La mosca que viajó en Blablacar (Donate_JM)

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La vida te puede parecer una mierda, créeme que de eso yo entiendo mucho, pero eso no justifica que la trates como tal. Es un viaje de duración indeterminada y destino incierto en el que tiene cabida todos los estados de ánimo imaginables, conocidos y por descubrir.

Desde que tengo uso de razón me recuerdo viajando. Nada raro si eres una mosca. En mi caso, el tiempo literalmente vuela. He recorrido miles de kilómetros y no siempre he utilizado mis alas. Ahora que mi ocaso se acerca, trato de hacer balance sobre mi paso por este mundo. Eso es algo que no sólo está reservado a la especie humana. Nosotras, las moscas, también tenemos un por qué y buscamos un sentido a nuestra efímera existencia.

Cuando en el mejor de los casos, tu esperanza de vida raramente supera los treinta días, aprendes a no desperdiciar el recurso más valioso que todos tenemos y que es imposible de almacenar. Siempre me ha sorprendido el mal uso que los humanos hacéis del tiempo. Lo tratáis como si fuera algo que os sobrara y que hasta pudierais controlar. Incluso, os permitís el lujo de interrumpirlo, ejerciendo la violencia contra los de vuestra misma especie. Nosotras encantadas, al fin y al cabo, somos moscas y ya sabéis nuestros gustos, pero no entendemos que unos seres racionales y con tanto margen para vivir, os enfrasquéis en esos menesteres. Vosotros sabréis, que supuestamente sois los que más habéis evolucionado.

Desde la perspectiva que me proporciona mi reducida escala y teniendo en cuenta que ocupo un papel de reciclador de la materia orgánica dentro de la cadena alimenticia, no me siento muy amenazado por vosotros, excepto cuando me da por fastidiar alguna que otra siesta o por acercarme en repetidas ocasiones hasta posarme en distintas partes de vuestros cuerpos. Oléis tan raro y nuestra vista es tan deficiente, que no nos queda más remedio que insistir para sacar toda la información que necesitamos. Más nos fastidia a nosotras que, si algo ha quedado claro que no nos sobra, es precisamente el tiempo.

Empatía nunca sería el sustantivo elegido para definir nuestra relación. A vosotros jamás se os ocurriría colocaros nuestras alas, sin embargo, nosotras sí que a veces nos calzamos vuestros zapatos y sabemos cómo pensáis, amáis, sufrís y vivís. Tampoco debemos considerarnos tan distintos, porque ambos somos piezas diminutas y efímeras de un universo infinito. La diferencia, mi querido amigo de carne y hueso, es que nosotras no nos sentimos el centro de nada, simplemente orbitamos como el resto de las especies.

¿No te gusta ese papel de reparto que se os ha reservado? ¡Madurad ya! Siempre queréis lo que no podéis tener. Os encantaría volar, ¿pero acaso tenéis alas? ¿Por qué aspiráis a ser libres cuando quizás nunca lo hayáis logrado? Eso es demasiado difícil de conseguir cuando tu comunidad está formada por varios miles de millones de individuos, que ni siquiera son capaces de comunicarse en un único idioma. ¡Así es imposible entenderse! Nosotras somos muchísimas más, de hecho, una vez escuché en la radio de un coche en el que viajaba, que por cada uno de vosotros hay alrededor de diecisiete millones de moscas. No sé cómo lo haréis para contarnos, pero la principal conclusión que saco es que debéis estar muy aburridos para hacerlo. Paso de esas milongas que tanto os obsesionan en forma de cifras estúpidas. Mi tiempo es escaso, ¿lo recuerdas?

Lo bueno de pasar casi desapercibida ante vuestros ojos, es que puedo elegir la cabeza sobre la que aterrizar. Cuando encuentro un nido cabelludo confortable, soy capaz de descansar y recorrer a la vez grandes distancias. Os confieso que tengo predilección por aquellas superficies totalmente despejadas a las que vosotros llamáis calvas. Por desgracia no duramos mucho tiempo sobre ellas, porque al carecer de pelo aumenta vuestra sensibilidad y somos detectadas con mayor facilidad, sin embargo, no podemos evitar utilizarla como una plataforma en bucle de despegue y aterrizaje.

Últimamente me noto muy cansada, ya no soy aquella larva que eclosionó una calurosísima tarde de agosto y disfrutó de su efímera juventud siendo pupa en las proximidades de un chiringuito de playa. ¡Qué tiempos aquellos! En tan solo siete días me hice adulta y tuve que buscarme la vida en un mundo hostil y tremendamente inmenso. Pensé que tendría toda una vida por delante para hacerlo, pero pronto me di de bruces con la cruda realidad de mi especie. Otra mosca madura me reveló que raramente sobrevivimos más de un mes, así pues y como decís los humanos, ¡a vivir que son dos días!

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