Prólogo

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-Mira, mami - Decía la pequeña criatura de 8 años colocada en la alfombra frente a la chimenea. - Mi muñeca es mi hija y tu eres su abuela.
La mujer rió.
-No me digas eso, corazón, me haces sentir más vieja de lo que estoy.
La pequeña frunció el ceño, y miró con sus grandes ojos verdes a donde estaba sentada su madre - Tu no estas vieja, mami.
Su madre volvió a reír.
-Bien, no estoy vieja -Respondió levantándose del sofá de caoba que adornaba la sala.- Ahora, pequeña saltamontes, es hora de dormir.
La pequeña se levantó de un salto y tomó la mano de su madre.
Mientras subían a la habitación, hacían bromas entre ellas. Cuando llegaron, la madre arropó a su hija y le cantó para que durmiera, cuando logró lo propuesto, salió cerrando la puerta con cuidado.

Se escuchó un sonido estruendoso fuera de la casa, haciendo que la mujer bajara rápidamente por las escaleras, encontrándose con su marido al final de ellas.
-¿Qué ocurre?- preguntó alarmada.
El hombre angustiado le dijo:
-Corremos peligro, de eso estoy seguro, Juliette.
-¿De verdad? Dios santo, nuestra niña ya se durmió, ¿qué hacemos? - Los ojos de su esposa estaban llenos de terror por lo que pudiera pasar.
El hombre estaba a punto de contestar cuando entraron cinco hombres bien armados a la casa.
Asustada, la mujer subió a la habitación de su hija, para asegurarse de que estuviera bien.

-¡Ariadne, cariño!- le susurró lo más fuerte que pudo. -Necesito que te escondas.
-¿Qué está pasando mami? - le preguntó la pequeña somnolienta.
-Escúchame bien, hija, unos hombres malos han entrado a la casa, nos quieren hacer daño. -La niña al percatarse de lo que su madre decía, asintió asustada. -Por nada del mundo salgas de tu escondite, ¿bien?, aunque escuches gritos, disparos, lo que sea, no salgas. Cuando ya no escuches nada y veas que sea seguro, corre lo más rápido que puedas a la casa de tu tía, no dejes que te hagan daño. Y si yo por alguna razón no vuelvo, quiero que me prometas algo mi niña. - Ariadne asintió confundida -Quiero que seas fuerte, pase lo que pase, que no te dejes pisotear por nadie, pero tampoco pisotees, a lo que me refiero es a que trates a las personas por igual, jamás las trates como si fueran superiores o inferiores. Habrá gente que te querrá hacer daño, nunca dejes que lo hagan, defiéndete, y algún día te harás mayor y te enamorarás, pero no quiero que te rebajes. Piensa las cosas antes de hacerlas y siempre que se presente algo grave, ayuda a quien más lo necesite, ¿de acuerdo?
Cuando la pequeña asintió por última vez, más confundida que antes, se oyó un disparo y un grito desgarrador de un hombre, la mujer supo de inmediato que habían asesinado a su esposo y dejo escapar lágrimas de aquellos ojos tan parecidos a los de su hija.

En pocos minutos la pequeña ya estaba escondida dentro de un hoyo que había en su cuarto, que estaba muy bien oculto.
Cuando su madre salió, lo hizo sigilosamente para que nadie la oyera, su misión falló, cuando sollozó al ver el cuerpo inmóvil y demacrado de su esposo. Y cuando menos lo esperaba estaba siendo sujetada por dos hombres. Ella gritaba, pataleaba y maldecía, mientras que ellos se reían y la miraban con burla.
-Miren, ¿a quién tenemos aquí?-Se burló uno de ellos, quien parecía ser el líder. -¡A la hermosa Juliette Adams!
La mujer lo miró con ira y rabia, y le escupió en la cara sin decir nada.
-Oh, no debiste hacer eso mi querida Juliette. -Dijo aquel hombre detestable y le dio un puñetazo en el estomago, otro en la mejilla y por último en el ojo. -Lástima que ya no podrás salvar ni ver a tu hija, ya que nos la llevaremos muy lejos de aquí.
-¡No! ¡Dejen a mi hija en paz!- gritó desesperada. -¡Aganme lo que quieran, pero a ella no le hagan daño!
-Bueno- respondió el hombre con simpleza, antes de dispararle en la cabeza.

En su escondite yacía la pequeña llorando y escuchando lo que ocurría, pero de pronto, un silencio aterrador inundó la casa. Ya no se escuchaban gritos, voces o disparos, ni siquiera pasos, todo estaba calmado, y era una calma escalofriante, dando a entender que algo más andaba mal, que ellos seguían ahí para atacar una vez más, pero la chiquilla ignoro aquel pensamiento y siguió las ordenes de su madre.

Mientras corría hacia la salida trasera lo más silenciosamente posible, sus ojos observaron con terror los cuerpos inertes de sus padres. Quería gritar, llorar, pero se ordenó no hacerlo o la descubrirían y no dejarían que se fuera ¿Cómo una niña tan pequeña podría parecer tan madura?
En cuanto estaba llegando a la puerta, su plan de desmoronó al ser atrapada por uno de ellos, luchó y luchó pero no la soltaban, e incluso los golpeo, aún así ellos eran más fuertes y ella tan sólo una niña de 8 años.

Para calmarla le cubrieron la nariz y boca con un pañuelo húmedo y se sintió cansada. Sus párpados eran cada vez más pesados, le era difícil mantener los ojos abiertos.
Lo último que alcanzó a percibir fue que la habían colocado en una superficie acolchonada, como el asiento de un automóvil nuevo. Y cayó inconsciente escuchando el rugir del motor a toda velocidad.

A través de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora