi casa empezaba a parecerse a la tuya y yo tampoco lo estaba notando. Pero entonces un día, un enorme camión de carga paró justo en frente. Y sin permiso, sin aviso, sin siquiera pedir perdón, descargó toneladas de cosas en mi casa. Y entonces la mía fue peor que la tuya.

Me quedé ahí, aplastada por el peso de la carga que había dejado el camión; y solo meses después pude levantarme y ver qué había pasado realmente. Y desde entonces, estoy ordenando la casa. Pero es una tarea larga.

Lo poco que he sabido que he tenido que tirar, lo he tirado. Entre ello la culpa. Pocas cosas me hacen sentir culpa. Esta carta es una de ellas y la voy a explicar.

De la casa he sacado mucho, y a quien le he tenido que devolver cosas, se las he devuelto. Aún sigo en ello, pero ya he comenzado a ver de nuevo el color de mis paredes y un poco del suelo ¡Ha entrado incluso el sol por el poco espacio que hay entre las ventanas! ¡Para mí, que creí que no iba a volver a verlo jamás! ¡Que ya había olvidado su cálido toque!

Pero entre todas las cosas que sigo organizando, hay una que me atormenta por sobre todas. Y es la caja con tu nombre. Ese es el lugar en que está esta carta.

Tu caja está justo en la puerta de entrada, para cuando intento salir. Está en la mesa del comedor cuando intento comer. Y sobre la estufa cuando trato de cocinar. Hasta en la ducha se mete y se queda hasta que salgo. Y mientras ordeno el resto, me observa, como buscando su lugar.

Y ese es el problema: no te la puedo devolver. A lo que me refiero no es a que no pudiera yo darte su contenido de por sí; es a que el corazón me lo impide. El amor tan grande que te tengo, evita que la pueda sacar de la casa, y peor aún que te la devuelva a ti. Y no te la puedo regresar aunque su contenido es valioso e importante (como lo es esta carta misma) porque sé que no la podrás aceptar. Y no porque no quieras; sino porque es una caja muy grande, que jamás podría entrar en tu casa.

Y por eso te pido que pares. Este es mi último intento de tocar el timbre. En nombre de todos los que estamos aquí afuera, te pido que comiences al menos por organizar los contenidos de tu casa. Tira todo lo que no te sirva, y devuelve todo lo que puedas devolver. Si necesitas un servicio de limpieza especializado, déjame decirte que he conocido un buen lugar. Pero si lo haces, hazlo con una intención. Hazlo sabiendo por qué quieres limpiar la casa. Y te pido que no sea por mi caja. Ella es lo de menos.

Hazlo porque mereces no sentirte sola en esa casa. Hazlo porque mereces tener una visita de vez en cuando. Porque quieres sentir de vuelta tus sillones, tu armario, tu cama, tu espacio. Porque quieres volver a ver el sol y salir y ver el cielo, la tierra y el mar. Hazlo porque mereces dejar de ser tu propio carcelero. Tu propio verdugo. Hazlo con intención. La que tú quieras. Pero con una verdadera intención. Hazlo porque mereces no tener cajas que no puedas sacar.


Señor Espejo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora