❝Solías llamarme «Cariño», ahora me llamas por mi nombre. ¿A quién estás llamando, amor? Nadie podría ocupar mi lugar. Cuando estés mirando a esos extraños, le ruego a Dios que veas mi rostro❞
Felix, el Omega del temido Rey Bang Chan, decide huir de...
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Chan, con una sonrisa que mezclaba la satisfacción con la crueldad, avanzó lentamente hacia Hyejin con un paso deliberado, cada movimiento cargado de una intención calculada. Su risa había cesado, sustituida por una expresión de fría determinación. Mientras tanto, Felix seguía en el suelo, su mente girando en un torbellino de desesperación al ver cómo la situación se torcía hacia algo aún más sombrío.
Hyejin, al encontrarse con la mirada cruel y despectiva del rey Chan, sintió el peso abrumador de su autoridad oscura. No obstante, aunque su cuerpo temblaba por la fatiga y la desesperación, intentó aferrarse a su dignidad con lo poco que le quedaba. Sus ojos, anegados en lágrimas, destellaban con una feroz determinación, pero su voz, por más que luchaba por mantenerse firme, traicionaba el miedo que ahora corroía cada fibra de su ser.
—¡No lo dañes más, maldito demonio! ¡No sabes lo que haces! —Gritó, su tono impregnado de una furia desesperada, mientras sus palabras se perdían en el abismo entre ambos, impotentes ante la fría realidad. Sus palabras se quebraron, casi implorantes. —¡Ese omega tiene hijos! ¡No puede perecer por tus manos sucias! ¡No bajo tu maldita sombra!
Chan se detuvo a un escaso aliento de distancia, cada paso suyo resonando con un eco ominoso que parecía ahogar el valor de Hyejin. La sombra del monarca se cernía sobre ella, envolviéndola en una oscuridad palpable. Sus ojos, vacíos de toda compasión, mostraban la satisfacción perversa de un cazador que se deleita en el sufrimiento de su presa. Una sonrisa lenta y torcida apareció en sus labios, su rostro una máscara de entretenimiento cruel ante la desesperación de la mujer.
—¿Oh? ¿Hijos, dices? —Susurró, fingiendo sorpresa mientras se llevaba una mano al mentón, como si meditase sobre alguna revelación trascendental. El tono irónico de su voz hacía eco en el aire, imbuido de burla pura.
Hyejin lo observaba con odio desenfrenado, sus ojos centelleaban de rabia, y sus labios temblaban con el gruñido contenido de su alfa interior. Sus colmillos asomaron apenas, un intento vano por mantener su desafío ante él. Pero Chan simplemente ladeó la cabeza con indiferencia, como si fuera una criatura trivial a la que no valía la pena tomar en serio. De su garganta surgió una risa baja, áspera y venenosa.
—Por supuesto que sé que tiene hijos. —Su voz adquirió un matiz siniestro, al tiempo que sus palabras caían como una sentencia de muerte. —¿Qué crees que me trajo aquí? —Añadió con desprecio, la sonrisa desapareciendo de su rostro mientras sus ojos oscuros se fijaban en los de Hyejin con una intensidad que helaba la sangre.
Sin previo aviso, la mano que momentos antes descansaba sobre su mentón se transformó en un arma implacable. Con una brutalidad fría, abofeteó a Hyejin con tal fuerza que el impacto resonó en el aire. La mujer no tuvo tiempo de reaccionar; su rostro giró violentamente, y el corte en su labio comenzó a sangrar profusamente, teñido con el rojo oscuro de su derrota. Hyejin cayó al suelo, incapaz de disimular el dolor, pero su espíritu seguía retumbando en sus ojos mientras luchaba por mantenerse erguida.