El viento movía las hojas , las hacía resonar suavemente entre los altos pinos y árboles del jardín del Palacio de Lirae, llevaba consigo el fresco y delicado aroma de la primavera, los pétalos de cerezo se extendían a lo largo y ancho del jardín. Sin embargo, para Léo, príncipe heredero de Lirae, ese aire para él no significaba nada, solo le recordaba la tristeza que lo rodeaba.
Notaba en su pecho el cansancio, que iba más allá de lo físico, un cansancio que nacía de la política de su reino, de las incertidumbres, de los secretos, de la tragedia y el destino que se le avecinaba, que parecía marcado antes de su nacimiento.
Léo, aquel joven de 17 años, era un chico risueño,taciturno y solía soñar despierto. Imaginando la cálida y dulce vida que tendría de no ser por el cargo que llevaba sobre su espalda. Sus padres, los reyes de Lirae, esperaban grandes cosas de él, realmente iba a heredar el reino en un futuro no tan distante. Y eso le provocaba mareos.
Aquel día, como siempre estaba acostumbrado, dedicó gran parte de su tiempo en atender los complicados asuntos del reino. La corte de Lirae estaba en pleno ajetreo, ya que contra todo pronóstico, sus padres forjaron un matrimonio. En el que Léo estaba incluido con un príncipe del reino enemigo. No lo hicieron para buscar el amor ni la felicidad de ambos, es más ni siquiera habían tenido la oportunidad de conocerse de antemano. Este matrimonio ficticio solo buscaba unificar y buscar la paz entre los dos reinos, después de centenares de años de guerras y disputas.
Todo en el palacio debía estar impecable para la llegada del príncipe de Korlian. Los sirvientes y consejeros de aquel castillo, oscuro, tenebroso, y lleno de desasosiego, tenía que estar en perfectas condiciones, al final este estilo de vida de lujos y riqueza solo demostraba en situaciones como estas quien tenía más ostentosidad.
Los jardines estaban impecables, no había un solo hierbajo y la hierba estaba toda milimétricamente cortada a la perfección. Incluso las fuentes que adornaban los jardines tenían el agua pura y cristalina. Varios tapices decoraban las paredes, eran de colores variados, pero la mayor parte de los detalles eran tonos azules y dorados, los colores representativos del reino. En varios se mostraban iconos de antiguos gobernantes del reino, como si de un árbol genealógico se tratara.
Nada de eso inquietaba a Léo, sentía que estaban dándole demasiada importancia a un simple acto público por cuestiones de buscar la paz, se podrían haber ahorrado tantas preparaciones y tantos detalles para esta ocasión. Lo único que le preocupaba era el matrimonio amañado por sus padres que se daría lugar hoy.
Léo caminaba por los jardines, apreciando con cautela cada detalle, sus pisadas resonaban en el fino suelo de piedras entrelazadas que recorría gran parte del jardín. No podía evitar soñar despierto e imaginar que estaba fuera de aquel lugar, lejos de tener que cumplir con la situación que le habían impuesto. Era joven pero su alma se sentía vieja.
Kael, el príncipe de Korlian, era totalmente el polo opuesto de Léo. El es extrovertido, audaz, valiente y sobre todo lleno de vida. Había rumores que hablaban de él, sobre su habilidad en combate, sus modales perfectos... Nadie jamás había especulado sobre su interior, ya que nunca nadie había tenido la oportunidad de conocerlo. Léo sabía que aunque se negara, debía aceptar que la unión entre ellos se formaría.
–Príncipe Léo, el príncipe de Korlian ya ha llegado –la voz de Faris, su consejero y casi su única compañía, lo sacó de sus pensamientos.
Léo se dio la vuelta, encontrando a Faris de pie junto a la puerta del palacio, su cara reflejaba serenidad pero a su misma vez sus ojos reflejaban comprensión. Faris había acompañado a Léo en muchas batallas, no solo las físicas, sino en las luchas internas que siempre habían atormentado a Léo.
–Lo sé –respondió, su tono era frío y distante, más de lo que quería. No pudo evitarlo. La idea de ver a Kael cara a cara provocaba que hasta la última parte de su cuerpo sintiera miedo. Pero a la vez le suscita curiosidad.
–Será un encuentro público– añadió Faris, como si entendiera sus inquietudes–. Tus padres esperan ver un futuro unido y prometedor, no puedes tirar la toalla ahora.
Léo asintió resignado, las palabras de Faris le resultaban vacías pero a su misma vez sentía que tenía razón. ¿Cómo podría mantener la compostura cuando la lealtad y su propia familia se veía obligada a ceder ante asuntos políticos?
Casi sin pensarlo, Léo se dirigió hacia el gran comedor, donde la corte ya se encontraba reunida. Los cálidos rayos de luz se colaban por los grandes ventanales, iluminando a los huéspedes y a sus lujosos trajes de gala. En el centro, una mesa de mármol blanco, estaba cubierta por un tapiz de seda que brillaba de un azul y dorado casi efímero.
Kael, el príncipe de Korlian estaba al otro lado de la mesa, rodeado de sus propios consejeros y sirvientes, su postura lo hacía destacar entre los demás nobles. A diferencia de los nobles de Lirae, que trataban de vestir con la solemnidad de la realeza. Llevaba una capa de terciopelo negro, bordada en finos y delicados hilos dorados que parecían arder a la luz. Su cabello, oscuro y ondulado, caía sobre su frente con un desorden perfecto. Sus ojos dorados brillaban con la intensidad del mismo sol, no pasaban desapercibidos entre la multitud.
Cuando sus miradas se cruzaron, Léo sintió un pequeño escalofrío recorrer su espalda. Algo en su expresión le parecía extraño. No era solo la típica arrogancia esperable de un príncipe, era algo más profundo, algo que Léo no sabía o no podía averiguar, pero era inquietante.
Kael le esbozo una sonrisa, arrogante pero al mismo tiempo fingiendo amabilidad, como si estuviera tratando de mantener sus buenos modales. Léo comenzó a pensar si Kael se sentía igual que él, si sentía la misma presión al enterarse de su matrimonio forzado, pero solo fueron preguntas lanzadas al aire. Quería saber si él también estaba siendo protagonista de esta cruel y falsa obra de teatro.
–Príncipe Léo, por fin llegas –dijo Kael, su voz era suave pero tenía un pequeño matiz de superioridad, lo que hacía que cada palabra sonara más fuerte de lo deseado.
Léo se acercó, mostrando elegancia y gratitud hacia el. Su corazón latía rápido, estaba nervioso. Pero trató de mantener la postura.
–Es un honor, príncipe Kael– respondió, su tono era distante, aunque no podía evitar que su cuerpo temblara ligeramente, realmente estaba asustado. Tenía curiosidad en saber si los rumores que divulgaban sobre Kael eran ciertos, tal vez, tendría la oportunidad de conocerle.
Ambos formaron una reverencia en señal de respeto, ninguno pareció disfrutarla. Pero en ese breve contacto, Léo sintió una extraña sensación, como si ambos estarían hechizados. Sintió un vínculo, pero no uno cualquiera. Un vínculo antiguo, muy profundo, que ninguno de los dos conocía pero no podía evitar sentirlo.
La paz entre ambos reinos comenzaba con una mentira. Y, quizás, esa mentira es lo único que podría salvarlos de lo que se avecinaba.
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El Reino De Los Susurros Dorados ⚜️
Fantasy-Príncipe Léo -dijo Kael, con una sonrisa cargada de intención-, ¿alguna vez te has preguntado si esta paz vale la libertad que hemos perdido? Léo lo miró, incapaz de ocultar la incertidumbre en su voz. -¿Y tú, Kael? ¿Crees que la paz que nos exigen...