El salón del palacio de Lirae estaba preparado para recibir el evento más importante de la última generación: la unión matrimonial entre ambos príncipes, una unión formada por mentiras y por el bienestar del futuro de los reinos, buscaban la paz que tanto les había costado mantener.
En las paredes, había varios tapices que se entrelazaban con los oscuros y profundos tapices de Korlian, como si fuera una mezcla forzada de tonos que apenas conseguían convivir en el mismo espacio.
Léo observaba cada detalle del lugar, intentando persuadir los nervios y la tensión que le atormentaban por dentro. Los invitados llenaban la sala, nobles de ambos reinos que, aunque sonreían con diplomacia, no podían evitar la incomodidad en sus rostros. Esto no se trataba solo por la unión de ambos príncipes, era el choque de dos mundos opuestos. La atmósfera era pesada y oscura, como si una niebla densa llenara cada parte de aquel salón.
Desde el otro extremo de la sala, Léo vio a Kael entrar con una calma que le resultaba abrumadora. El príncipe de Korlian avanzaba con calma, su postura era perfecta y con una mirada afilada que cruzaba la sala como una navaja afilada.
Kael mantenía esa misma sonrisa, esa mezcla de arrogancia y amabilidad que desconcertaba a varios de los presentes incluido Léo. Por un instante, ambos intercambiaron miradas. Léo sintió una vez más aquel extraño vínculo, como si un lazo invisible los uniera desde tiempos incontables.
La ceremonia empezó. Los reyes de ambos reinos entraron al salón, tomaron asiento en unos tronos dispuestos en un lugar de honor, frente a una mesa llena de pergaminos y documentos que ambos príncipes debían sellar para asegurar su destino. Los consejeros y ministros rodearon la escena, como si fueran los guardianes de un pacto ancestral. Un sacerdote de Lirae, con su pelo canoso y su voz ceremoniosa, se acercó hacia el centro de la sala y pidió a ambos príncipes que se colocaran el uno frente al otro.
Léo trató de respirar hondo, controlando sus temblores en la mano. Kael, en cambio, siguió firme y seguro, sus ojos dorados estaban clavados en los de Léo, no había rastro de duda ni de temor en su mirada. La ceremonia fue larga, más de lo que debería de haber sido, cada palabra del sacerdote resonaba en la mente de Léo como un martillo sobre un yunque. "Paz, lealtad, alianza, pacto de sangre..." Eran palabras que murmuraban sobre un destino impuesto, una vida que no le agradaba realmente. Sentía que con cada pequeña frase poco a poco su libertad desaparecía.
Kael, aunque presentaba una serenidad inquebrantable, parecía algo distante. Léo no pudo evitar preguntarse si sentían lo mismo. ¿Su postura segura era solo una tapadera? ¿Le atormentaba de la misma manera este matrimonio forzado, este guión que debían interpretar?
En el momento de intercambiar votos, el sacerdote pidió que declararan sus palabras de lealtad. Léo suspiró, sentía que sus palabras se atragantan en su garganta, como si pronunciar aquellas promesas fuera traicionarse a sí mismo. Miró a Kael, por primera vez, vio un destello de algo parecido a la humanidad en sus ojos dorados, como si fuese una duda que desapareció tan rápido como había aparecido.
–Prometo solemnemente buscar el bienestar de ambos reinos –dijo Léo, su voz era un susurro, pero era suficiente para que la escucharan todos los presentes–, y cumpliré con mi papel en este matrimonio para luchar por la paz que tanto hemos anhelado.
Kael sonrió con una sonrisa apenas perceptible y repitió sus votos, con un tono seguro y firme.
–Prometo también servir a los dos reinos, cumplir con mi rol en esta alianza, para que nuestros pueblos puedan finalmente vivir en paz.
Léo observó el rostro de Kael mientras hablaba, intentando averiguar algo de él. Por un instante, su tono parecía sincero, como si realmente deseara una vida tranquila, lejos de las políticas y las guerras. Pero, esa seriedad pronto se convirtió en un gesto frío, como si solo fingiera cumplir su parte en la obra que le habían encomendado.
Tras los votos, el sacerdote extendió sus manos sobre Kael y Léo, murmurando unas palabras en un dialecto antiguo, una bendición que se hizo oír en todas las paredes del salón. Léo sintió un peso en su pecho, como si una fuerza invisible le atara a Kael. Esa sensación del vínculo, que antes solo lo intuía, ahora era algo intangible, como si algo profundo y ancestral los uniera irremediablemente.
El sacerdote les pidió realizar un acto simbólico para sellar la unión. Les ofreció una copa plateada, la cual ambos debían beber para representar la mezcla de sus destinos. Léo, con un ligero temblor, tomó la copa y le dio un pequeño sorbo, sintiendo el sabor amargo y metálico de la copa. Kael hizo lo mismo, su mirada estaba fija en Léo mientras bebía, sin pestañear, como si esperara alguna reacción en él.
El silencio en la sala se hizo aún más notable. Cuando ambos príncipes entregaron la copa, el sacerdote declaró que oficialmente estaban unidos. No hubo vítores ni aplausos; la sala permaneció en un silencio sepulcral, como si todos fuesen conscientes de lo frágil de la unión, de la fina capa de paz que acababan de firmar. y que podría romperse en cualquier momento.
Kael y Léo intercambiaron una reverencia nuevamente, sin musitar una sola palabra. El peso de lo que acababa de suceder era algo insoportable para Léo. En los ojos de Kael, aunque oculto en una máscara de serenidad, Léo creyó ver un reflejo de la misma carga. Ambos estaban siendo los protagonistas de un acuerdo político, de un teatro que ellos no habían escrito, pero del cual ahora eran prisioneros.
Cuando la ceremonia dió su fin, la corte y varios nobles comenzaron a moverse lentamente hacia el salón contiguo, donde iba a dar lugar el banquete. Léo sentía que debía alejarse, de escapar de aquella jaula de oro y mármol que lo rodeaba. Al darse la vuelta se encontró con Kael, quien lo miraba con una leve sonrisa en tono desafiante.
–¿Tan pronto deseas huir, príncipe Léo? –preguntó Kael, su tono era suave, pero las palabras llevaban un filo que no pasaba desapercibido.
Léo suspiró y trató de mantener la compostura. Sabía que, por el momento, sus caminos estaban entrelazados, y aunque no deseaba vivir esa situación, no tenía más opción que enfrentarlo con dignidad.
–No huyo, solo... es difícil de asimilar todo de golpe –respondió Léo, fingiendo tranquilidad.
Kael, asintió, y durante unos instantes sus ojos dorados mostraron algo sutilmente parecido a la comprensión.
–Es extraño para ambos, imagino –dijo Kael–. Pero si el destino que no espera es estar unidos, al menos intentemos que esto sea soportable.
Léo no respondió, pero en su interior sintió una chispa de alivio al ver que Kael no era tan ajeno como él se imaginaba. Tal vez, repito solo tal vez, esa impuesta unión podría convertirse en algo diferente, algo que ni ellos mismos definirían en el tiempo que les tocaría compartir.
La paz entre Lirae y Korlian estaba oficialmente pactada, pero para ellos, el verdadero desafío apenas comenzaba.
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El Reino De Los Susurros Dorados ⚜️
Fantasy-Príncipe Léo -dijo Kael, con una sonrisa cargada de intención-, ¿alguna vez te has preguntado si esta paz vale la libertad que hemos perdido? Léo lo miró, incapaz de ocultar la incertidumbre en su voz. -¿Y tú, Kael? ¿Crees que la paz que nos exigen...