Sé que no era mi mejor estrategia, pero ya estaba harto de tener que estar huyendo de mi maldición, así que decidí acercarme a la jefatura de policías más cercana y entregarme. Pero mi idea no era quedarme allí. Sólo quería que las personas conocieran mi verdadera historia, la historia detrás del "Justiciero del Rayo".
Abrí la puerta de la jefatura y un oficial de estatura considerable estaba sentado tras del escritorio con una rosquilla en la mano y un café recién preparado junto a él. – ¿Quién eres? – me dijo el oficial Smith. Yo sólo me quedé de pie en la puerta tratando de ocultar mi rostro bajo las sombras producidas por el atardecer. – ¿Quién eres? – volvió a repetir el oficial, esta vez poniéndose de pie. A juzgar por su tono de voz y su mirada perdida, este sujeto jamás había escuchado sobre mis actos a pesar de mi gran "popularidad" entre los habitantes de Manhattan. – ¿Quién eres y qué haces en esta jefatura? – volvió a exclamar acercándose unos pasos a mí. – Mi nombre es Ryan McGregor – exclamé –, pero mi nombre real ya no significa nada para esta ciudad. – ¿A qué te refie...? – Antes de que el sujeto terminara la frase, retiré mi capucha, la cual cubría la mitad de mi rostro. Pude ver a través de sus ojos una "corriente" que corrió en milésimas de segundos desde su nuca hasta su cintura. Una singular "corriente" que expresaba una cosa: MIEDO. – Te sugiero que no entres en pánico – le advertí –. Muchos han resultado heridos por ello. Y menos intentes tomar tu arma. – El sujeto tenía su mano derecha a menos de 5 centímetros de su cintura, listo para tomar su pistola y fulminarme de un sólo disparo a la cabeza. – ¿Qué... qué quiere aquí? – titubeó el oficial. Su cuerpo empezó a temblar producto del pánico que le provocaba mi presencia. Nunca me sorprendió esa reacción que causaba ante las personas a mi alrededor; o quizás sí, sólo aquella vez.
Mi nombre es Ryan McGregor y soy estudiante del Instituto de Arte de la Ciudad de Nueva York, y lo más probable que pienses al escuchar estos dos datos es que soy un alfeñique de no más de metro setenta, constantemente asediado por los abusivos y con el récord de más rechazos a citas de todo el instituto. Pues sí, ese soy yo. Y eso sólo es la presentación. Todos los días tenía que soportar los abusos de Vince Tayler y Ernest Millan, y lo peor era que ni siquiera podía quejarme ante el director del instituto, ya que él era el padre de Vince. Maldita estupidez. Pero ante todo aquello que este par de simios mentecatos me hicieran, mis días mejoraban al menos unos segundos al ver a la bellísima Shantal Allen: una chica alta de metro sesenta y dos, piel tostada, cabellos rizados y unas piernas... bueno, ya me entienden. Pero esos segundos se acababan cuando su enamorado, Cesar D'Stefan, llegaba y la llenaba de caricias y de besos. Vaya suerte. En fin, esa era mi rutina durante cinco días a la semana. ¿Y sábados y domingos? La pasaba en mi apartamento tratando de crear algo innovador para sorprender a la clase, más nunca lograba mi propósito. Sé que están pensando "viejo, tu vida apesta", o quizás con otras palabras, pero esto sólo acaba de empezar.
Un fin de semana de verano quise hacer algo diferente para variar: salí de mi apartamento y comencé a recorrer el vecindario, algo que no hacía desde que me mudé a West End Avenue. Había muchos restaurantes y bares, y decidí entrar a uno en 96 West Street. – ¿Qué le sirvo, amigo? – Eh, una limonada. – El hombre me miró algo extraño, pero accedió a mi petición. Al minuto tenía mi vaso en las manos y me dirigí a una mesa pegada a la esquina. – Oye, gusano, esta mesa es nuestra. – Volteé para ver quién me hablaba y vi a tres enormes sujetos con casaca de cuero y lentes ahumados parados a pocos centímetros de mí – Eh, perd... – Antes de que pudiera terminar, el más fornido ya me tenía sujeto del cuello de la casaca a unos quince centímetros del suelo. – Crees que tengo cara de querer escuchar tus gemidos. – Sabía que si no hacía algo pronto el sujeto me iba a destrozar, así que le propiné una buena patada en la rodilla y caí súbitamente al suelo. Me levanté tan rápido como pude y salí corriendo del lugar. Los otros dos salieron tras de mí y el otro venía un poco más atrás. Corrí tan rápido como pude, pero terminé metiéndome en un callejón sin salida. – Vaya, vaya. Creo que al gusano se le acabó la suerte. – Sabía que mi muerte estaba cerca, así que simplemente cerré los ojos y esperé tranquilamente sus feroces golpes. Sólo escuché un estruendo.
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El Justiciero del Rayo - La Iniciación Azul
Science Fiction¿Alguna vez has vivido o sentido las ganas de tomar la justicia por tus propias manos? Ryan McGregor es un joven promedio al que la vida le dio la oportunidad de cambiar el mundo. ¿Será capaz de distinguir entre el bien y el mal? ¿La venganza y la j...