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Nunca me gustaron las aglomeraciones, pero sin duda un mercadillo es el mejor sitio para poder robar algunas carteras. La gente va distraída, agobiada, y no se dan cuenta de cuando mi mano se cuela con suavidad en su chaqueta, o en su bolso, para sacar su cartera con la sutileza de una mariposa. Y así en un día suelo ganar suficiente para subsistir, con el 10% que me quedo (más lo que consigo esconder de mi padre) puedo comprarme alguna cosa, o tomar algo con los amigos de mi hermana. Pero durante estas semanas, en lugar de desperdiciar el dinero, he ahorrado suficiente para poder comprar un abanico. Sí, un abanico, suena algo estúpido pero es por una buena razón, es un regalo. Un regalo para el chico del que estoy enamorada desde hace años. Eso sí que es verdaderamente estúpido, por la simple cuestión de que en nuestra vida habremos hablado una o dos veces. Pero no es solo eso, ¿no? Le he visto hablar sobre lo importante que es para él Francia, de lo importante que es para él una madre patria... Supongo que eso es porque jamás tuvo madre. Sin duda Feuilly es un tesoro; es feminista, quiere mucho a sus amigos y es muy trabajador. Se pasa los días en su puesto del mercadillo, intentando vender algún abanico hecho a mano. El pobre se pasa ahí toda la mañana y gana poco más para poder pagarse el material que utiliza para hacerlos.
Hoy voy a intentar animarle con mi regalo, voy a pedirle salir.
Trago saliva y estrujo un poco la bolsa en la que llevo el paquete envuelto con papel ecológico que me ha dado Jehan. Es la primera vez que le pido salir a un chico, es mi primer amor. Me acerco esquivando a toda la gente que hay, que no es poca, y consigo llegar sin tropezar al puesto. Su mirada se fija enseguida en mi, sus ojos verdes se clavan en los míos como si hubiesen estado buscándome entre la multitud durante un tiempo. Quiero centrarme en su sonrisa, en esa preciosa sonrisa que me dedica siempre que nos vemos, pero sus pecas me hipnotizan. ¿Cómo puede haber tantas en ese pequeño espacio que es su pómulo? Son como una explosión de un montón de gotitas de nesquick en su cara. Ojalá pudiese contarlas, tardaría horas.

-Hola, Azelma, buenos días. ¿Trabajando para tu padre?-Ha acabado la frase con cierto retintín.
Sé que no le gusta lo que hago, pero no puedo hacer otra cosa mientras sea menor de edad. Estoy deseando ser mayor de edad y huir.

-Hola, Feuilly. ¿Qué tal la mañana?-No me ha temblado la voz, tenía miedo de que sucediera porque le pasa mucho a las protagonistas de los libros de adolescentes en estas situaciones.

-No me puedo quejar, he vendido bastante, hoy que me quedan sólo siete.-Los mira y los coloca un poco sobre esa gran caja de cartón llena de pintura seca que usa como escaparate. Los trata con cierto cariño.
Cuando levanta la cabeza para seguir hablando, gira la mirada detrás de mi.

-Vaya, hola Cosette.

Cosette. Su perfume dulce me llega enseguida. Me giro y me echo a un lado para poder mirarla mejor. Con lo fea que era, ¿cuando el patito feo se hizo cisne? No tengo muchos recuerdos con ella, algunos de cuando vivía en nuestra casa y limpiaba mientras mi madre la gritaba, pero son breves y confusos. Era muy pequeña. Si no fuese porque Éponine me contó quien es, no la habría reconocido jamás con este enorme cambio. Sin duda la podría definir como un icono de la elegancia; lleva una preciosa camisa sin mangas y con el cuello de bebé, y una falda rosa con volantes que me da envidia. Sus tacones de charol impolutos son los más bonitos que he visto jamás, y no lleva maquillaje, salvo un poco de labial rosa que hace de sus labios un lugar hermoso al que mirar. Su preciosa melena rubia, acabada en unos tirabuzones indefinidos más oscuros, de su color natural. Observarla me hace pensar lo justo para bajar la mirada un momento y mirarme a mi; las botas viejas de mi hermana las cuales les he robado hoy, unos leggins grises, desgastados y con bolitas, una camiseta básica y negra que no sé a quién se la quitó mi hermana. También llevo mi chaqueta vaquera, la que uso todos los días, la que tiene más años que remiendos y eso ya es decir. No puedo verme la cara, pero sé que mi pelo es una catástrofe porque lleva siendo así toda mi vida. Yo no llevo maquillaje, llevaría, pero no tengo si quiera un pintalabios y Éponine esconde su neceser muy bien para que yo no lo use. Miro a Feuilly, que ha continuado su conversación con Cosette, les oigo, pero no les escucho. ¿Cómo voy a gustarle yo habiendo chicas como Cosette?

-¿Tú vas a venir, Azzy?-Hasta su voz es bonita, aguda y melódica.

-¿A dónde?

-A la casa de Courfeyrac, bueno, a una de ellas. Nos ha invitado a todos a pasar el fin de semana allí, esta al sur de París.

A Courfeyrac ni si quiera le caigo bien.

-No lo creo. Tengo-tengo cosas que hacer.
¿Por qué me estoy poniendo tan nerviosa?

-Vaya, ¿y no puedes aplazarlas? Estaría muy bien que vinieses.
¿Por qué tendrá tanto empeño en que vaya? Lo único que va a conseguir es que acabe odiándola por culpa de los celos. Aunque realmente, la culpa sería mía.

-No lo sé... Yo, ah... Voy a irme. Ya nos veremos otro día, chicos.
¿Qué? Yo no quiero irme. Quería darle el regalo a Feuilly. Quería quedar con él para tomar un café y por alguna razón he empezado a andar, alejándome de ellos sin ni si quiera dejarles que se despidiesen de mi.

El primer intento ha sido un desastre, por suerte he conseguido salir rápido de toda la zona poblada de gente comprando y puedo andar tranquila por la orilla del Sena sin que nadie me moleste. Al menos aquí corre el aire y la gente no va dándose golpes para poder pasar, aunque la verdad es que hay bastantes turistas. Supongo que es la época. Ojalá le compren abanicos a Feuilly. ... ¡No puede ser, ya estoy otra vez! ¿Podría dejar de pensar en él aunque solo fuese medio minuto? Mi vida no puede girar en torno a un hombre y al amor que sienta por él. Tengo que intentar pensar en otra cosa, como por ejemplo el fin de semana en casa de Courfeyrac. Seguro que Éponine y Gavroche están invitados, en cambio, si yo me presento, estoy segura que me ridiculizará delante de todos y me dejará fuera mientras mi hermana me observa con cara de haberla avergonzado. Odio que me juzgue de esa forma...
Empiezo a tener frío por estar junto al río, así que voy caminando a casa, arrastrando los pies porque ya me pesan las botas. Echo un vistazo al paquete dentro de la bolsa y frunzo un poco el ceño. A veces soy tan idiota. Tengo que esconderlo antes de Éponine lo encuentre y haga preguntas o algo por el estilo. Lo dejaré en la taquilla de la sede.
La sede es un local que tenemos unos amigos y yo. En ella atendemos a personas que necesitan consejo o alguna ayuda. Principalmente vienen mujeres y personas del colectivo LGBT+ que buscan un abogado, o ayudas incluso niños que necesitan ayuda por ser maltratados. A casi todos los voluntarios de la Sede, la cual llamamos Abaisse, hemos vivido situaciones parecidas a la de la gente que ayudamos, lo cual todos los casos nos resultan bastante personales, y nos implicamos mucho con las personas. Si mi padre se enterase de lo que hago aquí...
La verdad es que es un local chiquitito con cuatro mesas y dos ordenadores. Casi todos se traen el suyo cuando vienen a trabajar, pero algunos de nosotros no tenemos, entonces Jehan compró estos para dejarlos aquí. También tenemos unos sillones en los que la gente se siente a esperar, unas maquinas de café, agua y comida, y un cuarto de baño compartido. Es un sitio muy cuco, lo decoró Bahorel y la verdad que todo el mundo los elogia por como es. Me alegro de poder tener un sitio así.
Entro en el Abaisse y solo me encuentro con Courfeyrac que está atendiendo a una persona. Espero que venga alguien, no quiero quedarme sola con él, va a ser muy incomodo... Dejo el regalo en mi taquilla y saco los papeles de mis casos. Me siento en una mesa a revisarlos, absorta totalmente de lo que sucede a mi alrededor. Mi primer caso va sobre una chica trans a la que han echado del trabajo por su genero, debo buscarle un abogado y ponerla en contacto con una asociación afiliada de personas transgénero que la ayudaran y la apoyaran como nosotros. Ay, odio este tipo de injusticias...

-Azelma.-La voz de Courfeyrac irrumpe en mi concentración. Está parado frente a mi con cara de pocos amigos, ya no hay nadie en su mesa.-¿Podemos hablar?
Trago saliva y asiento.

Night in Paris.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora