Capítulo 2.

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Miguel Ángel.

Me despertó el rozar del frío viento de lleno en mi espalda. Abrí los ojos uno por uno, esperando encontrar el largo cuerpo de Rubén junto al mío. No estaba. El sonido de la ducha me indicó su paradero. Estiré los músculos aún sin levantarme y miré el techo. Aquella última noche había sido la mejor noche que había tenido en mucho tiempo y pasarla al lado de Rubén había sido como la guinda del pastel. Extrañaba aquellas veladas en las que pasábamos horas y horas jugando en la consola, comiendo chuches y bebiendo porquerías. Largué un suspiro. Una vez más ese hijoeputa se estaba apareciendo en mis pensamientos desde primera hora del día.

-Hostia puta, Rubiuh, sal de mi cabeza de una jodida vez.

|Play a la canción.|

Me senté en la cama, me coloqué las gafas y miré la hora, bostezando. 10:15 am. Miré alrededor y volví a suspirar; estar en ese lugar me llenaba de nostalgia. Una vez había pensado en que ahí mismo, en donde hasta hace un año había sido mi hogar, podría vivir todo lo que había soñado vivir al lado de mi mejor amigo. Me había llevado bastante tiempo poder pasar por encima de mis sentimientos y continuar con mi vida como si nada hubiera pasado. Tal vez podía engañar a los demás, incluso a Rubén, pero no a mí mismo. Yo seguía tan perdidamente enamorado como el primer día, incluso más, y eso me acojonaba. Estar cerca de él era tanto un suplicio como un paraíso; poder hablarle, tocarle. Tenerlo tan cerca y a la vez tan lejos. Madre mía, vaya nena que soy. El sonido de la ducha cesó de un momento a otro, teniendo un efecto resorte en mi cuerpo, haciéndome casi correr hacia fuera de la habitación. Menudo error de mi parte. Miré el pasillo y una vez más, como la noche anterior, una sonrisa apareció en mi rostro; el gilipollas de Rubén no había movido ni un solo pelo de la decoración: una serie de cuadros esparcidos por toda la pared mostraban algunos de los momentos más felices que habíamos vivido juntos. Poco a poco mi sonrisa fue sustituida por una mueca de nostalgia. Repasé los dedos por el marco de uno de los cuadros, dándome cuenta de lo mucho que necesitaba de él, de lo mucho que extrañaba tenerlo siempre a mi lado. Madre mía, que dolía tener que fingir a cada segundo; dolía hasta lo más profundo de mi ser.

-¿Mangel? ¿Qué haces de pie ahí, haciendo el tonto?

Su voz me sacó por completo de mis pensamientos.

-Mierda, Rubiuh, que casi me da un ataque.- Me giré para mirarlo. –Pensé que pasarías el día entero en la ducha, así que quise salir a buscar algo para alimentar la tripa.- Muy bien, tal vez había mentido un poco.

-Ya deberías saber que la comida está en la cocina, no en medio del pasillo.- Comenzó a descojonarse y caminó, pasando por mi lado, dejando una estela de su masculina esencia en el aire. Yo simplemente me limité a seguirlo. Me senté detrás del desayunador, mirándolo ir de un lado para otro buscando agua, café y algunos bollos.

-¿Esa sudadera es nueva? Te hace ver bastante guapo.- Mierda. Mierda. Mierda. Mierda. ¿Qué cojones acabas de decir, Mangel? Miré a Rubén; estaba de pie frente a la estufa, con el agua ahora caliente en las manos, dándome la espalda. Tragué saliva; quería salir cagando hostias de ahí antes de que algo más pasara. –Lo siento, Rubiuh, yo...

-Me gusta tu pijama.- ¿Qué?

-¿Ah?- Creo que la boca se me cayó hasta el suelo.

"Me gusta tu pijama".

¿Qué mierda significaba eso? Se giró y depositó el recipiente que contenía el agua caliente sobre el desayunador, sin mirarme.

-Creo que te hace ver atractivo.- Se encogió de hombros, restándole importancia al asunto; un asunto que yo estaba flipando en colores. Acercó también un par de tazas, café instantáneo, azúcar y los bollos que antes le vi buscar. ¿Qué le hacía pensar que aún tendría hambre después de esa escena que acabábamos de vivir? Tomé una taza y la rellené con agua en total silencio, tomé una cucharilla y preparé mi café. Él hizo lo mismo. Lo miré de reojo por sobre mi taza; estaba removiendo su café, totalmente concentrado en las pequeñas olas que el líquido formaba sobre la superficie. Hubiese dado cualquier cosa por saber lo que estaba pensando. Por una milésima de segundo, mi cabeza formuló la idea de confesarle que nunca lo había olvidado.

-Que no, coño.- Su mirada se dirigió hacia mí. Joder, había pensado en voz alta. –Que no... me he duchado.- Me levanté. –Será mejor que vaya o terminaré apestando el lugar entero.- Entré en la habitación de Rubén cagando leches, como si el suelo estuviera encendido en llamas y me tiré en la cama cual quinceañera en aprietos. 

-¿Por qué coño no puedo mirarte a la cara y decirte que te amo?

-Yo también te amo. 

Todo lo que necesitas saber. |Rubelangel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora