Prólogo

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Di pequeños toques con algodón a los diminutos rasguños que comenzaban a sangrar

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Di pequeños toques con algodón a los diminutos rasguños que comenzaban a sangrar.

El escalofrío volvió a mi cuerpo cuando el sonido de una puerta del exterior se abrió, sabiendo que Amelia había llegado al fin.

Me apresuré a dejar todo como estaba, y salí del baño. Me dirigí a mi habitación y antes de que ella llegará, abrí la puerta del balcón para salir, fingiendo que estaba tomando aire.

No me costó trabajo ocultar los rasguños. Mi cuerpo estaba agitado, acomodé mi cabello y al aire, lancé saliva. La puerta de la habitación se abrió de golpe y me costó aún más, respirar.

—No deberías de estar aquí, mocosa —espeta, al mismo tiempo me jala del brazo, justo donde me he hecho los rasguños.

Emito un ligero jadeo, hasta que me avienta a la orilla de la cama para sentarme.

Ella me mira, molesta. Demasiado.

—¿Te has enterado? ¿No? Pues te lo digo; mañana vendrán por ti, así que, te comportas o tienes castigo —ella termina de desatar las agujetas de mis tenis color lila, y me mira, haciendo una pausa donde me fulmina con su mirada violeta—. ¿Me has entendido?

Asiento con la cabeza frenéticamente.

—Anda, a la cama. Y no dejes a los estúpidos juguetes por dónde tú quieras.

—Fue Mike.

—¡Siempre es Mike! Deberías de ser como él; más disciplinado que tú.

Con esto último, se acerca a la puerta, pero se queda de pie viendo un punto fijo, gira su cabeza y me percato que tiene una comisura de su labio levantando, mostrando una pequeña sonrisa.

—No olvides levantarte temprano.

Ese día fue mi cumpleaños número 10. El número que odié después.

El último ayer | EN CURSO 💜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora