El chico ya le había escrito dos veces a Mariela a lo largo del día, simplemente diciéndole que todo iba bien, y preguntando como estaba ella.
Y su única respuesta eran un par de palomitas azules, en los dos mensajes anteriores, y el que ahora le escribía desde el vagón del metro, que acabaría teniendo la misma respuesta.
- ¡Pendejo guarda el celular! - Le susurró Pamela - ¡Te lo vaya a arrebatar algún culero por aquí! -.
Karim se apresuró a guardarlo, observando a la cantidad tan absurda de gente que viajaba con ellos, en el mismo tren.
Todos se apelotonaban, apretujaban como sardinas frente a él, gente subía y bajaba sin cesar, pero aun así el vagón no se vaciaba, solo parecía llenarse más. Él y su amiga tuvieron suerte de subirse muchas estaciones antes, pudieron tomar un par de lugares para ir sentados, hazaña que el resto de los pasajeros ya no pudieron realizar tan solo un par de paradas después. Hacía calor, sentía un estrés horrible al estar rodeado de seres humanos, hace mucho que no se encontraba en un ambiente tan lleno, ruidoso y asfixiante. Hacía su mejor esfuerzo por no colapsar en ansiedad.
Pamela lucía molesta también, harta y acalorada, pero definitivamente se le veía mucho más acostumbrada a viajar en ambientes así, mostrándose ya indiferente incluso a las miradas fijas de los pasajeros, de las señoras que la veían de pies a cabeza con los ojos saltones y expresión de asco, y de señores que igual, lanzaban ojos llenos de desprecio, pero también con un muy mal disimulado morbo.
Karim llamaba menos la atención, tan solo sentado ahí, con cara de quererse morir.
Llegaron literalmente, hasta el final de la línea, indios verdes, pero aún no llegaban a donde querían, todavía faltaba un tramo más, uno que se tomaba en camión.
El ya no tenía ni idea de que hacer, a donde ir, encontrándose perdido en un paradero de microbuses, sin árboles que lo protegieran del abrazador sol que cubría el concreto, donde sentía que todos lo veían, los chacales que ahí banqueteaban, los puestos de cosas variadas y las miles de calles llenas de casas a medio pintar cerro arriba. Si no fuera por Pamela quien básicamente lo acarreó durante todo el tiempo, él se hubiera perdido completamente ahí.
Ya en el camión, observando cuidadosamente el tipo de zona al que se metían, se preguntó lo terrible que sería transportarse desde ahí, hasta casi el sur de la ciudad, todos los días, solo para tener que ir a la escuela.
Acabaron bajándose en una calle cuyas casas no se veían tan mal, o que mínimo su segundo piso no lucía en obra negra, y estaba bastante circulado por gente, señoras que venían de sus compras y niños jugando fut boll con botellas vacías y pisadas de coca cola, lo cual los hizo sentirse más seguros, menos vulnerables ante un inminente asalto.
-Creo que es ahí bebé, es el número de casa que viene aquí- Señaló pamela una casa de dos pisos, realmente poco llamativa, con un simple color amarillo claro y las típicas rejas en las ventanas, el portón, y un llamativo diseño de cunas de moisés con herrería.
- ¿Estás segura? -.
-Pues no sé, toca y tu comprueba-.
Él se sentía inseguro, antes de siquiera querer acercarse prefirió observó todo su alrededor, los postes, las bardas pintadas con propaganda política, la maleza que en ciertos lados se asomaba, los caminos. No recordaba nada, tan solo esa sensación de familiaridad y nostalgia tan fuerte, sabiendo que, definitivamente ya había estado ahí antes.
Respiró hondo, definitivamente sin estar dispuesto a desperdiciar las horas de su vida que ya habían gastado en ir hasta allá, y decidió tocar la puerta.
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Lo que nunca pasó
Teen FictionKarim perdió la memoria hace un año, despertó solo, sin saber nada de él. Y aún adaptándose a su nueva vida, debe enfrentarse a su pasado. Viendo así que el haber olvidado fue realmente una bendición