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Hace generaciones, las naciones danzaban al compás del viento, las mareas, las montañas y las llamas. Cada elemento tenía su guardián, y cada pueblo honraba el ciclo interminable del equilibrio. El fuego no devoraba sin medida, el agua fluía sin arrasar, la tierra se alzaba con fuerza pero nunca con violencia, y el viento susurraba secretos de calma entre los rincones más lejanos del mundo. Eran tiempos donde el mundo respiraba en perfecta armonía, y las estrellas en el cielo parecían brillar más cerca de aquellos que vivían bajo su luz.

Sin embargo, la historia también recuerda: no existe armonía sin fragilidad. Una pequeña grieta es suficiente para quebrar el cristal más puro, y lo mismo ocurrió con los corazones de los hombres. El poder -como las raíces de un árbol- se extendió por caminos inciertos, germinando la ambición y el miedo. Las naciones, alguna vez hermanas, comenzaron a desconfiar. El fuego, que antaño brindaba calor en noches de invierno, se convirtió en una amenaza. Los ríos, antes sagrados, se convirtieron en límites a conquistar. El viento, testigo eterno, se llevó los primeros gritos de batalla, llevándolos más lejos de lo que cualquier canto de paz pudiera alcanzar.

La guerra fue el primer heraldo del cambio, pero no el último. Los guardianes elementales -aquellos elegidos por los espíritus mismos- desaparecieron uno a uno, dejando tras de sí apenas recuerdos y ruinas. Sin su guía, los pueblos cayeron en el caos, y las estaciones se volvieron impredecibles. Las tormentas estallaban sin aviso; las tierras fértiles se secaron, mientras las ciudades se ahogaban en diluvios interminables. Cada nación, sumida en su propia lucha por sobrevivir, olvidó los lazos que una vez unieron a sus gentes.

Ahora, las leyendas de los guardianes son apenas susurros entre los ancianos y ecos en los sueños de los niños. El equilibrio es una memoria rota, y en su lugar, un mundo fragmentado yace al borde de un nuevo ciclo: el ciclo del olvido o de la redención. Nadie sabe qué vendrá después, sólo que algo se mueve en el horizonte, como una sombra que danza al borde del amanecer.

En este tiempo incierto, se forjarán nuevas alianzas, y el viento ha comenzado a soplar en direcciones nunca vistas. Quizás aún haya esperanza. Quizás una chispa olvidada encienda de nuevo la llama del equilibrio. Pero, como los ancianos advierten: sólo aquellos dispuestos a perderlo todo podrán devolverle la paz al mundo.

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Los gritos desesperados parecían no tener fin, resonando como ecos de un dolor que traspasaba las paredes del palacio. Las criadas intercambiaban miradas llenas de temor, sus manos temblorosas se aferraban a los delantales mientras el olor a quemado se mezclaba con la fragancia marchita de las flores que decoraban los pasillos. Cada rincón del lugar parecía impregnarse de un aire opresivo, como si el mismo edificio se estremeciera ante la tragedia que se desarrollaba en su interior.

Los pasos apresurados resonaron en el largo corredor adornado con cuadros de generaciones pasadas, cuyas miradas pintadas parecían seguirlos, cargadas de juicio o advertencia. El doctor real lideraba el camino, su respiración entrecortada traicionando su entusiasmo que trataba de ocultar bajo su porte profesional. Al llegar a la imponente puerta dorada, se detuvo un instante, su mano vacilante sobre la manilla. La frialdad del metal parecía filtrarse hasta sus huesos. Cerró los ojos un breve momento, como si buscara en su interior el coraje que le faltaba, y giró la manilla con un leve chirrido que pareció llenar el silencio momentáneo.

𝑨𝒗𝒂𝒕𝒂𝒓: 𝑨 𝒏𝒆𝒘 𝒔𝒕𝒐𝒓𝒚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora