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El aire estaba pesado, denso, como si todo el mundo estuviera respirando bajo el agua. El funeral de Minho había sido un torbellino de emociones. La tristeza, la rabia, la incredulidad. Nadie podía comprender cómo alguien tan lleno de vida, tan lleno de sueños, podía haber sido arrancado de este mundo tan repentinamente. Cada rincón del lugar parecía estar impregnado de la ausencia de Minho.

Han había permanecido al margen, inmóvil, con la mirada fija en el ataúd. No podía dejar de ver su rostro, aunque ya no estaba allí. Lo había visto tantas veces, en su mente, en su corazón, que no necesitaba mirar el ataúd para saber que Minho nunca volvería a abrazarlo, a sonreírle, a decirle que todo estaría bien. Las palabras que habían compartido, los sueños, las promesas de un futuro juntos, ahora se sentían como sombras en la distancia.

Chan estaba a su lado, tan roto como él, aunque trataba de mantener una fachada de fortaleza, como siempre. Lisa, Hyunjin y los demás chicos no se apartaron de su lado, pero todos sabían que este no era un momento para palabras. Nada podía calmar el dolor.

La ceremonia fue breve, sin mucho más que los discursos convencionales de despedida. Las voces de los oradores se desvanecían en el aire, como si el dolor de la pérdida lo absorbiera todo, dejándolo todo vacío. Han no escuchaba nada. Solo veía la escena en su mente, la imagen de Minho caído en el suelo, esa última vez que lo había tocado y abrazado. ¿Cómo podía estar allí, en ese lugar, cuando Minho debería estar vivo?

Unos días antes, Han había jurado que no dejaría que la muerte de Minho quedara impune. Los mafiosos que lo habían atacado, que habían dejado a Minho desangrándose en el suelo, no quedarían sin castigo. Pero en ese momento, mientras observaba el ataúd descender lentamente en la tierra, la rabia en su pecho se convirtió en un dolor más profundo, más feroz. Sabía que debía hacer algo, que no podía dejarlo pasar, pero lo único que sentía ahora era el vacío, el vacío que Minho había dejado en su vida.

El viento soplaba suavemente entre los árboles, como un susurro que parecía hablar con el alma. A lo lejos, las voces de los demás asistentes del funeral se desvanecían, como si estuvieran en otro lugar, ajenos a lo que realmente importaba. Han dio un paso adelante, acercándose al borde del ataúd, mirando el rostro inerte de Minho, la persona que había sido su vida durante tanto tiempo.

La tarde comenzó a caer, y las luces tenues del atardecer iluminaban el campo. La gente se dispersó lentamente, dejando a Han allí, solo, con su dolor. Chan se quedó a su lado, apoyando su mano en el hombro de Han, sin decir nada, porque no hacían falta palabras.

Han miró al cielo, respiró profundamente y se alejó del lugar, sintiendo que una parte de él se quedaba allí, bajo esa tierra, con Minho. Sabía que la vida no volvería a ser la misma, y que, sin importar lo que pasara, él nunca dejaría de amar a Minho.

El dolor seguía, sí, pero la rabia ahora también se sumaba a ese dolor. Han no iba a permitir que los responsables quedaran impunes. Aunque su alma estuviera rota, su corazón lleno de tristeza, sabía que tenía que hacer algo, porque Minho se lo había pedido con cada sonrisa, con cada momento juntos.

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