El pequeño de cabellos negros corría alegremente por el vasto prado, sus risas cristalinas llenando el aire mientras perseguía una mariposa que danzaba en el viento. La naturaleza parecía detenerse para contemplar su inocencia, como si todo el mundo celebrara aquella simple escena de felicidad. Con un destello de travesura en sus ojos, Boruto extendió su manita hacia el insecto, hasta que la mariposa se posó delicadamente sobre su nariz. Inmediatamente, el niño estornudó y la mariposa alzó el vuelo, perdiéndose en la brisa suave. A unos pasos de distancia, Óbito lo observaba en silencio, su sonrisa contenida por una mezcla de ternura y un dejo de preocupación.Aquel niño… cada vez era más evidente el parecido con Naruto, y aunque los años de distancia y el cuidado de Kakashi y él habían creado un refugio seguro, el temor de que alguien reconociera al niño nunca lo abandonaba.
—¡Papá! La mariposa se fue... —Boruto se giró, frunciendo el ceño y extendiendo su pequeña mano hacia Óbito con una expresión adorablemente contrariada.
Óbito se acercó, agachándose para quedar a su altura y colocando una mano firme y cálida sobre su hombro.
—Las mariposas son libres, Boruto —dijo con voz calmada, aunque su mente aún rondaba la amenaza de aquellos rasgos que tanto temía que alguien reconociera—. Vamos, es hora de comer. Quizás después, si tienes suerte, la mariposa vuelva a jugar contigo.
El niño lo miró con ojos brillantes, llenos de esperanza.
—¿De verdad, papá? —preguntó, con esa inocencia desarmante que parecía borrar cualquier sombra de preocupación.
Óbito asintió y, sin soltar su mano, lo guio de vuelta hacia la aldea. Hoy sería su último día en Kumogakure. Tras años de vivir en aquella tierra lejana, él y Kakashi habían decidido que era hora de regresar a Konoha. Sabían que Naruto estaba ocupado en una misión en un lugar remoto del País del Fuego, y debían aprovechar esa oportunidad para moverse sin ser detectados.
Mientras caminaban, Boruto frunció el ceño, mostrando una tristeza inesperada en su mirada.
—Papá… ¿por qué tenemos que irnos? —Su voz tembló levemente, y sus ojos se humedecieron—. ¡No quiero separarme de Raiden!
Desde los tres años, Boruto mencionaba a una presencia nocturna que lo visitaba. Lo describía como una figura de ojos dorados profundos, llenos de una calidez misteriosa que lo hacía sentir seguro. Al principio, Boruto sintió miedo; sin embargo, con el tiempo, la curiosidad y la ternura vencieron cualquier temor, y comenzó a anhelar esas visitas, sintiéndose protegido por esa figura que parecía comprenderlo mejor que nadie.
Óbito y Kakashi, preocupados en un inicio, temieron que “Raiden” fuera un espía o una manifestación enviada por Naruto. Pero, tras meses de búsqueda y vigilias, llegaron a la conclusión de que no había evidencia real de un peligro. Al final, lo atribuyeron a la imaginación de Boruto, un amigo imaginario que le brindaba consuelo en su soledad.
Óbito miró a su hijo, tratando de tranquilizar su ansiedad.
—Estoy seguro de que Raiden también vendrá con nosotros, Boruto —dijo, convencido de que esta figura no era más que un juego de su imaginación.
Sin embargo, Boruto lo dudaba. Aún siendo tan pequeño, algo en esos ojos dorados lo hacía sentir especial. Una voz en su interior le aseguraba que, sin importar a dónde fueran, Raiden lo encontraría.
Kakashi los llamó al comedor, donde ya estaba servida la comida. Los tres fueron a lavarse las manos, y Boruto, con una sonrisa llena de admiración, elogió cada plato que su “madre” —como él solía llamar a Kakashi— había cocinado. Sabía que extrañaría estos momentos cuando finalmente abandonaran la aldea, ese hogar que tanto amor y paz le había brindado.
A cierta distancia, en un rincón oscuro del inframundo, un portal se abría. Mitsuki, el emisario de ojos pálidos, cruzaba el umbral y se presentaba ante su rey en la fortaleza infernal que Naruto había transformado en una réplica de Konoha, el lugar que una vez amó y ahora odiaba. A su lado, Hinata, la híbrida, hija de ángel y demonio, lo acompañaba en silencio, su semblante frío ocultando sus verdaderos pensamientos. Salvada por Sasuke y adoptada bajo el disfraz de un demonio huérfano, Hinata había aprendido a vivir como un espectro entre las sombras, siempre al servicio de Naruto, manteniendo en secreto su naturaleza para proteger a Boruto.
Mitsuki se arrodilló en una reverencia, esperando a que Naruto, el imponente rey demoníaco de semblante serio y penetrante, le diera permiso para hablar. La sola presencia de Naruto era sobrecogedora; una oscuridad silenciosa y aterradora emanaba de su figura, una mezcla de poder y odio que parecía impregnar cada rincón del inframundo.
—Majestad, regresarán a Konoha mañana. Sakura, Ino y Sai los escoltarán. Partirán a la medianoche desde Kumogakure para evitar sospechas.
Naruto asintió sin una palabra. Sus ojos fijos en la distancia, una chispa de interés brilló en su mirada. Hacía tiempo que no veía a sus antiguos camaradas, y sabía que aquel reencuentro era un paso hacia algo inevitable. Su hijo había estado alejado de su verdadero hogar por suficiente tiempo.
—Muy bien. Mantén la vigilancia —ordenó finalmente, con una frialdad que parecía convertir en hielo la atmósfera de la sala—. No pierdas ningún detalle.
Mitsuki se retiró, volviendo al portal sin cuestionar. Naruto permaneció junto a la ventana, mirando aquella versión sombría de Konoha que él mismo había creado, odiando cada piedra y cada calle de aquel lugar que antes consideró su hogar. Su resentimiento lo consumía. Recordaba a cada uno de los habitantes de ese mundo que lo había traicionado, aquellos que lo convirtieron en el rey cruel que ahora era.
Entonces, la puerta se abrió de nuevo, revelando a un niño de cabello oscuro y ojos azules intensos, similares a los suyos. Era Menma, el único descendiente directo, marcado con los genes demoníacos de Naruto.
—Padre. —La voz de Menma lo sacó de sus pensamientos, devolviéndolo a la realidad—. Shikadai quiere que lo acompañe en una misión en los límites del reino. ¿Puedo ir?
Naruto sonrió. Incluso había instaurado el entrenamiento shinobi entre los demonios, copiando aquel sistema que tanto había despreciado. La misión de Shikadai, de hecho, era obtener información sobre Kakashi y Óbito, para asegurarse de que si llegaban a Konoha, sabría exactamente quién se atrevería a desafiarlos.
Naruto suspiró con amargura. Los humanos y su debilidad nunca habían dejado de sorprenderlo.
"¿De verdad piensas que mantener al niño con vida cambiará algo?" retumbó una voz en su interior. "Ese niño solo traerá caos… ¿O acaso quieres repetir la historia con el Uchiha?"
Naruto sacudió esa idea. Sabía que, en algún punto, tendría que decidir sobre Boruto.
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Eclipse •MitsuBoru• Sasunaru
RandomEl poder puede corromper hasta el alma más pura y bondadosa