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JIMIN

Esto era demasiado bueno para ser verdad.

Me acerqué a él lentamente, esperando a que se riera y admitiera que todo era un montaje de algún tipo. Pero entonces vi la sinceridad en sus ojos. Su pecho subía y bajaba, revelando que tal vez no estaba tan tranquilo y sereno como parecía.

—¿No es esto confraternización? —pregunté débilmente.

—Ya he entregado tu nota. Ya no soy tu profesor.

Era cierto. Había revisado mis notas antes de ir al hotel y no me había sorprendido la buena nota de mi clase de biología evolutiva. El Dr. Jeon, que había sido muy duro conmigo todo el semestre, había conseguido prepararme a conciencia para el examen final.

Lo había aprobado.

Y en este instante mi duro profesor me convocaba a... ¿su regazo? ¿Para abrazarme? ¿Qué estaba pasando ahora?

—Creía que me odiabas—, solté.

Sus ojos se ensombrecieron, lo que me erizó la piel. 

—Eso es lo contrario de lo que siento por ti, Jimin.

Cuando dijo mi nombre, el estómago se me revolvió y me dejó mareado. Era increíble la cantidad de anhelo y deseo que pudiese contener en una sola sílaba.

—¿Por qué? —. Odiaba lo inseguro y vulnerable que sonaba en aquel momento, pero me sentía inestable e indefenso. Nunca se me había dado bien ocultar mis verdaderos sentimientos.

El profesor Jeon suspiró y bajó la mirada hacia las manos que tenía entrelazadas en el regazo. -Porque eres guapo e inteligente. Eres divertido y cálido-. Me miró. -Eres exactamente el tipo de hombre con el que siempre he soñado estar.

Mi respiración volvió a acelerarse, lo suficiente como para hacerme pensar si me daría otro ataque de pánico. 

—Te estás metiendo conmigo—, dije, deteniéndome en seco antes de acercarme demasiado.

—¿Te parece que me estoy metiendo contigo? —. Sus ojos se quedaron clavados en los míos con una intensidad que llenó la habitación, y tuve que sacudir la cabeza.

—No quiero presionarte ni hacer nada que no quieras. Así que dime... ¿quieres que me vaya?

No. Definitivamente no. No. No, por favor.

—No lo sé—, admití, mintiendo entre dientes.

Su lenguaje corporal se mantuvo relajado, pero su expresión no. Era casi como si quisiera que escuchara, que entendiera.

—Te vi antes de que empezara el semestre— dijo, sorprendiéndome. —Estabas en el gimnasio, riéndote de algo en tu teléfono. No podía dejar de mirarte.

El corazón me dio un vuelco y el estómago se me subió a la garganta. No sabía qué decir, así que me quedé callado.

—Estabas sexy de cojones. Sudabas de correr y llevabas unos pantalones cortos que dejaban ver tus piernas largas y musculosas junto a tu culo redondo y apretado. Casi me empalmo allí mismo, en el gimnasio estudiantil.

Esperaba que mi respiración no sonara tan errática como parecía.

Y continuó. 

—Pero fue tu risa lo que realmente me atrapó. No podías parar. Y tú alegría iluminaba el espacio a tu alrededor. Todos los que te oían se llevaban una sonrisa a la cara. Esa noche, cuando volví a casa, decidí que, si te volvía a ver, te iba a pedir que pasaras la tarde conmigo... o la noche... o, joder, para siempre, si me hubieras dejado. Pero nunca volviste al gimnasio...

—Tropecé con uno de esos patinetes eléctricos que la gente deja por todo el campus—susurré. —Me torcí el tobillo.

—Cuando te vi entrar en mi clase unos días después, se me salió el corazón del pecho. Ahí estabas, por fin, sólo que...

—Sólo que yo era tu alumno— terminé por él.

Asintió con la cabeza. -Y yo era tu profesor.

Las piezas del rompecabezas encajaron. Su evasión de mí, la falta de contacto visual, sus respuestas cortas a mis preguntas. Tenía sentido, o... lo habría tenido, si no fuera porque estaba fuera de mi alcance.

—Joder. Pero eso no fue justo— dije, sintiendo la ira burbujear. —Deberías haber dicho algo. Pensé que me odiabas. Pensé que no podía hacer nada bien. Pensé... ¡Pensé que no estaba hecho para este campo!

El profesor Jeon se puso en pie, me agarró por los hombros y se inclinó para mirarme a los ojos. 

—Lo estás— dijo con la mandíbula apretada. —Eres uno de los alumnos más brillantes de todo el programa, y si te he hecho dudar de ello un solo segundo, lo siento más de lo que puedo expresar.

Oírle disculparse me quitó una pesada carga que no sabía que llevaba encima. Le respetaba como académico, y su aprobación tenía peso para mí. Si él creía que yo tenía algo que aportar al estudio de la biología evolutiva, tal vez podría dejar de cuestionarme todo el tiempo.

Tal vez podría dejar de escuchar las opiniones de mis padres.

—Profesor...

—Ya no soy tu profesor— gruñó. —Llámame Jungkook.

Jungkook. Incluso pensar en él de esa manera me parecía increíblemente íntimo.

Perfectamente íntimo.

—Jungkook— dije lentamente, probando las sílabas.

Exhaló suavemente.

—Ojalá me lo hubieras contado.

—¿Sobre Betancourt o sobre mi atracción por ti?

Había un leve atisbo de sonrisa en la comisura de sus labios, y quise explorarla con la punta de la lengua. Casi me daba vértigo la idea de que pudiera llegar a hacerlo.

Tragué saliva. 

—¿Las dos cosas?

—¿Y qué habrías hecho si te lo hubiera dicho? —. Movió las manos por mis brazos hasta que pudo entrelazar nuestros dedos. Mi respiración se entrecortó.

—Eh...— No podía pensar con él tan cerca, con la saliva colmándome la boca y la sangre llenándome la polla.

Los ojos de Jungkook parpadeaban entre los míos como si tratara de leerme. Uno de los dos se acercó.

Inspiré y percibí su aroma. Un aftershave que olía fresco y masculino. Quería acercar mi nariz a su cuello y sentirlo más.

—No lo sé—admití.

—No podía hablarte de Betancourt. Lo único que podía hacer era intentar asegurarme de que no eras uno de los estudiantes que dejó colgados al viento. Estaba bajo un acuerdo legal de no revelar nada...—Aspiró. —Me estás volviendo loco— añadió en voz baja.

Me incliné hacia delante hasta apoyarle la frente en la clavícula. Había venido a consolarme, así que iba a aceptarlo.

—¿Por qué no me dijiste que me querías? — le pregunté a su chaqueta de cuero negra.

Sus brazos me rodearon y me acercaron. Exhalé y sentí que todo mi cuerpo cedía y se relajaba contra él.

—No quería que dejaras la clase— admitió, acurrucando su mejilla contra mi cabeza. -Verte era el punto más brillante de mi semana, y no podía renunciar a ello.

Levanté la cabeza hasta que mi nariz rozó la piel de su cuello. Joder, qué bien olía. 

—Yo también te deseaba— admití antes de dejar que mis labios rozaran también su cuello.

—Jimin— respiró. —Vine aquí...— Se le quebró la voz. —He venido a darte un consuelo platónico.

Me alcé para agarrarle la cara con las manos y mirarle a los ojos.

—Ya no quiero consuelo.

PLATONIC LOVEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora