celos

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ADVERTENCIA
Bondage, dinámica sumiso/dominante, masoquismo, charla sucia, violencia, ligera feminización, ligera escena con orina, porno sin trama, sexo anal, sexo oral.

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El video no dura ni siquiera un mísero minuto antes de que se corte y se vuelva a reproducir automáticamente en su teléfono con esa música tecno sobresaturada y el bullicio de la gente en el club estallando el audio. Cuarenta segundos han sido más qué suficientes para generarle un cuadro de celotipia y probablemente una úlcera gástrica en el estómago a Max. El coraje que estaba sintiendo aumentaba su acidez y su amargura.

Fue imposible no ver las fotos, las capturas publicadas en Twitter -ahora X- y la cantidad de comentarios y conclusiones que la gente sacaba de la cercanía de los protagonistas de esa fiesta; cada tweet, por más que intentara ignorarlo, trataba de ello. Parecía que el mundo le encantaba restregarselo a la cara, alumbrabandolo como una molesta luz a mitad de la noche.

Max, por instinto y euforia, quiso estallar su teléfono contra la pared más cercana, hacerlo añicos hasta que no quedara nada más que piezas rotas e irreparables igual que la tranquilidad con la que había planeado dormir plácidamente antes de que su teléfono fuera borbandeado por ciento y miles de notificaciones.

Las imágenes, que a pesar de la poca y confiable iluminación, eran claras y muy visibles para Max y sus agudizados ojos. No era idiota, sabía que Sergio atraía la atención a dónde quiera que fuera, por lo que fue fácil notar cómo el maldito Carlos Slim Jr, supuesto amigo e inversionista, se estaba comiendo con los ojos a Sergio, su novio.

¿Qué puta mierda?

Todo el respeto que llegó a sentir por ese hombre se convirtió en una masa amorfa desprolija sin sentido de odio puro y desprecio, aumentando de tamaño conforme sus dedos desplazaban los compartidos y sus ojos veían la cantidad exorbitante de me gustas en las publicaciones. La bilis le subía por la garganta con el doloroso ardor del ácido quemando sus entrañas, los terribles celos que estallan en su estómago se sentían igual o peor que una patada en las bolas. A Max le daban ganas de vomitar, de golpear algo o a alguien.

No puede imaginar y tampoco creer el gran descaro de esa gente tocando y restregándose contra Sergio, poniendo sus cuerpos en dónde no debían; y mucho menos puede creer el descaro de su novio por dejarlos hacer lo que quieran con él cómo si no importara nada. Como si no importara que él llegara a ver esas malditas imágenes.

La ira se efervece en sus venas, hirviendo cada célula de su torrente sanguíneo, cegandolo del mundo a su alrededor a tal punto que no se fija en el momento que apretó su teléfono. Hasta que las articulaciones comenzaron a doler y la punta de sus dedos se tornan rojas, se vio obligado a dejarlo caer sobre la cama y mantenerse parcialmente inmóvil, mientras su respiración pesada y entrecortada era lo único que escuchaba entre todo ese zumbido blanco que penetraba su oído.

Estaba enojado.

Enojado con Sergio.

Enojado con esos hombres que se atrevieron a tocarlo.

Enojado consigo mismo por no esperar un par de días más en México y decidir tomar el vuelo hacia Brasil de forma precipitada.

Si se hubiera quedado cómo Sergio se lo propuso, esa noche en la fiesta su novio no habría sido la presa codiciada de toda esa bola de tiburones hambrientos y sedientos de sangre.

Habrían sabido que Sergio no estaba solo porque Max nunca se le habría despegado de su lado toda la noche, siempre reafirmando su presencia y su posesividad con una mano en la cintura delgada o en ese redondo culo.

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