Diana siempre soñó con ser una cantante y compositora de reguetón. Ella quería demostrar que el reguetón también podía tener letras con significado, historias de fondo que fueran más allá de lo superficial. Mientras sus compañeros de clase reían cada vez que mencionaba su sueño, ella seguía insistiendo, convencida de que podía cambiar la percepción de todos.
—¿Otra vez con lo mismo, Diana? —se burlaba Carlos, uno de sus amigos de la universidad—. Nadie va a escuchar letras profundas en reguetón. Eso es solo perreo y fiesta.
—Ya verás —respondía Diana con determinación—. Quiero escribir algo distinto. Algo que diga más.
Con la ayuda de algunos conocidos, Diana comenzó a entrar en el mundo de la música. Logró contactar a varios dueños de disqueras que promocionaban música urbana. Cada reunión que tenía estaba cargada de esperanza, pero con el tiempo, empezó a notar un patrón en cada encuentro.
La primera vez fue con Don Roberto, un hombre que tenía fama de haber descubierto a varios artistas de éxito.
—Tus letras... bueno, están bien, pero... —dijo Don Roberto, sonriendo de manera extraña—. ¿Sabes? En este negocio, se necesita más que talento. Se necesita... cómo decirlo, un toque especial que solo tú puedes darme.
Diana no comprendió al principio, pero la mirada de Don Roberto y su sonrisa insinuante dejaron claro lo que quería. No se lo dijo directamente, pero las palabras estaban ahí, colgando en el aire. Diana, cegada por su ambición, accedió.
Después vino Julio, otro productor.
—Me gusta tu estilo, pero no sé si estás lista para el gran salto —le dijo, pasándole una mano por el hombro—. Tal vez si me muestras qué tan... comprometida estás.
Diana asintió, sin decir nada. Sabía a qué se refería. Y otra vez, se encontró cediendo a esos «favores». Los meses pasaban, y ella seguía haciendo lo mismo con distintos productores, cada uno pidiéndole algo a cambio de la tan ansiada oportunidad.
Al principio, ella lo justificaba. Se decía a sí misma que pronto cumpliría su sueño, que esas concesiones eran parte del camino. Pero el sueño nunca llegó. Los productores nunca cumplían su parte. En cambio, escuchaba en la radio las voces de nuevos talentos cantando letras que parecían tener algo en común: todas hablaban de experiencias íntimas con los dueños de grandes disqueras.
Un día, mientras escuchaba una canción que hablaba de una joven ambiciosa que haría «lo que fuera por llegar a la cima», Diana sintió un escalofrío. La letra era una descripción casi exacta de lo que ella había vivido. Y así siguieron más canciones, más letras que detallaban con descaro lo que había sucedido en aquellas oficinas.
Diana comprendió que su sueño de componer letras con sentido se había desvanecido. No se había convertido en la compositora que cambiaría el reguetón. En lugar de eso, había sido la inspiración para que otros siguieran escribiendo letras sexualizadas, pero esta vez, usando su historia y su cuerpo como material.
Sentada en su pequeño apartamento, sola y escuchando la radio, Diana apagó el celular. No había cumplido su sueño. Pero, de algún modo cruel, había ayudado a que otros lograran el suyo, aunque no de la manera que ella había imaginado.
—Nunca fui la compositora que soñé ser ―se dijo con amargura—, pero sí fui la musa que ellos necesitaron.
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Relatos que muerden
TerrorEs el inicio de una colección intrigante de relatos donde el misterio se entrelaza con el suspenso y un toque de terror. Cada historia sumerge al lector en un mundo inquietante, donde las apariencias engañan y los giros inesperados mantienen la tens...