Ni cien tazas de chocolate

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Invierno estaba nervioso. Se notaba a la legua.

A esas horas la cafetería El Arrebol estaba casi vacía —aún era muy temprano— pero era ella quién había decidido que así fuera. De hecho, a parte de Invierno, solo había un único hombre, que se encontraba sentado unas cuantas mesas más adelante, justo al lado de la puerta, y que leía el periódico de forma desinteresada, pues Invierno había notado que llevaba al menos veinte minutos sin pasar página.

La televisión, situada detrás de la barra, captó su atención. Echaban las noticias y, justo en ese momento, hablaban de lo inusualmente caluroso que estaba siendo ese invierno. No era la primera vez que mencionaban ese tema; habían empezado a hacerlo poco después de que la conociera. A ella. A su Primavera67.

Algo se removió dentro de él. En unos minutos la vería por primera vez. Vería sus ojos, su cabello, su sonrisa. Tocaría su voz y escucharía su piel... No, escucharía su voz y tocaría su piel; un simple pensamiento sobre ella ponía su mente patas arriba. Aunque, pensándolo bien, hoy se sentía capaz de hacer cualquier cosa: de tocar voces, escuchar pieles, oler sonidos, ver olores y oler imágenes. Y de degustarlo todo; eso es lo que pensaba hacer: saborear cada instante a su lado.

La dueña del local salió entonces de la cocina y, cuando vio a Invierno, se acercó a él esbozando una sonrisa de boca cerrada.

—Buenos días, Invierno. No te esperaba tan temprano. ¿Te pongo lo mismo de siempre?

Invierno siempre pedía café, pero hoy quería pedir algo diferente, por salir de la rutina.

—Esta vez no. Me apetece un chocolate caliente, por favor. He oído que tú haces los mejores de la ciudad y me odiaría eternamente si desperdiciara la oportunidad de probar uno.

La mujer rió.

—Me halagas. Te noto de buen humor, hoy. Enseguida te lo traigo.

Mientras esperaba, comprobó por enésima vez que todo estuviera en su sitio: su camisa, sus pantalones, su pelo... Ese día se había arreglado un poco más de lo habitual solo para ella.

Pese a su insistencia, Primavera67 no había querido que llevaran nada para identificarse. En su última conversación por WhatsApp ella le había dicho que, cuando se vieran, se reconocerían al instante. Invierno había pensado que bromeaba, pero se dio cuenta de que no era así cuando vio que Primavera67 no había vuelto a conectarse y que, probablemente, no pensaba hacerlo.

Y ahí estaba él, nervioso a más no poder y esperando a que apareciera alguien a quien no sabía cómo identificar.

Por suerte, no se había traído el reloj; no quería obsesionarse con la hora. De este modo, nunca se percataría de que se pasaba un cuarto de la hora acordada y se inquietaría aún más.

—Aquí tienes —le dijo la mujer, sacándolo de su ensimismamiento y poniéndole la taza de chocolate delante.

—Gracias.

Invierno se llevó la taza a los labios y dio un largo sorbo. Casi al instante sintió cómo el calor se deslizaba por su garganta y se extendía por todos los rincones de su cuerpo, y se preguntó si eso sería lo que sentiría cuando Primavera67 entrara en la cafetería y su mirada conectara con la suya.

Y entonces sucedió, y puedo aseguraros que ni cien tazas de chocolate caliente serían comparables al torrente de emociones que sacudió a Invierno en ese momento.

Ni tampoco hizo falta que llevara ninguna especie de identificación, porque, pese a estar en pleno invierno, ella era la primavera en persona.

La taza se quedó olvidada entre sus labios mientras la miraba detenidamente, como si lo que tuviera frente a sus ojos fuera lo más bello que hubiera visto nunca; ¿y acaso no lo era?

Su cabello, del color del tronco de los árboles, caía por su espalda con la apariencia de un mar de aguas embravecidas. Su piel era de nieve; sus ojos, de miel; sus labios, de cereza; y su sonrisa, la sonrisa que le dedicó en ese momento... era la de un ángel.

Su nombre es PrimaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora