Sábado 09 de julio, 2022
Tarde
El timbre suena y el corazón me da un salto en el pecho. Es él. Después de un mes de discusiones que no terminaron bien, de peleas que se arrastraron como fantasmas por las habitaciones de nuestras casas, aquí está, parado frente a mí. Josiah. Me quedo parada en la puerta sin saber si darle la bienvenida o cerrársela en la cara. Pero, ¿cómo lo haría? Si todavía, a pesar de todo, sigue siendo él.
Lo miro a través de la mirilla antes de abrir. Su rostro está limpio, sereno. El cabello, ligeramente desordenado por el viento, le cae sobre la frente. Lleva una camisa de botones azul, algo casual, pero arreglado. Unos jeans rotos y unos tenis blancos. Se ve tan... tan él. Como si nada hubiera pasado.
Abro la puerta y lo miro en silencio.
—Hola —dice, una ligera sonrisa asoma en sus labios. Algo en sus ojos brilla, tal vez arrepentimiento, tal vez una necesidad de ser perdonado. O tal vez sólo quiere que las cosas vuelvan a ser como antes. Como si no hubiera sucedido nada.
—Hola —respondo.
No sé si debería invitarlo a entrar. El aire está tenso, aunque él parece completamente relajado. Al final, lo hago. Paso un paso atrás y le hago un gesto con la mano.
—Adelante.
Él entra, y aunque sus zapatos quedan inmóviles en el umbral, me doy cuenta de que ha traído algo consigo. Una pequeña caja envuelta en papel brillante.
Lo miro con desconfianza, pero trato de disimular. Él se acerca al sofá donde solíamos sentarnos juntos. Me siento a su lado, con la misma distancia de siempre, pero más marcada. A pesar de que he estado esperándolo, la verdad es que no sé si quiero hablarle. No quiero caer en ese juego de promesas vacías, de sonrisas que en realidad esconden más mentiras.
—He estado pensando mucho —comienza, y su voz es baja, casi tímida. No es la misma que solía usar cuando hablaba con esa confianza que me hacía sentir que él lo tenía todo bajo control.
Muerdo mi labio inferior. No lo miro directamente, pero sé que me observa.
—Yo también —respondo en un susurro, jugando con las muñecas de mi suéter gris. No le digo que lo que más he pensado es en cómo me ha hecho sentir menos, cómo me ha usado y cómo siempre encontró una excusa para no asumir sus errores. Todo eso lo tengo guardado, como un peso invisible que me oprime el pecho.
Lo noto más suave, más calmado, como si todo lo que hemos vivido hasta ahora no hubiera existido. Como si las peleas de los últimos días nunca hubieran sido tan violentas, como si no me hubiera gritado cosas que aún resuenan en mi mente.
—Yo... —suspira—. No quiero que esto termine. No quiero perder lo que tenemos.
Me detengo un momento antes de responder. Lo miro de reojo y trato de encontrar una respuesta que no sea dolorosa.
—No quiero perderlo tampoco. Pero... Josiah, las cosas no son tan simples. —Mi voz se va desvaneciendo a medida que las palabras salen. Lo que siento es más complicado de lo que cualquier discusión pudiera resumir.
Tan fácil que sería terminarlo y seguir tu vida.
La caja en sus manos cruza de un lado a otro, como si estuviera buscando una respuesta en ella, aunque la mirada de sus ojos parece estar más centrada en lo que hay dentro de mí, como si todo lo que he vivido en este tiempo le estuviera siendo revelado en ese instante.
Finalmente, alarga la mano y me la entrega.
—Es para ti.
La caja es pequeña, ligera. Al abrirla, encuentro un colgante de plata, en forma de corazón. Es bonito, pero no me llena. Es como un intento vacío de enmendar lo irreparable. Aún así, me lo cuelgo en el cuello, por costumbre. No quiero que me vea rechazarlo. No quiero que vea cuán vacía se ha quedado nuestra relación.
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Nunca Dije
Teen FictionEl miedo a salir lastimados y terminar con el corazón roto puede alejarnos de quienes más amamos, llevándonos a perder lo que, en el fondo, siempre deseamos conservar.