Nada.
Me atrevo a empezar diciéndolo.
Como la ciencia es capaz de afirmar, el frío es todo aquello que carece de calor, siempre me han gustado estas paradojas. Cuando podía respirar por mi mismo me gustaba imaginar que seria el mundo sin todas aquellas cosas que las personas consideran ideales, así como paradojas entre el frío y el calor, la vida y la muerte, la música y el silencio.
Eso.
La música y el el silencio.
Logré imaginar una vida sin silencio, una vaga idea de un mundo que nunca se callaba, un gigantesco grito al universo desde nuestros pequeños hogares.
Intenté lo mismo, esta vez llegando al punto de un mundo contrario, la desesperación del silencio. Me ardía la cabeza con tan solo pensarlo, el error de partir sin la cálida voz de mi madre diciendo que tuviese cuidado y que no olvidara llegar temprano; El sonido de la vida pasando sin sonar.
No podría.Tal y como lo creí, el frío de una mentira recorrió mi alma. Yo sabía que él no era un muchacho común, entendia que no sería una historia como cualquier otra de mi pasado. Sus palabras, desde el inicio, caminaban con paciencia a mis oídos; su música, encerraba en si una melancólica incertidumbre que pre venía el dolor, pero lo causaba a su ausencia. Él, era diferente en muchas maneras para las cuales mi querido lector, no existen expresiones aún creadas por el intelecto, no es más que sentimiento.
Me partió el alma, tal como ya lo esperaba.
¿Y porqué he de tener miedo?
No lo tengo, es solo una compulsión a la falta que se que me hará. Esa ausencia de calor, de sonido, de vida. Me aterra.Bajo un cielo oscuro, nos enfrentamos como gladiadores en aquella época sobre la que siempre me gustó escribir(que al principio detestaba por culpa de la señorita Patricia, que hablaba de los actos griegos como si de su vida se tratase. Hablaba de Platón casi como mi madre suele hacerlo del desinfectante que no deja ni rastro de grasa en sus ollas.
¡Majestuoso!) Con un beso. Eso, fue un beso. La forma más valiente de luchar, es besando. No podrás decirme mi querido lector que no existe manera humana para salir ileso de uno de ellos, ya sea victorioso o perdedor. Cualquiera de los dos te obliga a entregar parte de ti. No tuvo otra forma, mas que palabras de detener el la lucha en la que desafortunadamente fracasé, me enamoré del sonido de su susurro que con calides traspasaban la barrera de lo racional. Sabía que lo amaba, que lo quería mío.
Desde ese día nada fue igual, me enamoré de él como cuando te quedas dormido, como la película con la que no pude evitar dejar escapar unas cuantas lágrimas puesto que Jhon Green hizo de ella una historia inolvidable. Y así caí en sus brazos, no muy gruesos pero fuertes por el Volleiball, su deporte predilecto que con esfuerzo pretendía enseñarme, pero lo que no sabía era que ejercitarme no era lo mío. Yo prefería estar frente a una partitura con mi violín sobre el hombro y arco entre mis dedos. Pero no solo eso, él también conocía la música.
Tocabamos violín en la misma orquesta, siendo un dueto maravilloso desde antes de pertenecer a ella. Interpretabamos conciertos para dos violines como si mañana no existiese, pasando tanto tiempo juntos como era posible. Eso garantizó mi afecto, mi cariño y por último mi enamoramiento.