Closer

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Desde el momento en que entré en el club, mis ojos se posaron en él. Estaba con alguien más, lo sabía; sus risas y miradas eran de alguien en compañía, de alguien amado, pero el peligro de esa conexión me atraía irremediablemente. Él era extraño y familiar al mismo tiempo, una contradicción que ardía en cada movimiento de su cuerpo al compás de la música. Algo dentro de mí supo, en ese instante, que iba a ser una noche diferente.

Lo observé sin que se diera cuenta, apenas apartando la mirada cuando su pareja, Matthew, le tomaba la mano o lo rodeaba con sus brazos. Sentía una punzada en el pecho, un extraño ardor que intenté sofocar, pero era inútil. Había algo en él que me atraía más allá de la razón. A medida que avanzaba la noche, y el ambiente se volvía más intenso, mis pensamientos se teñían de deseo y desafío. Era un juego que yo mismo me imponía: mantenerme al margen, observando, sin intervenir... hasta que el destino decidiera lo contrario.

La música cambió, y él quedó solo por un momento, perdido en su propio ritmo, en sus propios pensamientos. Aproveché la oportunidad y me acerqué. Noté cómo sus ojos se iluminaron al verme. Era Jiwoong, así me lo dijo cuando le pregunté, aunque ya lo sabía. Me sonrió y, por un segundo, el mundo se desvaneció a nuestro alrededor. Quise saberlo todo sobre él; su risa, su historia, su perfume que se quedó grabado en mí desde esa primera cercanía. Estábamos tan cerca que casi podía sentir el latido de su corazón resonando en mi pecho.

Sin embargo, no podía ignorar que Matthew estaba allí. Y cada vez que lo veía acercarse a él, algo se retorcía dentro de mí. No debería sentir esto, pero el magnetismo era innegable. Cada vez que sus manos tocaban a Jiwoong, mi mente se llenaba de celos y anhelo. Me decía a mí mismo que no debía insistir, que esto no me llevaría a nada más que a una obsesión insaciable.

Esa noche, todo terminó con un roce furtivo, un beso prohibido en un rincón oscuro, lejos de las miradas de Matthew. Fue breve, pero quedó grabado en mi mente durante días, una chispa imposible de apagar por más que intentara convencerme de que debía detenerme, de que no debía buscarlo. Sin embargo, la tentación era más fuerte que cualquier resolución.

Cuando la oscuridad se volvió cómplice y la música bajó su intensidad, él regresó a mí. Susurró algo que se perdió entre el ruido, pero las palabras no importaban; lo único que sabía era que lo quería más cerca, mucho más cerca. Nos dejamos arrastrar por ese instante sin pensar en las consecuencias, sin importarnos los límites que cruzábamos ni las promesas que rompíamos con cada caricia furtiva.

Cada vez que volvía a Matthew, algo en mí se rompía y se renovaba al mismo tiempo. Esa relación prohibida me estaba consumiendo, me hacía cuestionarme, pero el deseo era más fuerte que la razón. Mis sentidos se volvían más agudos, y mi piel ansiaba su cercanía, sus caricias, como si me hicieran falta para respirar. Él regresaba a mí, una y otra vez, aunque luego se alejara con una excusa silenciosa y volviéramos a repetir el ciclo. Su perfume quedaba impregnado en mi ropa, en mi memoria, haciéndome sentir que, de alguna forma, yo también pertenecía a él.

No podía evitar imaginarme un futuro distinto, donde él dejara de lado cualquier barrera que lo alejara de mí, donde le confesara a Matthew lo que en el fondo ambos ya sabíamos: que este era un juego sin retorno, que él y yo éramos como dos imanes atraídos por un destino inevitable. Me decía a mí mismo que tal vez esta sería la última vez, que debíamos alejarnos antes de perdernos en un laberinto sin salida. Pero cada vez que lo veía, cada vez que sentía su piel contra la mía, el mundo se desvanecía y solo existíamos nosotros.

Pasaron semanas, y Jiwoong y yo continuamos viéndonos en secreto. Cada encuentro estaba cargado de una pasión incontrolable, pero también de un peso que ambos sentíamos. Aunque nunca mencionábamos a Matthew, su sombra siempre estaba ahí, flotando sobre nosotros.

Lo observé desde la distancia, como siempre hacía. Sus movimientos eran cuidadosos, medidos, y cada vez que Matthew se inclinaba hacia él, Jiwoong respondía con una sonrisa automática, casi mecánica. En contraste, cuando nuestras miradas se cruzaron, todo en él parecía cambiar. Su cuerpo se tensaba, sus ojos se iluminaban con una chispa que no podía ignorar.

Mientras Matthew se alejaba para buscar algo en la barra, Jiwoong y yo nos encontramos en un rincón apartado del club. Había intentado resistirme, pero no podía evitarlo. Cada viernes, el destino parecía empujarnos hacia este mismo lugar.

-No debería estar aquí contigo -susurró Jiwoong, aunque su cuerpo traicionaba sus palabras al acercarse más a mí.

-Entonces, ¿por qué siempre vuelves? -respondí, desafiándolo, buscando en sus ojos la verdad que nunca lograba decir en voz alta.

Jiwoong no respondió. En cambio, me besó, como si ese gesto fuera su única forma de explicarse. Sus labios eran urgentes, desesperados, como si quisiera absorber todo lo que yo podía ofrecerle en ese instante. Cada vez que nos encontrábamos, parecía que el tiempo se detenía, que el mundo dejaba de existir, excepto nosotros dos.

-Déjalo, Jiwoong -le susurré cuando nos separamos, apenas a unos centímetros de distancia-. Esto no puede seguir así. Tú lo sabes.

-No es tan fácil -respondió, su voz cargada de culpa y frustración-. Matthew no merece esto.

-¿Y tú? -pregunté, tomando su rostro entre mis manos-. ¿Qué mereces tú?

Jiwoong no respondió. Sus ojos estaban llenos de lágrimas que nunca dejaba caer. Lo conocía lo suficiente como para saber que estaba atrapado, dividido entre lo que deseaba y lo que sentía que debía hacer.

Más tarde esa noche, cuando las luces del club empezaban a apagarse y la música bajaba de intensidad, lo vi marcharse con Matthew, como siempre. Pero esta vez, algo era diferente. Antes de cruzar la puerta, Jiwoong se detuvo. Giró la cabeza y me miró. Su expresión estaba llena de conflicto, como si quisiera decirme algo que no podía poner en palabras.

"Dile, dile que se acabó"

Matthew lo tomó de la mano, llamando su atención. Jiwoong volvió a mirarlo, y en ese instante, pude ver cómo se acomodaba en la familiaridad de lo conocido. Sabía que no podía soltarlo, no aún. La costumbre era un lazo fuerte, más fuerte que su deseo de empezar de nuevo conmigo.

Mientras los veía desaparecer por la puerta, sentí una mezcla de tristeza y resignación. Sabía que Jiwoong deseaba algo diferente, algo que podía encontrar conmigo, pero también sabía que el miedo y la culpa lo ataban a su presente.

Quizás alguna vez encontraría el valor para liberarse. Quizás no. Pero en el fondo, ambos sabíamos que, aunque nuestras miradas se buscaran y nuestras manos se encontraran en la oscuridad, había una barrera que él no estaba listo para cruzar.

Y mientras me quedaba en el club, con su perfume aún grabado en mi ropa y su ausencia pesando más que su presencia, entendí que nuestra historia, por ahora, no podía ser más que esto: encuentros fugaces, promesas no cumplidas, y la distancia que siempre volvía a separarnos.

closerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora