Los dos hombres me arrastran sin piedad a través de la llanura roja. Apenas logro mantener el ritmo; cada vez que tropiezo, uno de ellos gruñe sin aflojar su agarre en mis hombros. El aire es denso y tiene un olor extraño, algo entre tierra húmeda y metal.
De pronto, todo gira a mi alrededor como un vortice en movimiento y al siguiente instante estamos delante de un impresionante castillo negro.
Caigo de rodillas al suelo y vomito. La cabeza me da vueltas, no logro enfocar la vista bien. Coloco las manos sobre la tierra y miro hacia atrás, esperando ver el campo de flores negras y el extraño arco de piedra. No hay nada.
- ¿Pero qué demonios...? - giro la cabeza hacia los hombres que me observan divertidos.
Todo esto es demasiado tétrico solo puedo pensar que he muerto y que estoy en el infierno. Es lo que merezco al fin y al cabo.
Desde fuera, el castillo en la llanura roja tiene un aspecto imponente y sobrecogedor. Sus muros, construidos con piedras oscuras y desgastadas, se alzan hacia el cielo teñido de rojo, como si estuvieran en guardia contra el propio horizonte. La estructura es robusta y sin adornos, transmitiendo una sensación de solidez antigua, como si hubiera resistido siglos de tormentas y guerras. Las torres, altas y puntiagudas, parecen lanzas clavadas en el cielo, y de cada una sobresalen pequeñas ventanas estrechas, como ojos vigilantes que observan todo lo que se aproxima.
En la base, enormes raíces y enredaderas oscuras se aferran a las paredes, subiendo en espiral y enredándose en los huecos de las piedras, dando la impresión de que la naturaleza intenta recuperar el lugar. La entrada principal es una puerta de hierro oscura y pesada, decorada con grabados de formas abstractas, casi místicas, que parecen cobrar vida en la penumbra, el viento que barre la tierra rojiza parece susurrar secretos olvidados.
Me lanzan al suelo en una sala oscura y fría. El suelo, de piedra pulida pero oscura y desgastada, refleja la tenue luz que entra por unas ventanas estrechas y altas, reforzadas con barrotes de hierro. La iluminación es limitada; solo algunas antorchas parpadean en las paredes, proyectando sombras que parecen moverse como figuras espectrales.
Las paredes están decoradas con tapices antiguos, descoloridos y desgarrados en algunos puntos, mostrando escenas de batallas pasadas y figuras míticas, recordando la historia sangrienta del castillo. A lo lejos, en el extremo de la sala, un trono de piedra y metal oscuro se eleva sobre una plataforma de tres escalones, añadiendo un aire de autoridad y severidad. Alrededor, hay una serie de columnas de piedra que sostienen el techo, cubiertas enredaderas negras que parecen haber echado raíces en el frío y desolado ambiente.
El aire huele a humedad y piedra antigua, y un eco leve responde a cada movimiento, como si el espacio mismo estuviera observando, vigilando a quien ose entrar.
y antes de que pueda recuperar el aliento, escucho unos pasos firmes y tranquilos que retumban en el silencio.Levanto la vista y veo a un hombre alto, con el rostro marcado por cicatrices, avanzando hacia mí. Su presencia es intimidante, y siento que mis piernas podrían fallarme en cualquier momento. Los guardias, que hasta hace un segundo me arrastraban sin piedad, se enderezan en cuanto él aparece. Me observa de arriba abajo, con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—Así que tú eres la intrusa que apareció en el bosque de Atrea —dice con voz grave.
Mi garganta está seca y no sé si debería explicarme o quedarme en silencio, pero algo en su mirada me impulsa a hablar.
—Yo… no sé cómo llegué aquí. Había un árbol enorme y… simplemente me absorbió —murmuro, tratando de ocultar mi miedo.
El hombre entrecierra los ojos, evaluándome. Después de unos segundos que se sienten eternos, hace un gesto hacia uno de los guardias.
—Déjenla. Esto es inesperado, pero quizá podría sernos útil. Acompáñame, mujer —ordena, dándome la espalda para que lo siga.
Miro de reojo a los guardias, quienes me indican con la mirada que obedezca. Con el cuerpo todavía dolorido, me levanto y lo sigo por unos pasillos oscuros y angostos que parecen perderse en un laberinto interminable.
Finalmente, llegamos a una sala cálida, iluminada por un fuego rojo que danza en una chimenea. La decoración es austera, pero cada objeto parece tener un valor especial. Él se sienta en una silla al fondo de la sala y señala otra frente a él.
—Siéntate —ordena, y obedezco sin protestar.
—¿Dónde estoy? ¿Y por qué todos parecen… tan diferentes? —pregunto, tratando de esconder el temblor en mi voz.
Él me observa durante unos instantes antes de responder.
—Estás en Atrea, un lugar donde la magia y la tierra son uno solo. No es común que alguien como tú llegue aquí por accidente, así que necesito saber si hay algo que no estás contándome. ¿Quién eres realmente, Anara?
El hecho de que sepa mi nombre me deja helada. No recuerdo habérselo dicho a nadie desde que llegué a este lugar. Aun así, decido responder con sinceridad.
—Yo… soy solo una persona común. Vivo en Seatle, tengo un trabajo normal. No sé cómo vine aquí ni qué está pasando —admito, todavía confundida.
Él me mira fijamente, y noto algo más profundo en sus ojos, una tristeza oculta.
—Atrea no es un lugar cualquiera, Anara. Es un reino que muchos desean controlar. Lo que describes como un árbol es, en realidad, uno de los portales más antiguos y secretos de nuestro mundo, que solo se abre en situaciones excepcionales. Si te ha traído hasta aquí… debe de haber una razón.
Parpadeo, intentando asimilar lo que dice. ¿Un portal? Esto suena a algo salido de una historia de fantasía, pero aquí, en este lugar, nada parece imposible.
—Entonces, ¿qué se supone que haga ahora? —pregunto en un hilo de voz.
Él esboza una leve sonrisa, casi como si fuera un reflejo triste.
—Ayúdame a encontrar por qué has llegado a Atrea, y a cambio, haré todo lo posible para devolverte a tu mundo. Pero antes… —hace una pausa, y su tono se vuelve aún más serio—, debes saber que algo oscuro y antiguo está despertando en estas tierras, y me temo que tú estás relacionada con su regreso.
Una mezcla de miedo y adrenalina recorre mi cuerpo. Todo esto suena a locura, pero ¿tengo otra opción?
—Está bien… —pregunto, sintiendo cómo una extraña determinación empieza a nacer dentro de mí.
Él asiente, satisfecho.
—Primero, tendrás que conocer este mundo y comprender el peligro que enfrentamos. Necesitarás aprender sobre la magia que corre en Atrea, la misma que quizás te haya traído aquí —explica, y luego hace una señal para que alguien entre en la sala.
Una figura encapuchada aparece en la puerta. Es una mujer de cabellos blancos y ojos intensos, y siento que percibe cada pequeño detalle con solo mirarme.
—Ella será tu guía en este viaje. Se llama Alira, y te ayudará a entender lo que necesitas saber para sobrevivir aquí.
Miro a la mujer, que me devuelve la mirada con una leve sonrisa. Es extraña, pero algo en ella me inspira confianza. Entonces, Alira se inclina levemente y me habla con voz suave.
—Bienvenida a Atrea, Anara. Prepárate, porque aquí nada es lo que parece. La magia te ha traído, y quizás… solo quizás… será la misma magia la que te ayude a encontrar tu verdadero propósito.