C A P Í T U L O - 05

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Tal vez pasaron algunos meses, pero Brad no lo sabía.

El tiempo se había diluido en una espiral que ya no podía medir con certeza. Si tuviera que resumir esos últimos meses en una sola palabra, sería: Felicidad.

No recordaba nada más que el instante en que, al inhalar aquellas líneas blancas, sentía como si por fin estuviera rompiendo aquellas cadenas que lo habían mantenido cautivo durante toda su vida.

Cada inhalación le prometía una pequeña libertad, aunque solo fuera por un instante, una fuga de la realidad que, de alguna manera, lo hacía sentirse más él mismo que nunca.

Max había sido su proveedor, sí, pero también mucho más que eso: era su compañero en este viaje extraño que ninguno de los dos había planeado.

Solían hablar de cosas tan estúpidas que Brad, ahora que lo pensaba, se reía solo de recordarlas...

¿Quién construyó las pirámides? ¿Era posible que el profesor Menéndez tuviera una nariz tan grande por alguna razón genética, o era el resultado de años de evitar el sol?

──────

Pero una noche... Algo cambió.

Max lo había invitado a su pequeño apartamento, un espacio que compartía con otros dos chicos, desconocidos para Bradley.

El lugar era pequeño, con paredes llenas de pósters de bandas que Bradley apenas reconocía. Al principio, pensó que todo sería como siempre, una noche más entre risas y música, como tantas otras. Pero esta vez, había algo que lo hizo sentir diferente, algo que lo hizo pensar que tal vez esa noche no terminaría como las anteriores.

Decidieron drogarse, como ya era habitual entre ellos, y rápidamente, el espacio se llenó de una mezcla de estados y música.

Max, como siempre, controlaba el teléfono con el que ponía sus listas de reproducción. La música empezó a llenar cada rincón, y las primeras sensaciones de la droga se apoderaron de Bradley.

Su cuerpo comenzó a sentirse ligero, como si ya no estuviera atado a la gravedad de la vida cotidiana.

Max comenzó a moverse al ritmo de la música.

No importaba que sus pasos fueran torpes, ni que sus movimientos no tuvieran ni un ápice de elegancia... Al principio, Bradley observó en silencio, sin entender del todo lo que veía.

Pero, a medida que Max se dejaba llevar, algo en él comenzó a cambiar. La libertad con la que Max se movía, sin preocuparse por el juicio de los demás, lo contagió.

— ¡Es terapia liberadora! — Gritó Max, mientras hacía un movimiento completamente descoordinado.

Bradley, atrapado en el momento, no pudo evitar sonreír. La risa de Max era tan pura, tan genuina, que sin darse cuenta, comenzó a dejarse llevar.

Al principio, sus movimientos fueron torpes, incómodos, pero poco a poco, fue perdiendo esa rigidez. Empezó a moverse con más libertad, dejando que la música lo guiara.

Max, al ver que Bradley comenzaba a perderse en el momento, lo observó con una sonrisa triunfante, y sin decir una palabra, se acercó a él, lo tomó por los hombros con una firmeza inesperada, y lo giró en su lugar, de manera brusca pero cuidadosa.

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El giro fue tan repentino que Bradley no tuvo tiempo de reaccionar.

El mundo a su alrededor comenzó a girar también, como si todo lo que conocía estuviera desmoronándose, diluyéndose en una espiral de luces y sonidos.

Los primeros segundos fueron desorientadores; su mente y su cuerpo se descoordinaron, pero luego, algo cambió. Mientras giraba, dejó de intentar controlar su movimiento. Se dejó llevar, abandonó por completo la resistencia, y de repente, se sintió más vivo que nunca.

La sensación de estar girando por Max, de perderse en el movimiento, fue indescriptible.

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Cuando Max lo giró, todo a su alrededor pareció detenerse.

Sus ojos se encontraron, y por un instante, Bradley sintió como si el resto del mundo desapareciera.

La mirada de Max era profunda, algo más que deseo. Era como si estuviera viendo a Bradley de una manera que nadie más lo había hecho.

Ninguno no dijo una palabra. Sin embargo, en ese instante, Bradley entendió que las palabras no eran necesarias...

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No sabía cómo había llegado a esto, pero estaba a punto de hacer el amor.

Era una sensación extraña, completamente nueva para él.

En su vida, siempre había mantenido una distancia prudente, había aprendido a controlar su cuerpo, a reprimir sus deseos, como si fueran algo malo, algo de lo que debía protegerse... Nunca antes se había atrevido a besar a alguien con la lengua, sin embargo ahí estaba, en la cama de Max, con el corazón latiendo con fuerza y siendo despojado de sus prendas.

Nunca antes había imaginado estar en una situación como esa, nunca había pensado que sería su "primera vez" con un hombre, con alguien como Max, alguien que representaba todo lo que él había intentado evitar.

Nunca había imaginado que las cosas pudieran ser así, que algo tan simple como un toque, un beso, pudiera desencadenar tantas emociones...

Había algo más en la forma en la que Max lo tocaba. No lo trataba como un objeto, no como algo que debía cumplir una expectativa, sino como algo único, como un diamante en bruto, como algo valioso que merecía ser explorado.

Aquello le hacía sentir que no era solo el cuerpo de Bradley que lo fascinaba, sino que Max parecía desearlo genuinamente, en su totalidad.

Aún sin ser perfecto.

No estaba seguro de si el deseo que sentía era fruto de la droga, de la euforia o si realmente era algo genuino. Pero no quería pensar demasiado.

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Eres tan hermoso... — Dijo Max, su voz baja, casi un susurro.

Las palabras de Max, tan simples, hicieron que Bradley sintiera un estremecimiento recorrer su cuerpo.

Bradley gimió y cerró los ojos por un momento, dejando que todo lo que estaba sucediendo lo invadiera. Se permitió relajarse y suspirar mientras el miembro de Max se movía con libertad en su interior.

No entendía del todo lo que estaba pasando, pero sentía que, por primera vez, podía dejarse llevar.

L I B E R T A D.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora