Capítulo 24

13 3 0
                                    


Segunda parte

Las palabras resonaron en mi mente como un eco doloroso. Sabía que Evans provenía de una familia acomodada, de una familia que era respetada, pero eso no cambiaba lo que sentía por él. ¿Acaso el amor no debía ser suficiente? ¿No era eso lo que realmente importaba? Miré a Evans y vi cómo su expresión se endurecía ante cada comentario despectivo. Él estaba tan cansado de esta pelea como yo.

—No estoy aquí para cumplir sus expectativas —intervino él con firmeza, su voz segura y desafiante—. Lo que siento por Anne es real, y no se puede medir en términos de clases sociales o estatus.

El silencio que siguió a sus palabras fue espeso, y la reacción de mis padres fue inmediata. Elisabeth se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con incredulidad y desdén. Podía ver la frustración acumulada en su rostro, como si le hubieran arrebatado algo que creía que tenía bajo control.

—¿Realmente crees que eso es suficiente? —preguntó, casi burlándose. Su tono era cortante, como una daga que intentaba perforar nuestra defensa.

Sentí cómo la frustración crecía dentro de mí, como si fuera a estallar. ¿Por qué no podían entender que lo que teníamos era especial? Que lo que compartíamos no se podía medir en dinero ni en apellidos. Con cada palabra hiriente, se sentía como si estuvieran tratando de desgastar nuestra relación hasta reducirla a escombros.

—No necesito un príncipe —respondí, alzando la voz, incapaz de contenerme más—. Solo quiero ser feliz con alguien que me respete y me ame por quien soy.

Las palabras salieron de mi boca con más fuerza de la que pensaba tener. El silencio que siguió fue abrumador. Todos me miraban sorprendidos por mi valentía repentina, como si de repente se hubiera roto algo en el aire. Pero esa sorpresa pronto se transformó en una nueva ola de desaprobación, más pesada, más fría.

Mi padre fue el primero en reaccionar, su mirada fija en mí, con el ceño fruncido.

—Anne —dijo Julián, su voz grave y severa—, esto no es solo sobre ti. Es también sobre nuestra familia y cómo nos perciben los demás.

El peso de sus palabras me aplastó como una losa sobre el pecho.

Miré a Evans, y vi en su rostro la misma lucha interna que sentía en el mío. Él mantenía su postura erguida, pero había una tristeza reflejada en sus ojos, una tristeza que no podía esconder, como si las palabras de mi padre también lo hubieran alcanzado.

—¿Desde cuándo te preocupas por mí, padre? —mi voz salió más áspera de lo que había planeado, y la rabia que sentía hacia él brotó con una fuerza inesperada.

Julián parpadeó, sorprendido, pero no por mucho tiempo. La tensión entre nosotros crecía, y su respuesta, aunque contenida, no hizo más que añadir leña al fuego.

—¿Qué? —dijo, como si no pudiera comprender la magnitud de lo que acababa de escuchar.

—Siempre me has menospreciado, y ahora... —comencé, mis puños apretándose involuntariamente mientras sentía cómo el coraje me invadía—. ¿Ahora te importa lo que me pasa?

Mi padre no respondió de inmediato. De hecho, su silencio fue más hiriente que cualquier palabra. Podía ver que la situación lo estaba desbordando, que no sabía cómo manejar este giro inesperado. Elisabeth, a su lado, estaba tan inmóvil como una estatua, su rostro inexpresivo, pero sus ojos me decían que ya no podía ocultar lo que pensaba.

Pero ya no me importaba. Ya no me importaba lo que pensaran de mí.

—Anne, por favor... —intentó mi madre, interrumpiendo el tenso silencio. Pero su voz sonaba más como una súplica, como si ella misma estuviera tan atrapada en este conflicto como yo.

MODA DE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora