Draco era un solista del rock, comúnmente se lo llamaba "Guerrero del Dragón" por su apariencia medieval. Su melena tan sedosa y larga como la de un león junto a sus colmillos afilados.
Cuyo ser que nadie se imaginaria que fue flechado por la jefa d...
Al fin se sentía libre. Pudo dar un respiro de ser alguien famoso y volver a ser un ser humano común como todos.
Creo que tomo una buena decisión, o bueno eso pensaba, porque si lo vemos de otra perspectiva; Draco depende de la venta de sus discos para poder comer.
Y la idea de retirarse por algunos años sería tirar su vida por la borda a largo plazo. Pero estaba dispuesto a intentarlo.
No todo es tan malo, a Draco comenzó a interesarle mas el arte, pintar cuadros cada que podía lo hacía distraerse un poco de la duda. Mandy claramente apoyaba esto, incluso haciendo parte de la firma de este un gato que siempre dibujaba en alguna esquina del dibujo.
Draco estaba de pie frente a un lienzo enorme, con la camiseta manchada de pintura y el cabello despeinado cayendo sobre su frente. Mandy lo observaba desde un sofá al fondo, sus piernas cruzadas y una taza de té entre las manos.
Era extraño verlo así, tan diferente del hombre que había dominado escenarios con su voz rasposa y su guitarra eléctrica. Ahora, sus dedos no sostenían cuerdas, sino pinceles que danzaban sobre el lienzo con movimientos deliberados.
—¿En qué piensas? —preguntó ella, rompiendo el silencio.
Draco levantó la vista y la miró por encima del lienzo. Sus ojos, tan intensos como siempre, destellaban una mezcla de concentración y serenidad que Mandy no recordaba haber visto antes.
—En nada. Y en todo. —Sonrió de lado, un gesto que aún hacía que su corazón diera un vuelco. Luego agregó—: Es como cuando componía. A veces las notas solo fluían. Ahora pasa lo mismo, pero con los colores.
Mandy se levantó y se acercó, descalza, dejando la taza de té sobre una mesa. Se detuvo a unos pasos de él, observando cómo sus pinceladas formaban una figura que aún era abstracta, pero con una energía vibrante.
—Nunca pensé que serías tan bueno en esto —dijo con una risa suave.
Draco dejó el pincel en la paleta y se giró hacia ella, apoyándose contra el caballete.
—¿Eso es un cumplido? Porque suena más como una sorpresa.
—Es ambas cosas. —Mandy se encogió de hombros, divertida. Luego señaló el lienzo—. ¿Qué es?
Draco la miró unos segundos, y luego volvió a enfocarse en su obra.
—Eres tú.
Ella parpadeó, sorprendida.
—¿Yo?
Él asintió, y tomó un trazo más enérgico de color carmín.
—No como tú te ves. Sino como te siento. La fuerza. La calma. Todo lo que haces para mantenerme entero. —Draco dejó el pincel y se acercó a ella, limpiándose las manos con un trapo que ya estaba cubierto de pintura—. Cuando estoy aquí contigo, lejos del ruido, siento que estoy donde debería estar.
Mandy lo miró, sin palabras, mientras él le acariciaba la mejilla con una mano ligeramente manchada de azul.
—No sabía que sentías eso... —murmuró ella, apenas audible.
—Bueno, ahora lo sabes. —Draco se inclinó y la besó suavemente, un beso que sabía más a promesa que a pasión.
El sol seguía cayendo, y el cuadro a medio terminar brillaba con los colores de un amor que estaba encontrando su propia forma.
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La habitación estaba sumida en penumbra, iluminada solo por la luz tenue de una lámpara en el rincón. Fang estaba sentado en el borde de su cama, con una copa de licor en la mano y una mirada fija en la caja que yacía dentro del armario. Su cabello azul marino caía desordenado sobre su frente, y sus ojos, siempre tan penetrantes, parecían brillar con una mezcla de determinación y furia contenida.
—Qué tranquilo se ve todo esto sin él, ¿me equivoco, Buster? —dijo con un tono helado que hizo que la habitación pareciera más fría de lo que era.
Buster, su amigo de toda la vida, estaba apoyado contra la pared con los brazos cruzados, observando cómo Fang manejaba la situación. El morocho asintió lentamente, sabiendo exactamente de quién hablaba. Fang no necesitaba decir su nombre; la tensión en sus palabras era suficiente para dejarlo claro.
Draco.
Fang soltó una risa corta y sin humor, apretando los dientes. Había reconocido a Mandy al instante, aunque habían pasado años desde la última vez que la vio. No podía soportar la idea de que alguien como Draco pudiera ganársela tan fácilmente. Era más que perder a Mandy: era perder su lugar, su influencia, su orgullo. La obsesión con ella había crecido en silencio, como una llama constante, y ahora se sentía como un incendio que no podía ignorar.
—No tolero que alguien como él me la quite. —Fang se puso de pie, dejando la copa sobre una mesa cercana, mientras sus pasos resonaban en el suelo de madera—. ¿Sabes qué es lo peor, Buster? Que tuve que hacerme amigo de Chester, su mejor amigo, solo para seguir estando cerca de ella.
Buster arqueó una ceja, algo intrigado.
—¿Y eso no te incomoda? ¿Pasar el rato con ese tipo?
Fang se encogió de hombros con una sonrisa torcida, acercándose al armario.
—Es un precio pequeño por lo que quiero. Chester es fácil de manejar, ni siquiera sospecha nada. Además, me mantiene informado de lo que pasa con Mandy. —Abrió el armario y sacó una caja cubierta de polvo, colocando una mano sobre ella con cuidado—. Pero eso ya no será suficiente.
Buster lo miró en silencio, entendiendo que Fang había llegado a una decisión.
Permaneció en silencio, aunque la sombra de una sonrisa irónica cruzó su rostro. Sabía que Fang era alguien que nunca aceptaba la derrota, especialmente cuando se trataba de Mandy.
La colocó sobre la cama con cuidado, casi como si fuera un tesoro. Levantó la tapa, revelando un traje oscuro con un diseño elegante y provocador. En el centro del pecho, una V bordada con un patrón plateado capturaba la luz de la lámpara, reluciendo con un brillo casi metálico.
—Es hora de volver al escenario. —Fang alisó el traje con las manos, una sonrisa torcida curvándose en sus labios—. Demostremos que es hora de renovar gustos.
Buster se acercó, observando el traje mientras cruzaba los brazos de nuevo.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó con voz grave—. Draco tiene a Mandy y todavía tiene su nombre en alto. No será fácil.
—¿Fácil? —Fang dejó escapar una risa sarcástica—. No me interesa lo fácil, Buster. Me interesa demostrarle al mundo —y a ella— quién soy realmente.
Fang se giró hacia el espejo de cuerpo entero al lado del armario. Levantó el traje y lo sostuvo frente a sí, observando la V con una intensidad que parecía devorar todo a su alrededor.
—Bienvenido de vuelta, Vagxy. —murmuró, sus ojos llenos de determinación.
La tensión en la habitación era palpable, como la calma antes de una tormenta. Vagxy estaba de vuelta, y esta vez no iba a detenerse ante nada ni nadie.
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