A un paso de la dulce tierra

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La presión en mi pecho, mis piernas sobrecargadas, mis brazos dormidos y hormigueantes, mi cabeza palpitante, mis pensamientos ordinarios que creí que se ocultarían por un tiempo más regresando de forma súbita para recordarme quién soy o más bien, qué es lo que soy, pero ¿por qué no les digo de otra forma y solo los expreso como pensamientos ordinarios? Porque en eso es en lo que se han convertido: un ser común piensa en cosas banales y hasta se podría decir simplonas, o más que simplonas; ignorantes, pero así es el pensamiento común de la población, por lo tanto solo son pensamientos ordinarios, pero en mi cabeza mis pensamientos comunes son la melancolía, el desprecio, el cansancio, la cobardía y el profundo odio hacia mí misma. Me consume, me duele todo nuevamente y los pensamientos me atormentan. 

Es increíble estar relativamente sobria de divagaciones y luego, de un momento a otro, la tristeza me corroe desde la punta de los pies hasta la última hebra de mi cabello. Evidentemente no es lo común para toda la población, pero sí lo es para mí. 

Si soy honesta, no tengo un inicio de estos pensamientos, siempre han existido desde que comencé a desarrollar memoria: la decadencia, la tristeza y el desaliento. Y desearía con todas mis fuerzas que fuese una exageración, que el sentirme así fuese una mentira, incluso. Podría vivir pensando que soy una mentirosa exagerada, eso lo podría llegar a sentir soportable, pero desgraciadamente no es así, mi cuerpo se corroe, mis dedos se laceran, me abate escribir, el pensar es un hartazgo físico y mental. Ambiciono el poseer la habilidad de no pensar en ningún momento, habitar en la ignorancia absoluta, porque pienso que solo así se domina la felicidad. 

En el momento en el que observo a la gente estúpida que me rodea y contemplo sus rostros dichosos, los juzgo, los desprecio, me repugnan, y de la misma forma, una sutil envidia y deseo de ser igual de abominable me invade. Pero el resto de nosotros estamos condenados a vivir algo más desolador, malogrados entre sufrimiento y pensamientos llenos de resentimiento, y aunque enmascaremos tener un sentido mismo de nuestra existencia, la verdad es que, con la soberbia que me caracteriza, me atrevo a afirmar que estamos de forma inequívoca en la deriva absoluta, sin un fin al cual llegar, donde solo la soledad, siendo irónicamente un oxímoron inmenso, nos acompaña.

Soledad, sí, esa palabra tan sobreexplotada. Las personas le temen, tienen a un compañero para no sentirse solas: hijos, amigos, y a ninguno les interesa realmente más allá de sus propios fines. Toda mi vida me he sentido sola, incluso en estos momentos, el nudo de mi cuello se aferra tan fuerte a mi tráquea que puedo sentir cómo mi respiración se reduce. Pero no puedo juzgar a aquellos que usan a otros para evitar su soledad porque sería una hipócrita, y no tengo una moral para criticar, cuando seguramente ellos usan de forma inconsciente porque sienten que así es el amor. Yo estoy un paso más allá, y los utilizo para mis fines de forma consciente, y eso me hace definitivamente una persona malvada.

En el único momento en el que puedo sentirme comprendida es cuando observo el cieno, las hojas secas, las ramas desprendidas y desnudas, cuando las nubes negras adornan el cielo y todos dicen que se aproxima una tormenta. Así me siento en este momento, esa combinación de agua condensada y cristales camina a mi lado recordándome que, aunque lo intente, contagiaré como una infección a cualquiera que intente tenerme.

El dejar mi existencia trascender siempre me ha reconfortado. Este mundo está lleno de sufrimiento, aflicción, odio, y yo soy la viva imagen de ello. El desencanto de todo esto es que nadie me conoce realmente. Soy objeto de miradas invisibles en lo que solo ven una cara, un cuerpo, una personalidad fingida, intentando ser feliz, que siempre se queda en el intento más miserable porque no logra convencer a nadie.

La verdad es que no tengo un fin común; mi fin será mi muerte. Por lo que todos los medios son absurdos, una perdida de tiempo, un sin sentido, transitar sin razón es el equivalente a un ser errante, por lo mismo mi fin será la muerte. Ahí es donde encontraré un descanso eterno, donde mi cuerpo pertenecerá aún a este lugar, pero mi alma será exiliada de este mundo. Y para ese entonces descansaré en una tierra dulce, no sentiré el llanto de la creación, y el mío al fin se habrá acabado. No habrá más pena, ni arrepentimientos, ni dolor. Será el fin de mi mundo.

Delirios entre tierra y floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora