Estoy sentada frente a don gruñón con una variedad de muestras encima de la mesa. Él sostiene mi síntesis curricular; la lee detenidamente. Su ceño está fruncido, me mira a mí y luego a la hoja.
—¿La foto está retocada? —pregunta en un tono de voz aburrido.
—¡No! Estoy más maquillada ahí de lo que comúnmente me maquillo en el día a día.
—Deberías seguir maquillándote así —comenta serio, sin dejar de ver el pequeño recuadro donde está mi foto plasmada—. ¿Por qué volviste de Francia si tenías allá un buen trabajo en un restaurante reconocido?
—Mi mamá enfermó y tuve que volver a cuidarla —en parte es verdad, aunque hubo otra razón de peso para irme de ahí.
—¿Tu mamá vive aquí contigo?
—No, ella vive en un pueblo cercano llamado Ojai.
Y como si no le hubiese interesado esa información pasa al siguiente comentario.
—Sabes hablar inglés, francés, alemán y español. Eso me servirá en algunas ocasiones cuando tengamos que dar presentaciones.
Afirmo lo que dice en modo aprobación. Ósea, no me molesta usar mis cualidades lingüísticas en este mundo. "Cuando toca, toca", dijo la loca... ¡Ya, Juliana, concéntrate y ponte seria!
No puedo evitar observarlo mientras lee mi síntesis. Es muy guapo para ser real. Lástima que sea un bastardo que trata mal a todo el mundo. Lo peor es que él sabe el efecto que causa con su físico. Diría Doris de Shrek: "Es un papucho". Hoy anda vestido todo de negro. Su camisa negra se ajusta como hecha a su medida. Cada vez que mueve los brazos, sus músculos resaltan. Tiene una espalda ancha. J-o-d-e-r, esa camisa le hace honor al gym. Los pantalones le quedan en el punto perfecto para determinar que tiene un buen trasero y muslos. Mientras más lo observo, más pienso: "Virgen de la cachucha, está como quiere el desgraciado". Y ni hablar de su cara: "tallada por los mismos dioses". Sus ojos color miel, labios redondeados y carnosos, nariz perfilada, cejas gruesas, mandíbulas bien enmarcadas y su cabello castaño claro... Es todo lo que el mundo necesita para echarse un buen colirio. Aparte, tiene la piel del rostro mejor que la mía, y vaya que yo me la cuido. Es un hijo de puta, pero un hijo de puta que está... buenísimo.
—Ey, responde a lo que pregunté.
—¿Perdón? ¿Qué dijiste?
Por andar de detallista no presté atención a lo que me preguntó. ¡Qué vergüenza!
—¡Concéntrate, Juliana! Te pregunté si ya estás lista para mostrarme lo que me voy a comer.
¿Por qué lo dice así, con ese tono de voz? Siento que lo odio porque me causa estragos en mi sistema por momentos.
—Sí, aquí está lo que pude preparar. Son cuatro tipos de postres de la alta cocina francesa: bombones, una porción de Tarte Tatin, una porción de Gâteau Saint Honoré y un Éclair.
Coloco la caja encima de la mesa, cerca de él. La mira curioso, como detallándola.
—¿La caja la hiciste tú acaso?
—Sí.
—¿Por qué haces eso?
—Pienso que para destacar hay que ser original.
Él me mira fijamente, siempre serio y con cara de culo, pero esta vez vi un pequeño brillo pasar por su mirada. Brillo que se va en cosa de segundos.
—Bien, sírveme entonces.
¡Qué raro, siempre dando órdenes! Vuelvo a tomar la caja porque él ni pensar en que va a servirse. Me siento tensa y nerviosa bajo su atenta mirada mientras hago la acción de abrir la caja y servir las muestras en los platos.
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Amor a la Juliana
RomanceCuando Juliana Ferrer, una chef con un talento nato y una lengua afilada, entra a trabajar en el prestigioso restaurante de Alessandro Fieri, el chef italiano conocido por su carácter indomable y una sonrisa que derrite corazones, jamás imagina la r...