EL LADO MAS DULCE

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El olor dulce y reconfortante del pastel llenaba la cocina, mientras me concentraba en dar los toques finales. Era un momento de paz entre tanto caos; el único lugar donde podía perderme sin pensar en nada más. Hasta que lo escuché.

Un sollozo suave, apenas audible, pero suficiente para hacerme detener. Me giré rápidamente, buscando el origen del sonido, y entonces la vi. Una pequeña niña, de no más de cinco años, con lágrimas rodando por sus mejillas y un aire de desamparo que me rompió el corazón.

—¡Hola, princesa! —dije con suavidad, bajándome a su altura. No quería asustarla más de lo que ya parecía estar—. Tranquila, todo está bien. ¿Puedes oírme y entenderme?

La pequeña asintió tímidamente, sus ojitos grandes y brillantes me miraban con una mezcla de miedo y curiosidad. Algo en ella me conmovió profundamente, como si pudiera sentir su vulnerabilidad atravesando cada capa de mi ser.

Tomé su manito con cuidado, intentando darle confianza.

—¿Dónde están tus papás? ¿Vienes con alguien? —pregunté, pero no obtuve respuesta. Solo más lágrimas.

Antes de que pudiera decir algo más, una voz profunda y cargada de preocupación resonó detrás de mí.

—Aquí estás, Alondra. Me tenías preocupado. No vuelvas a desaparecer así.

Giré la cabeza y lo vi. Alessandro. Su tono era suave, casi cálido, tan distinto del Alessandro autoritario que conocía. Mi sorpresa aumentó al ver cómo su rostro, normalmente rígido, se relajaba al mirar a la niña. ¿Quién era este hombre? Porque definitivamente no era el mismo que me daba órdenes gruñendo.

—Es mi sobrina —dijo, como leyendo mi mente antes de que pudiera siquiera preguntar—. No habla. Es lo único que debes saber.

Lo dijo con ese tono cortante que tanto odiaba. Mi instinto fue responder con la misma frialdad.

—No te he preguntado nada —repliqué con calma, pero lo suficientemente desafiante para que supiera que no me intimidaba.

Alessandro arqueó una ceja.

—Tienes cara de querer saber.

—Claro que no. Si no es mi asunto, no pregunto.

Su ceño se frunció, pero antes de que pudiera responder, la niña comenzó a llorar de nuevo, apretándose contra mi pierna. Mi tono cambió de inmediato.

—Tranquila, princesa. Todo está bien —le dije con dulzura, acariciando su cabello—. ¿Te gustaría ayudarme a hacer unas galletas?

Los ojos de Alondra brillaron de emoción y asintió rápidamente. Alessandro, por otro lado, me miró como si hubiera perdido la cabeza.

—¿Quieres que yo también esté contigo? —preguntó él, con una mezcla de ternura y desconcierto.

La niña volvió a asentir, emocionada, y en ese momento nuestras miradas se encontraron. Por primera vez, no hubo desafío ni tensión; solo un entendimiento silencioso.

Preparamos los ingredientes y comenzamos a trabajar en las galletas. Al principio, todo fue tranquilo. Alessandro parecía otra persona cuando estaba con Alondra. Su tono era más suave, sus gestos más cuidadosos. No pude evitar mirarlo de reojo, preguntándome quién era este hombre que parecía tan tierno.

—Parece otra persona. Es tan tierno que, por un minuto, olvido lo bastardo que es —pensé, mientras removía la masa.

En algún momento, Alondra decidió que necesitábamos más diversión. Me lanzó un puñado de harina directo al rostro.

—¡Pero qué traviesa! —exclamé, con una risa sincera, poniéndole un poco de harina en la nariz.

Alessandro no tardó en unirse al juego, lanzándome harina también.

—¡¿Qué haces?! —le grité, riéndome mientras intentaba esquivar su ataque.

En cuestión de minutos, estábamos los tres cubiertos de harina, riendo como si no hubiera preocupaciones en el mundo. Pero entonces sucedió algo que me dejó sin palabras. Alondra soltó una carcajada, clara y sonora.

La cocina entera quedó en silencio por un instante. Alessandro se detuvo y miró a su sobrina, sorprendido, con una expresión de incredulidad y algo que parecía... alivio. Se acercó a ella y la abrazó con fuerza.

Me quedé quieta, observando la escena. Había algo tan puro, tan emotivo en ese momento, que no quise interrumpir. Pero entonces, Alondra me tomó de la mano y me jaló hacia ellos, envolviéndonos a ambos en un abrazo.

Mi corazón dio un vuelco. Alessandro y yo estábamos tan cerca que podía sentir el calor de su piel, el leve roce de su respiración. Nuestros ojos se encontraron por un instante, y algo pasó. Algo que no podía explicar, pero que hizo que mi estómago tuviera esa sensación de cosquilleo.

—Princesa, iré a sacar las galletas del horno —dije rápidamente, apartándome antes de que la situación se volviera aún más incómoda.

Más tarde, nos sentamos a comer las galletas con leche. Alondra no decía una palabra, pero su sonrisa y su cercanía eran más que suficientes. Cuando Alessandro le indicó que era hora de irse, ella lo abrazó y luego vino hacia mí.

Me envolvió en un abrazo cálido, pequeño, pero lleno de significado. Sentí una punzada en el pecho. ¿Qué tenía esta niña que podía tocarme el corazón tan fácilmente?

Alessandro la observó, y por un segundo, noté algo diferente en su mirada cuando me vio. Algo que no era burla ni frialdad. Era casi... ¿admiración?

—Adiós, princesa —susurré, acariciando el cabello de Alondra mientras ella se despedía.

Cuando salieron, me quedé sola en la cocina, limpiando la harina y pensando en todo lo que había pasado. No entendía nada de lo que sentía, pero una cosa era segura: Alondra se había robado mi corazón. Y, aunque no quería admitirlo, su tío también estaba empezando a encontrar una forma de colarse en él.

 Y, aunque no quería admitirlo, su tío también estaba empezando a encontrar una forma de colarse en él

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Alondra tan tierna vale! Hay una razón de ser por el cual no habla y por el cual Alessandro es tan especial con ella... más adelante lo sabrán y lloraremos juntas. ❤️‍🩹

Amor a la Juliana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora