"Di algo" Eso fue lo último que escuché de él. Pero no pude cumplir con lo que me pedía, simplemente esta vez, no podía complacerlo. Sé que él me habría seguido a dónde sea que yo decidiera ir, pero no pudo. Nadie pudo.
No te confundas, él nunca fue malo conmigo. Teníamos un matrimonio como ningún otro, éramos felices. Nada nos hacía falta, apenas teníamos veintidós años, recién año y medio de casados. Entonces, sucedió.
Nuestra familia de dos, ahora sería de tres. Aunque era algo pronto, no nos importó. Un hijo siempre es una bendición, ¿verdad? El embarazo ocurrió sin problemas, el parto fue doloroso pero normal y nuestra vida era incluso más maravillosa de lo que había sido hasta entonces.
Deberás esperar un momento. Esto siempre es difícil. Recordar.
Los médicos dijeron que no me preocupara, que a la larga eso pasaría. Mintieron. Bueno, tal vez no lo hicieron, pero en mi caso eso no funcionó. Los recuerdos solo fueron a peor. Me hicieron perder todo.
Pero me estoy adelantando un poco.
Esa noche iba de lo más tranquila, como prácticamente todas nuestras noches. Antonio, mi esposo, miraba una serie en la televisión mientras yo cocinaba la cena. Julio, mi bebé, dormía tranquilamente en un moisés que Antonio había colocado en la cocina. Todo era...pacífico.
¿Has escuchado eso de que lo accidentes no existen?
Pues en esta ocasión, creo que es verdad. No existen, siempre hay alguien culpable. Esa vez, fui yo. Encendí la lumbre para colocar la olla de la sopa casi a la vez que abría el horno para meter las papas que a mi marido le encantaban. No me di cuenta, de verdad que no.
Ni siquiera pude sentir el ligero olor al gas escapándose de la estufa. ¿Quieres los detalles sangrientos? Seguramente no. Lo único que te diré será que, de la cocina, no quedó nada. Ni muebles, ni comida, ni vida.
Oh, no. No estás escuchando la historia de un fantasma. Aún respiro. Pero esa noche, dejé de vivir.
Desperté en el hospital, según me dijeron, casi una semana después del incidente. Yo me encontraba completa, a pesar de la cercanía con el "aparato explosivo", pero Julio ya no estaba. A partir de ahí, me sumí en un necesitado silencio.
Si él no iba a poder decir nunca nada, ¿Qué derecho tenía yo de hacerlo? Hubo algunos gritos entre pesadillas, pero eso fue todo.
Antonio vino a visitarme todos los días y todas las noches. Siempre repitiéndome lo que yo ya sabía pero no podía entender.
"Di algo, sólo di algo" Pero no podía, una vez traté de hacerlo y ni una sola palabra salió.
Aún recuerdo la última vez que vi a Antonio. Su suplica cambió un poco.
"Di algo cariño, me estoy rindiendo contigo, sabes que seré el único si quieres que lo sea, que te seguiría allá donde quiera que vayas..."
Yo sé que lo haría. Pero en el lugar donde yo me encontraba, nadie podía entrar y seguramente, nadie podría salir.
Sucedió un día, Julio llegaba a visitarme y mientras lo arrullaba con sonidos raros, Antonio me informó que cambiaría de lugar de descanso. Como con él no podía hablar, me limité a mirarlo.
Fue la última vez que lo vi, fue la última vez que escuché de él y su suplica. Pero desde aquí, en mi habitación con vista al jardín, aún puedo recordar cuando era feliz, cuando lo tenía todo.
Pero lo que me causa escalofríos, es que yo quería estar toda mi vida con Antonio, pero le fallé. Igual que a mi niño y como consecuencia a mí. Sólo pude guardar en mi memoria, su ruego:
"Di algo cariño, me estoy rindiendo contigo, sabes que seré el único si quieres que lo sea, que te seguiría allá donde quiera que vayas..."
Pero nunca nadie más me habló y no pude decir más nada.