Capítulo 1

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El ruido en la habitación de alado lo despertaron en la mañana, la noche anterior no durmió bien así que con el doble de mal humor se levantó de la cama y tomó una ducha rápida, el casero le había dicho la noche anterior que llegaría un nuevo inquilino a rentar la habitación desocupada. Antes de dormir se imaginó que clase de persona sería su nuevo vecino, tal vez un metalero que ponga su música a todo volumen o un joven casanova que llevara todas las noches a una chica diferente, trató de no hacerse ilusiones con un vecino tranquilo que escuchara música clásica a bajo volumen mientras lee algún libro de García Márquez pero sabía perfectamente que eso no sucedería.

Bajó la escalera tranquilamente hasta la recepción que estaba en el segundo piso –su habitación estaba en el cuarto piso, sin elevador.- y saludó a don Porfirio que aparte de ser el recepcionista era el dueño del edificio.

Tomó su bicicleta y condujo con calma los veinte minutos que le tomaba llegar a la escuela de danza. Sí, José adoraba la danza, más que a él mismo. Cuando entró al salón de practicas la mayoría estaba calentando y estirando, dejó sus cosas en un rincón y sacó su teléfono, hacía semanas que no hablaba con su hermana, estaba preocupado por ella, atravesando la edad de la punzada sola, sin una madre con quien hablar, debía ser difícil. Intentó más de diez veces pero todas lo mandaron directamente al buzón de voz. Estaba a punto de volver a llamar cuando desde la puerta Alejandra gritó su nombre.

-¡He José de mi corazón! ¡Buenos días! ¿cómo amaneciste hoy? Te vez radiante. –Hablaba mientras atravesaba el salón hacia él, ignorando las miradas de extrañeza, que sus compañeros le dirigían. Alejandra siempre había sido así, siendo amable y efusiva con el tímido chico que no hablaba con nadie.

José no pudo hacer más que sonreír, la profesora entró y les ordeno que se ubicaran, así sin ningún problema el día terminó. De regreso comió donde siempre, una señora mayor dueña de un café cerca de su edificio era quien se encargaba de sus comidas diarias.

Cuando estuvo de vuelta en la posada, subió arrastrando los pies los cuatro pisos de regreso a su habitación #32, en la esquina del cuarto piso había una entrada y frente a esa entrada habían dos puertas una frente a otra, del lado izquierdo la habitación #31 y del lado derecho la suya, supo que quien sea que se haya mudado estaba ahí, las luces estaban encendidas.

Lanzó sus cosas a la cama y se volvió a duchar, odiaba dormir oliendo a sudor, tomó su teléfono y volvió a llamar a su hermana, no contestó, entonces intentó hacer otra cosa y llamó a su papá, contesto después del primer timbrazo.

-¿Hola?.- La voz rasposa del José mayor lo recibió del otro lado.

-Hola papá, ¿cómo estás?.

-Mejor hijo, ¿y tu? ¿cómo va la escuela?.

-Todo va muy bien papá, llamaba para saber de ustedes ¿cómo esta Karlita?.- El tono de preocupación en su voz estaba mal disimulado.

-Está muy bien, me insistió por un nuevo teléfono así que anda con sus amigos tomando fotos y esas cosas que hacen los jóvenes de estos días con sus celulares.

La cantidad de alivio que sintió fue desbordante. Platicó unos minutos más con José mayor y terminó la llamada.

El reloj decía que faltaban veinte minutos para la media noche, era miércoles y eso significaba que tenia que lavar ropa, que emoción.

La posada "El Rosario" era conocida por muchas cosas, en serio, muchas cosas, pero lo mas destacado era que dentro ese edificio una señorita de la alta sociedad murió a balazos por unos bandidos que quisieron robar ese lugar en los años de la revolución, se rumoraba que en las noches aun se podían oír los zapatos de tacón en las escaleras y pasillos o un llanto ahogado en el sótano, que era el lugar al que José se dirigía, ahí estaba la lavandería.

Con cautela y nerviosismo abrió la puerta y encendió las luces que parpadearon antes de alumbrar completamente la estancia, era un cuarto pequeño con cinco lavadoras acomodadas en fila esperando ser utilizadas. Separó la ropa blanca de la de color con rapidez, quería salir rápido de ahí, depositó el jabón y encendió el ciclo de lavado, sacó su teléfono y abrió Candy Crush, así no tendría que pensar en aparecidos, después de unos cuantos caramelos se dio cuenta de que las lavadoras hacían menos ruido que de costumbre y se preguntó por qué si con la edad que tenían era normal que se agitaran mas que una licuadora, mientras observaba su ropa girar y girar las luces comenzaron a parpadear, como si les costara sacar la luz, José empezó a sudar frío ¿y si se le aparecía la muchacha? No, esas cosas no son reales, son sólo rumores que se inventaron dentro de una cocina, pero... No le dio tiempo de inventar más justificantes, el techo de la habitación comenzó a crujir, y las cañerías se quejaron, después todo quedó en silencio y se apagó la luz, José trató de imaginar unicornios y arcoíris mientras caminaba hacia la salida, después volvería por su ropa, antes de que se acercara si quiera a la puerta esta se abrió de repente y la silueta de una mujer alta y esbelta apareció frente a sus ojos, José como el caballero maduro que era hizo lo que tenía que hacer: se desmayó.

TOMA MI MANODonde viven las historias. Descúbrelo ahora