Durazno

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Ruidos sordos, son ruidos sordos los que escuchas cuando todo te da igual. Cuando la situación se convierte en rutina, rutina en la que estas obligado a resistir. Odio esto, odio aquello. Si decía todo lo que odiaba en estos momentos lo único que recibiría sería una paliza aún más fuerte que la anterior, y yo simplemente quería que la siguiente de ésta se volviera anestesia para mi mente. Odiaba contar los golpes, odiaba hacer una expresión similar a la de odio o tristeza porque los únicos que gozaban eran las personas que me lastimaban.

-Voltéalo hacia aquí, no sale su cara -el chico moreno que me sostenía del cuello de la camisa me tiró al piso. Mis débiles y rojizas manos sonaron igual que dos bolsas de agua estrujándose. El líquido espeso y crudo de ellas empezaba a salir de todos los lados posibles.

Maldita sea. Duele horrores.

-Oh, wow- exclamó el sujeto que sostenía la cámara -está llorando.

Malditas lágrimas, no salgan.

-¡Déjame! ¡Por favor, déjame! -gritó una voz femenina a mi lado derecho. Un tipo gordo y pálido traía a una chica entre sus hombros -¡Te lo ruego! ¡Por Dios, no hagas esto!

Suplicar no ayuda en nada, es algo con que tienes que vivir. Yo más que nadie sé de eso.

Hice amago de levantarme mientras los chicos miraban hacia ella.

-¿Te crees que un Dios me detendrá en estos momentos? -se mofó el chico tirándola en la sucia calle. Su vestido amarillo que segundos antes yacía limpio ahora dejaba al descubierto unos calzones rosados -El Dios que adoras hoy no te salvará de nuevo.

Quise voltearme para ignorar la situación de la chica. ¿Por que había seguido viendo aquello si mi situación no me permitía hacer nada?

-Hey -me pateó el chico de la cámara, recobrando su interés por mi -¿Por qué has parado de llorar?, ¿No ves que a tus fanáticas les encanta?

Por unos segundos les permití que se adentrarán en mis emociones. Fruncí el ceño molesto, y eso les gustó a ambos.

-Veo que no te has olvidado del cariñito que te doy -se acercó nuevamente el moreno y tomó mis mejillas entre sus dedos. Apretó y lo único que hice fue voltear los ojos.

La chica del vestido amarillo lloraba de una forma desgarradora entre los brazos de aquella bestia morbosa.

-¡Ayuda, por favor! ¡no, no me toques! -gritaba, sus prendas desprendiéndose una por una, su alma ensuciándose -¡te dije que no! ¡no! ¡no! ¡déjame!

Su llanto retumbaba en mis oídos, tan claro como si fueran los míos. Como si ella fuera yo.

Ruidos sordos, no puedo escucharlos cuando veo esto.

Tal vez estaba siendo un idiota fantasioso cuando me imaginaba cómo podría ayudarla. Quería quitarle ese tipo de encima, golpearlo tan fuerte como Alexis me pegaba a mí (haciéndome tambalear siempre), que tan intensamente repercutiera el sentimiento para lograr que él se tragase las lágrimas que se llevó de la chica. Voltearía a verla con una sonrisa como si cuando ella viera mi rostro le trajera tranquilidad. La recogería entre mis delgados brazos y le daría un beso en la frente para que se durmiera y pensara en aquello como una pobre escena de película.

Sin embargo, esto era tan real como los fuertes puños que aterrizaban en mi rostro, tan real como ese bello vestido roto y sucio, tan real como esos ojos tristes por fuera y con el ser podrido por dentro.

Yo no era nadie.

<<No lo veas>>

-¡No! ¡no! ¡no!- suplicó.

No puedo ayudarte. Lo siento, de verdad lo siento.

Soy un inútil, un bastardo.

-¿Es que ya nada te duele?- vociferó el moreno que en estos momentos parecía más bien una mancha café. Mis ojos apenas podían verlo, ardían como si tuviera astillas en ellos.

<<Ojalá no se abriesen nunca más, ojalá ya no existiera>>

Aún con el terrible dolor sujetándome por todas partes podía identificar sus voces, palpar todo.

Tome una bocanada de aire de mis adoloridos pulmones y me dispuse a balbucear.

-La cha-a-va

Sin saber su reacción seguí insistiendo con mis intentos de comunicarme con esa panda de imbéciles.

-L-la ni-iña ay-uuda.

-Oh vamos -se rio el chico de la cámara -no me digas que te has enamorado de la puta de Sam.

La furia se desató en mi pecho. Puta. ¿Cómo una niña tan dulce podría ser llamada una puta? ¿que acaso no escuchaban esos gritos, esos alaridos, esos sollozos? había sangre ahí, sin duda alguna.

Esos tipos no tenían ningún gramo de humanidad.

Malditos hijos de puta egoístas, pensé pero me mantuve callado. No gastaría mi saliva para hablar de lo que para mi representaban ellos, ya era suficientemente difícil respirar entre jadeos por culpa suya.

-A-ayuda, ay-uuden -insistí, incentivado por su pesar -ayu-uda.

Costaba un demonio respirar.

-¿Quieres que gaste mi pellejo en ayudar a tu novia? -hizo un mohín, lo vi claramente porque empezaba a adaptarme a mis condiciones- sabes que, mejor dejemos el juego para después, repentinamente siento ganas de ver la bella escena de allá.

El chico de la cámara se volteó hacia la derecha para grabar la escena. No quisieron golpearme nuevamente. Me aterró lo que había ocasionado.

¿En qué me había convertido? no se supone que las cosas iban a terminar así. Se supone que debían parar lo de allá.

Oh Dios, ¿qué he hecho?

La cabeza me ardía.

Por respeto volteé en dirección contraria. Los gritos seguían ahí, las risas, la audiencia, los golpes y mis pensamientos activos.

Las palabras no me salían. Abría y cerraba la boca.

Ruidos sordos, quiero los ruidos sordos - me decía como mantra a cada sollozo, gemido o repulsión que escuchaba.

Me tapaba los oídos con ambas manos. La escena introduciéndose en mi mente aún sin atreverme a ver la cara de nadie.

Y tal vez, solo tal vez yo había ocasionado el origen del mal, para ambos... o para todos.

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