cap 7

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Capítulo: "Viento en contra"

El día comenzó con una sensación extraña, como si algo estuviera fuera de lugar. El sol brillaba con intensidad, pero el aire era frío y cortante. Estábamos en una pista completamente nueva para Franco, en un país cuya cultura apenas habíamos comenzado a explorar. Desde el inicio, todo se sentía distinto, y no necesariamente en el mejor sentido.

El viernes había sido complicado. Durante las prácticas, Franco había tenido problemas para encontrar el equilibrio adecuado en el auto. Los ingenieros trabajaban contra reloj, intentando ajustar cada detalle, pero él regresaba al garaje con un gesto frustrado después de cada tanda. Desde mi rincón habitual en el paddock, podía ver cómo tensaba la mandíbula, tratando de mantener la calma mientras su mente trabajaba a toda máquina buscando soluciones.

Una tormenta inesperada

El sábado, las cosas no mejoraron. Durante la clasificación, el clima cambió de forma repentina. Una tormenta eléctrica apareció de la nada, interrumpiendo las sesiones y obligando al equipo a improvisar. Franco salió a pista con neumáticos para lluvia extrema, pero el auto seguía siendo difícil de manejar. El resultado fue un decepcionante puesto 17 en la parrilla.

Cuando terminó la sesión, me acerqué a él mientras salía del garaje, empapado por la lluvia y con la mirada fija en el suelo.

—Franco... —empecé a decir, pero él levantó una mano para detenerme.

—No, Juana. No digas nada. No es mi día —respondió, con un tono que no era enojado, pero sí cansado.

Entendí que necesitaba espacio, así que me limité a caminar junto a él de regreso al hospitality. Franco tenía una forma peculiar de lidiar con los malos días: se aislaba durante un par de horas, dejaba que su frustración se asentara, y luego volvía con más fuerza. Lo conocía lo suficiente para no presionarlo, pero no podía evitar preocuparme.

El peso del fracaso

Aquella noche, mientras él repasaba telemetrías y hablaba con los ingenieros, yo me quedé en el balcón de nuestra habitación, mirando la ciudad iluminada a lo lejos. Había algo en el aire que me hacía sentir inquieta, como si el peso de las expectativas estuviera aplastándonos a ambos.

Cuando Franco finalmente regresó, se dejó caer en el sillón sin decir una palabra. Su rostro estaba más relajado, pero aún podía ver la tormenta interna que lo atormentaba.

—¿Querés hablar? —pregunté suavemente, sentándome a su lado.

Él negó con la cabeza al principio, pero luego suspiró profundamente.

—Es frustrante, Juana. Siento que no importa cuánto trabaje, siempre hay algo fuera de mi control. Hoy fue el auto, mañana será el clima, y pasado, quién sabe... A veces me pregunto si tengo lo que se necesita para estar acá.

Le tomé la mano y lo miré fijamente.

—Franco, el hecho de que estés acá ya es prueba de que lo tenés. Nadie dijo que sería fácil, pero vos sabías eso desde el principio. Este camino es tuyo, y lo estás recorriendo a tu manera, con tus tiempos. No dejes que un mal día te haga olvidar todo lo que ya lograste.

Él me miró en silencio durante unos segundos, como si estuviera procesando mis palabras, y luego sonrió levemente.

—¿Cómo hacés para siempre tener las palabras correctas?

—No siempre las tengo. Pero siempre intento.

El día de la carrera

El domingo llegó con cielos despejados y una atmósfera cargada de emoción. A pesar de todo, Franco estaba tranquilo. La charla con los ingenieros esa mañana había sido productiva, y aunque sabíamos que remontar desde el puesto 17 sería difícil, él parecía más enfocado que nunca.

Cuando las luces se apagaron, Franco hizo una largada brillante, ganando tres posiciones en las primeras curvas. Desde ese momento, su carrera fue una demostración de paciencia y estrategia. Aprovechó cada oportunidad, evitó errores y supo mantener la calma en medio del caos.

En las últimas vueltas, una bandera amarilla le permitió acercarse a los puntos. Con una maniobra audaz en la penúltima curva, logró superar a dos autos más. Pero entonces, en la recta final, algo salió mal.

Desde mi lugar en el garaje, vi cómo el auto de Franco comenzó a perder tracción en una curva cerrada. En un intento por corregirlo, el monoplaza hizo un movimiento brusco y chocó violentamente contra las barreras de contención. El impacto fue tan fuerte que el sonido pareció silenciar todo lo demás a mi alrededor.

—¡No! —grité, sintiendo cómo el mundo se detenía por un instante.

En la pantalla del garaje, la cámara enfocó el auto destrozado, con partes esparcidas por la pista. El equipo entero se quedó sin aliento, esperando algún indicio de movimiento desde el cockpit. Finalmente, tras unos segundos que parecieron una eternidad, la voz del ingeniero rompió el silencio:

—Franco está bien. Repetimos, Franco está bien.

Mi cuerpo se relajó un poco, pero las lágrimas ya corrían por mi rostro. Lo vi salir del auto con dificultad, levantando una mano para indicar que estaba ileso. Sin embargo, su rostro reflejaba algo más que el dolor físico: estaba devastado.

Cuando llegó al garaje, lo abracé sin decir una palabra. Él temblaba, todavía en shock por lo ocurrido.

—Lo siento... —murmuró—. Arruiné todo.

—No arruinaste nada, Franco. Estás vivo, y eso es lo único que importa.

Sabía que el camino por delante sería difícil. Pero mientras él estuviera conmigo, enfrentaría cada desafío, cada caída, con la misma fuerza que siempre nos había mantenido unidos

la mujer del procesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora